Universidades: debate pendiente

Santiago, 28 de Mayo de 2005.

Diversos sectores han vuelto a exigir un debate sobre la educación superior en su conjunto, debate que permanece pendiente. Y es que hasta ahora los problemas abordados sólo son los que generan movilizaciones estudiantiles -el financiamiento estudiantil-; o que intentan corregir inequidades evidentes -acreditar la calidad de la educación impartida-; o que apuntan a salvar omisiones inexplicables, como los nuevos estatutos para las universidades estatales.

Nuestra tradición republicana nos enseña que la educación universitaria debe ser valorada como un bien público, que las universidades públicas fueron creadas para beneficiar a toda la sociedad, y que la misión de ellas está vinculada, antes que otra cosa, al conocimiento -su generación, conservación, y transmisión-. Pero también,  hacia la plenitud del saber, al bien común, a la cohesión y a la movilidad social, a la formación de ciudadanía, al desarrollo cultural, económico y social del país, y a la preservación de valores colectivos de amplia aceptación: la tolerancia, la libertad de pensamiento, la diversidad, el sentido crítico, la excelencia disciplinaria.

La discusión sobre la educación universitaria que observamos en nuestro medio es utilitaria y mercantil, cuando no retórica y carente de propuestas. El hilo conductor sería que los estudios universitarios son un tema entre privados, ya que los egresados de las universidades tienen  remuneraciones mayores que quienes no acceden a ellas. La educación universitaria sería un beneficio personal antes que un bien público que  tiene que ver con las necesidades de la sociedad, ignorando que ahí está la diferencia entre una sociedad de desarrollos individuales, y una que tiene sentido y futuro como tal, en que los destinos individuales tienen mejores opciones como resultado de un proyecto común que los valoriza y proyecta. Y las universidades públicas deberían responder a los imperativos económicos del modelo de mercado, ignorando el costo que les significaría, en la preservación de los valores y roles tradicionales al servicio de la sociedad democrática, alejarlas de su misión académica y formativa.

Hace falta debate (pero, claro, casi acerca de todo falta debate en este país) sobre la naturaleza de la institución universitaria; sobre cómo diseñar un sistema universitario coherente con el desarrollo socio económico y ciudadano del país; sobre por qué y cómo generar un modelo sustentable de universidad pública -al nivel de calidad de los países desarrollados-; y sobre cómo ésta asume hábitos de eficiencia en su desempeño, como lo exige la ciudadanía de hoy.

Varios elementos contribuyen a la inexistencia de debate sobre una política universitaria alternativa a la impuesta en 1981: lo funcional que resulta la actual legislación para todos los grupos de interés (políticos, ideológicos, económicos, etcétera) que han incursionado en las actividades y en el negocio universitario; lo políticamente atractivo que es aumentar la cobertura en la educación superior sin ampliar la responsabilidad financiera y de inversión del Estado, aun al precio de aceptar desigualdades tremendas en la calidad de la educación que reciben los jóvenes más desposeídos; y el olvido que existe en el ámbito político y ciudadano acerca de qué es aquello que de manera insustituible e indelegable hace necesaria la existencia de la universidad pública.

En este escenario existen claros vacíos de poder intelectual. El Estado y la sociedad chilena todavía esperan que las universidades públicas dejen de lado lo discursivo y recuperen el liderazgo, capacidad de convocatoria y espacios políticos que les eran tradicionales, para generar propuestas concretas e innovadoras de política pública en esta y otras materias. Y es que en sus comunidades reside -a muy buen nivel- la capacidad reflexiva, la mirada de largo plazo para anticipar los desafíos, el conocimiento de la experiencia internacional, la riqueza de la diversidad valorativa y disciplinaria necesaria para abordar con éxito problemas complejos, la tradición de lo público.

El tema universitario debe dejar de verse desde la óptica económica o del poder. El sistema universitario tiene que ver con el tipo de sociedad que aspiramos a construir, y con los valores y sensibilidades con que querríamos que se forme la futura elite dirigente del país.

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