Escena y discurso oficial La escritora Inés Echeverría (Iris) y su familia, partiendo a Europa, dejaron un testimonio de primera mano sobre el momento: una de sus hijas comenta "pasamos por la Alameda iluminada por primera vez con luz eléctrica, aunque los faroles parpadean a ratos y tenemos que detenernos. Adornan los frontis de los palacios unas inmensas letras que dicen ¡Dios y Patria! ¡Por la razón o la Fuerza! ¡Viva el Centenario! Arcos de triunfo engalanan las calles. Los regimientos tocan permanentemente música y desde los balcones y por cualquier motivo se arrojan claveles y rosas acompañados de cañonazos. Después de muchas dificultades por la cantidad de gente que participa en las fiestas llegamos al parque Forestal recién inaugurado. Por fin logramos arribar a tiempo a la Estación Mapocho que luce imponente, aunque todavía no se inaugura por problemas en los cimientos. Debemos tomar el transandino con destino a Buenos Aires" (antes de 1910 había que cruzar la cordillera a lomo de mulas en fila india, formadas de una en fondo, y con la cabeza forrada para que no se espantaran(6)) "Mis padres están agotados". (Joaquín Larraín Gandarillas, el marido de Iris era un alto oficial del ejército). "Se han visto obligados a asistir a numerosos bailes, banquetes, colocación de primeras piedras y a las carreras del Club Hípico en homenaje a las delegaciones extranjeras. A nosotras nos llevaron a los grandes almacenes Gath y Chávez de cuatro pisos con muñecas grandes vestidas a la moda en las vitrinas y un salón de té en el cuarto piso. Mi mamá sólo habla de los nuevos edificios de Bellas Artes y de la Biblioteca Nacional que por fin son una realidad en Chile y sacarán de la mediocridad y necedad a este país y del biógrafo que me parece -como ella asevera- un invento muy interesante"(7). En el espacio público y comunicativo campean, sin embargo, la complacencia y el espíritu nacionalista. Un artículo firmado por "Un santiaguino viejo" (El Mercurio, 21-3-1910) percibe en el país "una oleada de civismo y entusiasmo" no vista desde la época de la Guerra del Pacífico "cuando todos creían que el amor a la Patria debía demostrarse en tiempos de paz y con obras dignas de ella". En el Baedecker de la República de Chile (1910), especie de lujoso almanaque, se dice respecto a la canción nacional: "Chile se enorgullece de tener uno de los himnos más viriles y levantiscos conocidos; después de escuchar sus primeras notas la sangre se estremece ... y hasta al más apático lo hace vibrar... Sólo una canción en el mundo conoce análogo entusiasmo en el pecho de los patriotas: la Marsellesa". Hogar chileno, novela finalista en el concurso del Centenario, cuyo autor es Senén Palacios, presenta como modelo de chilenidad un hogar de sectores medios, un hogar inserto en paisajes y estampas típicas, una narración plagada de lugares emblemáticos de la chilenidad. En medio de este clima nacionalista el país vive una fiebre estatuaria y una explosión de "primeras piedras": un decreto del 25 de julio de 1910 autoriza para erigir un monumento a la Independencia y cinco estatuas, tres en Santiago (Camilo Henríquez, general Gregorio de las Heras y ministro Ignacio Zenteno) y dos en Concepción (generales José Joaquín Prieto y Manuel Bulnes). En un editorial de El Mercurio del 18 de septiembre de 1910, "Se cumplen 100 años", se ensalza la institucionalidad política -a pesar de la muerte de tres presidentes se ha seguido el orden institucional- "el cuadro de nuestra situación presente es risueño y sólo nos falta para entrar con planta segura en el segundo siglo de la vida libre que fortifiquemos cada día más en nuestros ánimos la fe en los destinos de Chile y la confianza en la fuerza moral y física de la raza". Hasta el paso del cometa Halley -que surcaba los cielos desde mayo de 1910- se tomó como un signo de buen augurio, desconociendo profecías negativas de astrónomos europeos. (8) La celebración del centenario tuvo incluso cierta trascendencia internacional. En las delegaciones extranjeras participaron figuras eminentes como el uruguayo José Enrique Rodó. Alberto Márquez en El libro internacional sudamericano (1915) señala que las fiestas tuvieron por su grandiosidad "repercusión mundial". "Las preocupaciones por los festejos y recepciones absorbieron todo el tiempo a los personeros de gobierno", a pesar de ello "no se oyó en el país ni una sola voz que indicara que el orden podía ser perturbado. En poco más de cuatro meses (por muerte de presidentes o vicepresidentes) se renovó tres veces el Poder Ejecutivo. Según Márquez los extranjeros que nos visitaban no tenían frases para elogiar tanto respeto a la Constitución, a las leyes y a la sociedad". Tal fue el tono predominante con respecto a la celebración, un tono que revela la autoconciencia de ser un país próspero, culto e institucionalmente sólido, a punto de convertirse en una gran nación. |