Simce: calidad y exigencia

Santiago, 26 de abril de 2004.

Los resultados en matemáticas del Simce han generado un debate, que celebramos, sobre la calidad de la educación escolar. Pero cuando una comunidad asume este asunto con seriedad, debe considerar que éste conlleva el tema de la exigencia, del compromiso y del hacerse responsable. Hasta ahora, el debate se ha centrado en los profesores. Es evidente que se debe exigir a los profesores, que ellos deben ser evaluados y que se debe discriminar por calidad, consolidando una rigurosa carrera docente que valorice y premie el desempeño profesional destacado. Así lo han entendido los profesores, en primer lugar.

Los datos aportados por la prueba TIMSS, en cuanto a la inseguridad de los profesores en los contenidos que enseñan, son lapidarios. Y sin embargo no se percibe el mismo celo de exigencia a las instituciones formadoras de profesores. Según un proyecto Fondef del Centro de Modelamiento Matemático de la Universidad de Chile, los programas de estudio de las carreras de pedagogía en ciencias y en matemáticas que se ofrecen en el país exhiben mayoritariamente rasgos de obsolescencia, incongruencia con los perfiles de egreso declarados, y desconexión con el currículo escolar. El mismo informe consigna que esta formación se desarrolla sin el mínimo contacto con la investigación disciplinaria en ciencias y matemáticas y con las metodologías que se generan con base científica, como en neurociencias cognitivas.

Paralelamente, hay importantes proyectos de investigación y desarrollo en el área de educación, en facultades como Medicina e Ingeniería. La Academia de Ciencias promueve y participa en varios de ellos. A nuestro juicio ya hay masa crítica para formalizar y estructurar este quehacer en programas y compromisos institucionales mayores.

Ante estos antecedentes, los procesos de acreditación deben ser más exigentes. Un mecanismo usado con éxito en otros países es la habilitación profesional a través de exámenes nacionales. Los esfuerzos públicos para atraer, con becas, a los buenos estudiantes a las carreras de pedagogía pueden convertirse en un fraude si no se cautela la calidad del programa académico al que ellos ingresan; las becas sólo debieran destinarse a las instituciones formadoras de profesores con altos rendimientos en las pruebas de habilitación profesional.

La mayor exigencia también debe llegar a las escuelas y a los alumnos. Los magros resultados en matemática que muestra el Simce nos escandalizan porque éste los devela, no así la escuela. Ni los resultados del Simce ni un sistemático mal rendimiento escolar en matemática tienen, necesariamente, consecuencia para los alumnos, pues ellos pueden reprobar esa asignatura en los cuatro años de Enseñanza Media y sin embargo ser promovidos de curso y obtener su licencia secundaria. Se debería realizar un seguimiento de los grupos de mal rendimiento, destinar la extensión de la jornada escolar al reforzamiento de las materias relevantes, poner pruebas de repetición a cargo de evaluadores externos e imponer consecuencias al mal desempeño sistemático.

Los estudios acerca de los factores que inciden en los resultados educacionales muestran una enorme prevalencia del contexto cultural familiar. No nos podemos permitir que este hecho siga siendo una excusa. La formación de profesores, los programas escolares, y los materiales didácticos deben considerar esos contextos culturales familiares deprimidos. No proponemos una educación pobre; por el contrario, abogamos por una educación exigente, para dejar de ser pobres. Hay ejemplos que muestran realidades indesmentibles, como el Instituto Nacional y el Liceo Carmela Carvajal. Se trata de instituciones marcadas por la exigencia, que decidieron organizarse, identificarse y destacarse a través del valor excepcional que genera la exigencia que se imponen, donde se produce el contexto cultural apropiado. Estos microcosmos superan y trascienden los contextos culturales familiares de origen y los atraen a su campo gravitacional. Se trata de aquella vieja educación pública chilena que persiste y mantiene su nivel de excelencia, donde se expresa el rol y destino de lo público en cuanto a construcción social de civilización y progreso, más allá de los entornos familiares. ¿No es posible aprender de ellos?

Un debate riguroso del SIMCE nos permitiría visualizar la superación de sus magros resultados, con metas y responsabilidades claras.

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