FOLCLOR CHILENO
PERSONAJES (Pág. 9-19) Chile, con sus variadas zonas, climas y caracteres geográficos, presenta distintas actividades a la vez que una curiosa gama del tipo laboral. En los minerales está el trabajador del salitre, cobre, azufre, plata, bórax, sal, carbón. El minero es lavador de oro, como cateador, barretero, tropero y marucho. En la agricultura está el huaso costino o cordillerano, el peón, el mejorero o inquilino, el gañán, el arriero y el carretero. En el mar, en la costa, el pescador, el mariscador, el balsero de Chiloé o del Maule; el lobero, el nutriero, el cazador de ballenas, los buzos, los guardafaros, el trabajador del guano blanco y rojo, el vaporino, el botero, el cargador de los puertos. En la montaña, el montañés, el baquiano; en la zona de los bosques, los aserraderos, el trabajador de la madera; en el extremo sur, los ovejeros, los puesteros, los esquiladores. Y de Norte a Sur, el roto que viaja por todo el país sin ningún oficio es maestro sin maestría. Este roto sabe ser pampino en la pampa; en el ejército, soldado, milico, y carrilano en el ferrocarril. La ciudad, como la calle, tiene sus personajes, sus tipos populares: los vendedores callejeros. El comerciante ambulante es una estampa característica que puede estar determinada por su actividad, su vestimenta, su picardía. La gama es inmensa: el frutero, que cambia su pregón en relación con los productos estacionales, pero que siempre mantiene vivo su gracejo; el motero, vendedor que aparece en los meses de verano, con su venta de caldo dulce y helado con presas de durazno cocido; el heladero, con su toque de cuerno haciendo sonar una campanilla como se llama a la mesa; el barquillero, con su tambor metálico a la espalda y cargado de tubos de hojarasca; la tortillera, con su pan de grasa, con su blanco delantal cubriendo su inmensa gordura y peinando alto moño; el turronero, con su cerro de color y de dulce; los maniceros con sus barcos llenos de maní tostado calentito, que forman la más formidable flota que país americano pueda ofrecer; los repartidores de leche, los lecheros con sus silbidos propios o sus toques de pito y su infaltable requiebro para la niña que sale a recibirlos. Los músicos callejeros, los músicos ciegos que colocan la guitarra bajo la barbilla y cantan, mientras la lazarilla hace sonar las monedas en el cantarito enlozado u oferta los últimos cancioneros; el organillero con sus antiguas melodías y sus cajillas de cédulas, con viejos y desplumados loros o con el monito vestido con el clásico chaleco; el hombre-orquesta, que toca el bombo y los platillos con el pie, mientras él mismo, o una mujer, baila una danza de su invención; el fotógrafo ambulante con su máquina de trípode y su cabeza siempre dentro del cajón cubierta con el paño negro. El lustrabotas con su oferta, su hablar choro y su cojera se prefiere por la Municipalidad otorgar permisos a los lisiados, es creador de una música. Sus instrumentos son el paño de frotación y las escobillas. El paño sube y baja con rapidez y gracia por sobre los zapatos produciendo un bramido; las escobillas, una va y la otra viene por las orillas del calzado, estrellándose acompasadamente. Un golpe con la parte de madera de la escobilla es el anuncio de término de la labor que realizan rítmicamente. El hojalatero con su fogón a cuestas y su hacha de deshollinador; el canastero con su carga de cestas y que él mismo parece un gran secador de mimbre; el plumero y escobero a la vez, que muchas veces es ciego; el chamantero, que ofrece las pequeñas alfombras que las porta al hombro. Este exhibe lo que laboraron las manos indias, las manos araucanas. No necesita gritar su mercancía, la gente se entusiasma por el colorido y por la calidad, cuando son legítimas. Los empajadores, los que ponen asiento de totora a las sillas y que establecen su taller a la orilla de la vereda. Donde él trabaja deja una poza de agua porque el material que utilizan se tuerce o trenza mojado. Una parte lo forman los compradores de botellas vacías, los que mercan diarios puerta a puerta o fierro viejo, y el hombre que se interpone en el camino del transeúnte para decirle: compro ropa usada, voy a las casas. Los días domingos en la mañana aparecen los que tientan a los niños con sus remolinos de cartulina, que los portan ensartados en un aro de paja y giran al viento; la globera o el globero con docenas de globos que parece que ya se llevan en alto al vendedor. Al día domingo pertenece el niño que empuja una carretita de dos ruedas y que la ofrece a la dueña de casa para acarrearle los productos de chacarería adquiridos en la feria del barrio. En las noches, en pleno centro, sale al paso la muchachita florista y prende un clavel sobre la solapa; la niña lotera que premunida de una gran tijera corta la suerte en pedacitos y le ofrece el vigésimo o el gordo. Y los personajes de la noche son: la trapera o papelera con su gigantesca bolsa, que asusta a los niños; las pordioseras, mendigas que imploran la caridad pública con mucho teatro y que esperan la salida del público de los cines, con su hijo pequeño a los brazos y otros colgados de sus faldas, éstas son las mismas que los sábados en la mañana caminan con mucha prisa, para visitar el mayor número de casas comerciales, son las apuradas clientes de la dádiva, son las mismas que el domingo se van de una iglesia a otra persiguiendo la salida de misa, las mismas estrategas que se colocan a la entrada y salida de los pasajes y puentes. Personajes de la noche son también ciertas mujeres barrenderas que limpian la vereda de algunas casas comerciales, y entre éstas, podría estar el pequeño sin oficio, el niño vago que es el palomilla, pelusa o pililo, que invade la calle junto a los vivos y a los zonzos. 1) Caballito de feria.- Se puede llamar Vicente, Juan, José, Pedro y es caballo; más bien caballito, Caballito de Feria. Arrastra un pequeño carretoncito de dos ruedas, por lo general, cargado de legumbres; otras veces de frutas o de cajones de pescado. Es un caballo hecho y derecho, de tiro. No lleva herraduras. Trota por las calles a pie desnudo, a pata pelá. Lo que podría ser su pelaje es un pantalón arremangado más arriba de la rodilla. Su torso va desnudo, broncíneo y sudoroso. Algunas veces se amarra sobre su frente un pañuelo, como los indios un adorno frontal, de repente se le ve un clavel en la oreja y es algo donairoso, tiene una gracia hispánica inconfundible. Es caballo y conductor de sí mismo; sin bridas y sin bocinas, con un silbido o chiflido se despeja la ruta. Corre con tal fuerza y suave vaivén, que todos le miran. Va de la feria municipal a las ferias libres; es un distribuidor. Después, carga el carretoncito con las tablas que sirvieron de mesón en la feria, cajones vacíos, canastas y hasta con la dueña del puesto, la que se encarama entre todo y en lo más alto. Y comienza de nuevo su trote, que es a grandes saltos, y luego galopa, despertando el asombro del que lo ve y sabe apreciar esa amalgama del roto cargador. Su velocidad que es vuelo, habla de su fuerza y su agilidad. Frena como un automóvil, se para en seco como un caballo. El se sabe gobernar. Aquellos que le llamaron Caballito de Feria, comprendieron su gracia gravitante, esa que imprime el hombre del pueblo, como éste que ha creado un cuadro típico, que escribe una página del folclor urbano en medio de una ciudad mecanizada. En el Caballito de Feria está lo propio, lo más suyo. Esa decisión inquebrantable de vivir su día haciendo derroche de aguante y virilidad. 2) El suplementero.- El vendedor de diarios es conocido por diarero, mercuriero y suplementero. Diarero, deriva de diario; mercuriero, del diario El Mercurio, y suplementero, de suplemento. Entre los voceadores de diarios los hay hombres, mujeres y niños de ambos sexos. Su historia comienza con la guerra de 1879 que impuso un sistema de noticias, de informaciones periodísticas y dio origen al chilenismo suplemento, hoja volante editada por los diarios como necesidad de anticipar una novedad. El suplemento constituyó, en los días de la guerra, la información concisa, agitadora o tranquilizadora. El reparto del suplemento se confió a muchachos ágiles, entusiastas, que corrían por las calles gritando: ¡Suplemento de El Ferrocarril!, ¡La Reforma!, ¡La Libertad! El primer suplemento de guerra apareció con el Combate Naval de Iquique y correspondía al diario La Patria, de fecha 25 de mayo, o sea, cuatro días después del combate; así andaban de lentas las noticias. Y este día, innegablemente, nace el gremio de suplementeros. El suplementero se convierte en un personaje de las calles del país. Los ha habido de pomposos nombres o cariñosos apodos y los que daban a conocer a voz en cuello los titulares. Su voz clara o ronca llama la atención a lo largo de todo Chile, donde parece cambiara de matices. Los suplementeros santiaguinos se caracterizan por sus gritos o pregón, que consiste en dilatar las vocales, como el caso de ¡Mercuriooo!... ¡Nacióoon!... Y también le agregan la dilatada letra o a diarios que no terminan en esa vocal. El Imparcial se convierte en ¡Parcialooo!... Y aun se le agrega como un aparte que prolonga el grito: ¡Las Ultimas ooo!... El suplementero siempre anda de carrera y se detiene apenas para entregar el diario al cliente, recibir el pago y dar el vuelto. Sube a los vehículos de transporte colectivo en los paraderos y rara vez continúa hasta el otro paradero, sino que se baja sobre la marcha. Este esforzado gremio ha ofrecido grandes campeones pedestres; hombres que han figurado como fondistas y prestigiado al país no sólo en el deporte nacional, sino en las olimpíadas internacionales. Antes de 1879 todos los diarios se repartían a domicilio. No existía el vendedor ambulante, el que sale al paso del transeúnte, y cuando se vendían al público era en las boticas, en los cafés, en las tiendas y en las librerías. Como todo evoluciona, hoy las suscripciones son repartidas en bicicletas y la distribución a las agencias se hace en camionetas. Hay actualmente suplementeros y suplementeras que atienden en quioscos, estafetas. Y este gremio respetable y esforzado tiene una organización social y un Sindicato que vela por sus intereses. 3) El motero.- Los quechuas llaman al maíz hervido mote, muti. Los mapuches usaron la palabra muthi o muti, para el maíz o trigo cocido. Hay que recordar que el trigo llegó con el Conquistador en 1541, más preciso, con doña Inés de Suárez. Hoy se entiende por mote, tanto el grano de maíz como el de trigo cocido y pelado. El trigo intervino en la comida del indio, ya como una nueva harina, como mote y después se funde en la llamada comida nacional. Pelar el mote, es someter el grano de trigo al tratamiento de sancocharlo en lejía hasta que suelte el hollejo, el que se separa por completo presionándolo con las manos y luego se lava con agua corriente para librarlo de todo mal sabor de lejía. Logrado esto, el mote tiene en la comida chilena existencia propia, pero a veces se le usa como simple agregado, ya en la cazuela como arroz, ya en los porotos. El mote se prepara en postre y en bebida y cuando así se hace se llama Mote con Huesillo. El huesillo con mote es el clásico postre y la bebida más democrática. Para hacer Mote con huesillo se le agrega al mote el caldo en que se han hervido con azúcar unos duraznos que se han secado al sol. Se llaman huesillos, cuando se les ha secado sin sacarles el carozo; en el caso contrario, se llaman descocados o descarozados. El Mote con huesillo individualiza al chileno, le da carácter. Este preparado tiene tal arraigo espiritual o físico con el terruño, que cuando se quiere destacar se dice: Es más chileno que el mote con huesillo. El vendedor de esta bebida o refresco se pasa a llamar Motero. La aparición de los vendedores de mote con huesillo anuncia la entrada del verano. Durante la estación calurosa se ve a los Moteros o Moteras apostados en las esquinas con sus ventas y se le oye su pregón: "¡Huesillos con mote! ¡Huesillo y mote fresquito!", porque nunca se vendería mote solo. La venta de mote consta en lo principal, de una endeble mesilla, de una enorme olla de greda, condición para mantener fresco el caldo de huesillos. La olla tiene cubierta la boca con un paño húmedo. Al lado está un inmenso cucharón de madera; una cuchara grande, también de madera, una serie de vasos grandes, potrillos; cucharas, de no muy buena calidad, y un balde en el cual se lavan vasos y cucharas. El Trigo Mote se encuentra aparte en una fuente de greda formando un cerro, una montaña que amarillea. Algunas veces lo cubren con grandes hojas de parra. Cuando aparece el cliente, le coloca en el vaso, con el cucharón, el caldo de huesillo y las presas, que así llaman a los huesillos; con la cuchara de madera se le agregan las porciones de mote y se le alcanza al acalorado con una cuchara metálica. El consumidor se bebe el líquido y cucharea el interior del vaso en búsqueda de los grandotes y escurridizos huesillos. En plena canícula, esta criolla bebida tiene una clientela segura. Hay Moteros ambulantes y otros estacionados. Los primeros recorren las calles y sólo se detienen a las puertas de las grandes fábricas, de las industrias, y los segundos tienen su ubicación en los sectores populares, donde atienden a una antigua clientela, sus caserías. En otros años había Moteras fijas, asentadas en una esquina, que tuvieron como clientes a un Presidente de la República. Ahora, los tiempos son del triunfo de la mecánica. El mote se vende en carros con ruedas, es decir, muchos se han modernizado. Los carros llevan un estanque con agua; los carros son blancos, los Moteros muy limpios, de albos delantales al menos. Los Moteros forman legión y ya no es conveniente pelar el mote en casa y existe un mayorista que pela en grandes cantidades y les vende a los minoristas por kilos y este industrial es motejado de Rey del Mote con Huesillo, siendo uno de los pocos gremios que cuenta con su Rey. 4) El hojalatero.- Este era el pregón del hojalatero en el anochecer colonial.
Era la hora oportuna para vender este artículo. Al anochecer, se deben de haber prendido los faroles de la calesa; el farol de los serenos, policías civiles que controlaban el sueño de los habitantes; el farol de las casas, única luminaria pública, callejera, y el farol que iluminaba el paso del viático para algún moribundo. El hojalatero se hizo un personaje típico que recorrió las calles por muchos años, acompañado de un caldero cocinilla tubular, un cautín, soldadura, soda cáustica, ácido muriático y trozos de cinc. Al grito, al pregón de ¡Hojalatero!, aparecían las dueñas de casa para hacer soldar, tapar los portillos de cuanto tiesto roto había, y ahí, al lado afuera de la puerta en la solera de la vereda, se sentaba a trabajar. Este era el hojalatero ambulante. También había el otro, cuyos procedimientos de trabajo eran esencialmente manuales, pues hacía piezas de hojalata: como cafeteras, embudos, coladores, regaderas, cántaros, espumadores. Vinieron los tiempos de trabajo de hojalata en mayor magnitud y la hojalatería mecánica abrió sus negocios y hubo muchas casas que ostentaron el letrero comercial de hojalatería, y aquí se acanalaba con máquinas, se hacían calderos para las llamadas cocinas económicas; las chimeneas con su gracioso sombrerete o caperuza, las canales y bajadas de aguas lluvias y las veletas en forma de gallo con la cola desplegada. Con esto, el hojalatero ambulante se distanció del centro de las ciudades, buscando las barriadas, aunque su muerte definitiva aún no se ha decretado. En el invierno, su oficio cambia un poco, se convierte en arreglador de paraguas, suelda varillas, arregla techos; parcha goteras; es ésta una forma de defenderse económicamente. En los mercados se ven algunos puestos que venden artículos de hojalata, destacándose entre éstos numerosas piezas confeccionadas de envases, como latas de parafina y de conservas; de las primeras se hacen cocinillas y de las segundas, vasos, medidas, juguetes. Y siguen las piezas, como parrillas, para tostar, ralladores, bombillas, jardineras para ser colocadas en las tumbas de los cementerios. Asimismo, como trabajo artístico, se podrían denominar unas cajas que hacen a base de tiras de lata que se entrecruzan a la manera del petate, y éstas se dejan con el brillo natural de la hojalata o se pintan. En las cárceles del país, los reos aprovechan los envases y hacen juguetes, especialmente locomotoras, uniendo envases de conserva; otras veces, a los tarros de tipo cilíndrico, respetando la pestaña, se le van haciendo cortes verticales espaciados en toda la circunferencia; luego se presiona hacia abajo y toma la gracia de una cesta globular, a la que, por lo común, se le da una mano de pintura. Hay, a la vez, una juguetería de hojalata con cierto abolengo artístico; pero está en el campo de la pequeña industria, está distante de aquel encanto ingenuo de la lata en el farol de los vendedores ambulantes nocturnos o del farol de la carretela o carreta que entra a Santiago desde el anochecer al amanecer, trayendo a los mercados o vegas, desde los campos cercanos, frutas y verduras. NOTAS COMPLEMENTARIAS Si los personajes presentados, pertenecen a la calle, hay otros, que si no tienen categoría internacional, como el Tío Sam, son parte de la nacionalidad. En muchos de éstos que se registraron y otros que no se consignan, está el roto, personaje típico que puede ser el pícaro. Por sus diabluras, pillerías e irreverencias, representa un temperamento, una figura caracterizada del pueblo chileno. El roto, con sus gracias, con su desconfianza, anda siempre trayendo atracado al petimetre, al pije, al chute, al futre, como lo llama. En la mente del pueblo chileno están siempre presentes personajes que tienen modalidad y conducta. En dichos y frases hechas figuran Don Juan Segura, el que vivió muchos años; Moya (Paga Moya) es el que puede pagar todo, el generoso, como no pagar ni el Día del Juicio Final. Moya es hermano de Cucho Paga, el que nunca está presente cuando hay que cancelar, es decir, se hace el cucho, el gato; Papá Fisco (Paga el Fisco), el que paga tarde, mal o nunca y al cual no se le puede deber. Otros son tan familiares, como Doña Pancha Lecaros o Doña Juana Alfaro; estas damas están en el Aro de la cueca, en el descanso, seguramente fueron buenas e incansables bailarinas; el Maestro Chasquilla, el que descompone todo y cobra; el Lacho, verdadero Don Juan Folclórico; Fortunato Silva "¡Aquí está Silva!", forjador de alegres ramadas para las fiestas populares y hoy símbolo de bebidas y comidas chilenas. Representando la macuquería campesina anda Don Lucas Gómez, personaje español que allá en su tierra, en política se metió y apenas sabía firmar y al ir su nombre a estampar Laca Gamos escribió. Este Lucas Gómez entró a una pieza de teatro chileno y se hizo popular. El diccionarista José María Sbardi lo registra como Lucagome. Con anterioridad a Lucas Gómez, un invencionero, un teatrero español estaba representando al truhán, al ladino chileno. Este es nada menos que Pedro Urdemales, que Cervantes lo tenía en la "Comedia Famosa de Pedro Urdemales", impresa en Madrid en 1615. Figura en el libro español la "Lozana andaluza", publicado en los comienzos del siglo XVI; a mediados de este mismo siglo Alonso Jerónimo de Salas Tabardillo, publica "El Sutil Cordovés Pedro de Urdemales", y en el "Vocabulario de Refranes", de Gonzalo Correa, publicado en el primer tercio del siglo XVII. Con todos estos antecedentes se le ha hecho nacer en Chile en "una choza situada en la ribera izquierda del caudaloso Maule", en la noche del 23 de junio de 1701 y teniendo el nombre de Pedro Urdemales. Una "Historia de Pedro Urdemales" se escribió en Chile en 1885. Ramón A. Laval recogió "Cuentos de Pedro Urdemales" y lo mismo hizo Antonio Acevedo Hernández. En México, Virginia Rivera R. de Mendoza, recoge sus cuentos en Tlaxcala; en Nuevo México, relata sus aventuras, Aurelio M. Espinosa; en Puerto Rico, J. Alden Mason, y en Honduras, Alberto Membreño. Este personaje, olvidado en España, anda por América urdiendo malas artes, contando sus cuentos y haciendo truhanerías, ya llamándose Urdemales, Undemales, Undimales, Urdimales y Malazarte.
BIBLIOGRAFIA Acevedo Hernández, Antonio. Pedro Urdemales. Santiago de Chile, 1947. Correa, Gonzalo. Vocabulario de refranes. XVII. Chertudi, Susana. Los cuentos de Pedro Urdemales en el folklore de Argentina y Chile. Ministerio de Cultura y Educación, Subsecretaria de Cultura, Dirección Nacional de Conservación, Cultura e Investigación. Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología. Buenos Aires, Argentina, 1968-1971. Laval, Ramón A. Cuentos de Pedro Urdemales. Imprenta Cervantes. Santiago de Chile, 1925. Plath, Oreste. Arte Popular. Primacía y Estirpe de los Metales en Chile (Cobre-Bronce-Platería Araucana-Platería-Orfebrería-Herrería-Hojalatería). Tradición, "Revista Peruana de Cultura". Año VII. Nº 19-20. Cuzco, Perú, junio 1955, enero 1957. Plath, Oreste (César Octavio Müller Leiva) Epopeya del roto chileno, Autorretrato de Chile. Antología de Nicomedes Guzmán. Santiago de Chile 1957. Plath, Oreste (César Octavio Müller Leiva) O pregao chileno. Tirada aparte de la "Revista Brasileira de Música". Río de Janeiro, Brasil, 1944. Plath, Oreste (César Octavio Müller Leiva) Vendedores y pregones. Revista "El Cabrito". Año I, Nº 51. Santiago de Chile 23 de septiembre, 1942. Salas Tabardillo, Alonso Jerónimo. El sutil cordóves Pedro de Urdemales. España. Varas Reyes, Víctor. Urdemalis en Tarija. Ediciones Isla, La Paz, Bolivia, 1947. |