"Memoria, democracia y libertad de expresión" - Liliana Galdámez

Patricio Guzmán, en su documental “El Botón de Nácar” -un fino relato sobre graves violaciones a los derechos humanos ocurridas en Chile-, habla de una impunidad que “se acumuló durante siglos”. Guzmán recuerda los tiempos en que la corriente de Humboldt regresó a la costa el cuerpo de una mujer detenida y desaparecida. Algunas personas, años después, reconocieron que se habían lanzado cuerpos al mar. Una de esas personas fue Marta Ugarte Román, profesora y militante del Partido Comunista cuyo cuerpo apareció en la zona costera de Los Molles. Quienes han reconstruido esa historia afirman que a las víctimas lanzadas al mar desde aviones y helicópteros se les ponía una inyección, cianuro o pentotal. Sobre la caja toráxica de las víctimas se colocaba un riel de tren, que luego cubrían de bolsas y sacos. Las trasladaban a helicópteros y aviones desde donde las lanzaban al mar, algunas aun vivas. Uno de esos rieles conserva un único botón de nácar como recuerdo de una persona desconocida y es lo que da lugar al nombre de este impactante documental.

El proyecto de ley que tipifica el negacionismo como delito es una respuesta normativa y penal a la justificación, aprobación o negación de las violaciones a los derechos humanos cometidas por agentes del Estado durante la dictadura cívico militar. No se comprende el sentido de este proyecto sin analizar el contexto de los graves y repudiables hechos de nuestro pasado reciente. La Corte IDH, en el caso Almonacid Arellano vs. Chile, recuerda lo señalado por el Tribunal Internacional para la ex Yugoslavia en Fiscalía v. Erdemovic: “[l]os crímenes de lesa humanidad son serios actos de violencia que dañan a los seres humanos al golpear lo más esencial para ellos: su vida, su libertad, su bienestar físico, su salud y/o su dignidad. Son actos inhumanos que por su extensión y gravedad van más allá de los límites de lo tolerable para la comunidad internacional, la que debe necesariamente exigir su castigo. Pero los crímenes de lesa humanidad también trascienden al individuo, porque cuando el individuo es agredido, se ataca y se niega a la humanidad toda. Por eso lo que caracteriza esencialmente al crimen de lesa humanidad es el concepto de la humanidad como víctima”.

El proyecto de ley va en la dirección de preservar la memoria y dignidad de las víctimas. Cuando se lesionan valores tan básicos de la convivencia, del Estado de Derecho, de la democracia, de los derechos humanos, no se lesiona solo a las víctimas; se lesiona a la comunidad en su totalidad, porque se hiere el sentido mismo de la convivencia, del respeto hacia el otro o la otra. La libertad de expresión cede ante estos valores, las democracias no se robustecen a través de discursos que justifican actos atroces.

¿Sancionar el negacionismo es desproporcionado? No lo creo. Es nuestra forma de decir que la libertad de expresión tiene límites, como dice la Canciller Angela Merkel ante el Parlamento Alemán en noviembre de 2019: “…la libertad de expresión tiene sus límites. Esos límites empiezan cuando se propaga el odio, empiezan cuando la dignidad de otra persona es violada”.

Nuestro país está, en muchos sentidos, regresando a la transición para abordar lo no resuelto, para redefinir nuestra convivencia en términos más humanos. El primer paso será profundizar el repudio y rechazo categórico, siempre, en toda circunstancia, en cualquier lugar, de aquellas expresiones que buscan relativizar o justificar los crímenes ocurridos durante la dictadura. Así se ha hecho en uno de los continentes más asolados por guerras fratricidas, Europa. No se pierde libertad con este proyecto de ley, sino que se define un núcleo infranqueable de la convivencia: la dignidad de las personas

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