Necesidad de un programa bicentenario de educación

Santiago, 6 de Junio de 2003.

Hay dos temas muy actuales y de dominio público: el consenso que existe de la importancia estratégica de invertir en Ciencia y Tecnología, y el bajo rendimiento escolar que muestra nuestro sistema educacional. Aunque el segundo tema afecta cualquier esfuerzo que se haga respecto del primero, en ellos subyace el dispar apoyo dado al desarrollo de la ciencia y la tecnología, por un lado, y de las ciencias de la educación, por otro.

Así, se ha anunciado que el Gobierno de Chile y el Banco Mundial financiarán el Programa Bicentenario de Ciencia y Tecnología, de seis años de duración y por un monto de cien millones de dólares. Este esfuerzo se suma a los institutos milenio, las cátedras presidenciales, y los centros de excelencia en áreas prioritarias (Fondap). Son recursos que tendrán impacto, ya que irán a académicos que han desarrollado buen oficio en su quehacer y en la formación de nuevos académicos, han establecido programas de doctorado acreditados, están abocados a problemas de importancia nacional, publican al más alto nivel internacional, y realizan una docencia de pregrado con el conocimiento más moderno de sus disciplinas.

No son ésos la dinámica ni el desarrollo previsible que se observa en la generación de conocimiento y en la docencia superior de las ciencias de la educación. Y no es por falta de nivel ni de esfuerzo de quienes trabajan en ellas. La intervención que sufrieron las universidades públicas deterioró fuertemente el cultivo de estas disciplinas, al igual que el de las ciencias sociales en general, sin que hasta ahora hayan existido políticas efectivas y recursos suficientes para revertir esa situación. Así, los esfuerzos del Ministerio de Educación para mejorar la calidad de la educación y la formación de profesores difícilmente tendrán los resultados esperados.

En las universidades prestigiosas de los países desarrollados, sus académicos en el campo de la educación tienen doctorados, realizan investigación y docencia de punta, publican al mismo nivel que el resto de las disciplinas, y tanto ellos como los profesores que forman hacen aportes a los grandes problemas que enfrenta la educación en sus países. A eso tenemos que aspirar.

Otro Programa Bicentenario, destinado específicamente al desarrollo de las Ciencias de la Educación y no como parte menor de programas de fomento a la ciencia y la tecnología, cumpliría con estos propósitos. Sus objetivos serían producir un cambio estructural en la calidad del cultivo y docencia superior de estas disciplinas, reconstruyendo urgentemente su capacidad académica y llevándolas a un nivel de excelencia internacional. El programa formaría, durante los próximos 15 años y en las mejores universidades del mundo, a lo menos cien doctores en los diversos campos de las ciencias de la educación, quienes a su regreso tendrían la responsabilidad por la formación de los profesores que requiere la educación preescolar, básica y media de nuestro país, según estándares internacionales.

Para ser exitoso, este programa debiera focalizarse en muy pocos centros universitarios de excelencia, que congreguen grupos académicos con masa crítica suficiente, que tengan metas de desempeño exigentes, y trabajen estrechamente vinculados con quienes desarrollan a buen nivel las disciplinas que posteriormente enseñarán los profesores (lenguaje, matemática, biología, etc.). Partiendo de una situación tan precaria como la actual, sólo medidas de esta envergadura lograrán que los alumnos más talentosos de la enseñanza media y superior sientan que en el campo de la educación, al igual que en la ciencia y la tecnología, tendrán las oportunidades y desafíos intelectuales que les permitan soñar un país mejor y hacer su máximo esfuerzo.

En su reciente mensaje al Congreso Nacional, el Presidente de la República señaló que hay que poner a nuestra educación al nivel del siglo XXI, y consolidar el desarrollo de la ciencia y la tecnología en el país. Son iniciativas estrechamente relacionadas y mutuamente dependientes que, para tener éxito, deben poner al profesor en el centro de esa relación (con la formación inicial y continua), para lo cual hay que romper con urgencia esa "cultura" de marginalidad en que se ha tenido a las ciencias de la educación y a quienes se dedican a ella.

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