Queridos compañeros:
No desmayéis un solo instante en esta hermosa labor de despertar a la juventud;
mañana recordaremos estos días de entusiasmo como lo mejor de nuestra vida y quizás
este recuerdo prolongue nuestro vigor y retarde para nosotros la hora de la vejez.
Nuestro gesto es sólo un gesto de afirmación magnifica. Existimos y queremos
probarlo. En medio de la baba gaseosa que se respira en el ambiente chileno, en medio de
la piara estúpida y taciturna que enmienda de mediocridad nuestra vida cotidiana, hemos
lanzado un grito y es preciso que este grito, reflejo de todos nuestros anhelos, se
condense en el espacio como la nebulosa que forma un sol de primera magnitud.
Somos los apóstoles de un Cristo invisible, de un Cristo abstracto a la juventud.
Convirtamos en realidad este abstracto, realicémoslo, como aquel que ansiara realizar un
sueño. Es posible que muchos quieran crucificarlos, es posible que lo crucifiquen, pero
antes de la crucificción tenemos treinta y tres años para sembrar.
Jóvenes, seamos jóvenes, seamos dinámicos, seamos enérgicos, seamos puros,
desinteresados y dispuestos al sacrificio. Sacudamos esta apatía de buey durmiente que
adormece hasta el paisaje de primavera con su sola presencia.
Ayer uno de vosotros decía que yo he sido siempre como una descarga eléctrica , que
soy un despertador. Esa frase me basta como recompensa, es el mejor elogio al que puedo
aspirar y si realmente he logrado sacudir el adormecimiento de siesta española que nos
caracteriza, podré volver a Europa pensando que valía la pena haber venido a la patria,
pues he realizado en ella algo grande.
¡Hicimos nacer la juventud!
Ninguno de vosotros, vaya donde vaya, podrá olvidar jamás estos momentos de lucha, de
fiebre fecunda, en que vuestros ojos se iluminaban de fe, vuestros ojos de apóstoles del
Cristo abstracto.
Por favor, amigos, no desmayéis. Nada nos importa el triunfo, pues sólo queremos
afirmar esto: no creemos en ellos, ni en su ciencia, ni en su virtud, ni en su
inteligencia, ni en su experiencia.
Ellos nos han condenado a vivir en un país sin atractivos y nada interesante, han
hecho de este país un país tal que el pueblo ha llegado a perder el sentido de la
palabra patria y no sabe por qué debe amar su tierra.
Nuestro deber es resucitar este Lázaro, aún recién muerto, antes de que ya, podrido,
tengamos que ir a buscar sus parcelas en el vientre de los gusanos.
Hagamos un país hermoso y próspero para dejarlo a nuestros hijos y que no se vean
obligados a huir de estos parajes como de una tierra maldita.
Que ninguno de los sepultureros vuelvan a mostrar en la escena su cara amarillenta, con
esto sólo Chile está salvado.
Salud y entusiasmo.
Vicente Huidobro.
(En: Espiga. vol. 3, 1925. Primavera)