El creacionismo va tras de crear, en poesía, un hecho nuevo. Creado el hecho, él es
nuevo para cualquier ser en cualquier parte. Mas, para nosotros chilenos, él es más que
nuevo, es absurdo, abracadabrante, terremoto, Porque digamos verdad: aquí en Chile, que
yo sepa -salvo aisladas excepciones- nunca he visto ni el intento de comprender las artes
como una creación y con relación a la naturaleza como una recreación, como un paralelo.
Aquí nos limitamos a hablar o pintar nuestras preocupaciones cotidianas con una
fraseología llamada poética o con pinceladas llamadas maestras. Esto es demasiada
modestia de parte de los artistas, modestia por no decir otra cosa: resignarse a ser un
eco perpetuo de los anhelos insatisfechos de cada buen señor...
Donde los artistas están encantados de este simpático rol de
victrolas o de puzzles para el aburrimiento diario, caen bien las siguientes líneas de
Huidobro que traduzco del artículo «Le Créationnisme» de su libro en
prensa Manifeste manifestes.
«Un poema es una cosa que no puede existir más que en la cabeza
del poeta, no es hermoso por recuerdo, no es hermoso porque nos recuerde cosas
vistas que eran hermosas, ni porque describa hermosas cosas que tenemos la posibilidad de
ver. Es hermoso en sí y no admite términos de comparación. No puede concebirse fuera
del libro.
Nada tiene de semejante a él en el mundo externo, vuelve real lo que
no existe, es decir, vuélvese sí mismo realidad. Crea lo maravilloso y le da una vida
propia; crea situaciones extraordinarias que jamás podrán existir en la verdad y a causa
de esto deben existir en el poema a fin de que existan en alguna parte.
Cuando Nada tiene de semejante a él en el mundo externo, vuelve real
lo que no existe, es yo escribo: "L'oiseau niché sur l'arc-en-ciel" os
presento un fenómeno nuevo, algo que nunca habéis visto, que nunca veréis y que, sin
embargo, mucho nos gustaría ver.
Un poeta debe decir aquellas cosas que sin él nunca serían dichas.»
Entramos a lo esencial del arte, a una cuestión básica, a una
cuestión de principio: el artista debe repetir las visiones de la vida o el artista debe
volver a crear la vida. 0 victrola o creador.
Ahora, un vistazo al pasado y no se hallará ni un verdadero
artista que con los hechos y cosas de la vida no se haya decidido más que a crear.
De un hombre así como Vicente Huidobro, artista, poeta decidido sin
términos medios, sin transacciones, es interesante conocer las opiniones sobre el arte de
hoy en esa Europa donde los valores chocan, se golpean, caen y suben y donde nunca se
cansan de revisarlos y de aproximarse a la más estricta mise en place.
Los principales valores poéticos de Europa -me dice Huidobro- son en
Francia, Tristán Tzara y Paul Eluard; Arp en Alemania; nadie en Italia ni en Inglaterra,
y en lengua castellana sólo Juan Larrea y Gerardo Diego.
-¿Y en prosa?
-Nadie, y después de nadie en la prosa poética algunas páginas
de León Paul Fargue y raras de Louis Aragón y como polemista Georges
Ribémont-Dessaignes.
-¿Pintura?
-Pablo Picasso, Georges Braque y Juan Gris y no olvidemos a Henri
Matisse.
-¿Escultura?
-Lipchitz y Laurens.
-¿Y arquitectura?
-Jeanneret.
Dos palabras a propósito de éste. Jeanneret y el arquitecto Le
Coibusier Saugnier son una misma y única persona. Este último nombre aparece como el de
autor en el libro Vers une aichitecture (G. Cres et Cie., 21, rue Hautefeuille,
París), libro que no me cansaré de aconsejar, no sólo a los arquitectos sino a todos
los artistas. En ninguna parte he leído tan claramente expuesta la cuestión de «el
problema bien planteado» como base de un desenvolvimiento artístico. Pero sigamos.
Hay una pregunta que siempre hago a cuantos sé que han conocido el
movimiento artístico moderno. Ella es como un resumen, como una síntesis de todas las
corrientes que hoy se manifiestan:
-¿Hacia dónde tiende en globo como si pudiéramos juzgarlo con un
siglo de perspectivas todo lo que tiene valor en el movimiento actual?
Le pido a Huidobro tiene respuesta corta, clara, que encierre, un
último examen, lo que tengan de común los artistas vivos de nuestra época. Huidobro me
responde:
-Tiende hacia el polo más opuesto del naturalismo y del realismo. Se
trata de crear una obra que sea bella por sí misma y no por sus semejanzas o
reproducción del mundo externo.
Bajo este punto de vista, Huidobro coloca como realización del
objetivo al creacionismo y al cubismo.
-¿Y el futurismo? le pregunto. Huidobro contesta:
-No quiero hablar de esa imbecilidad.
-¿Y el dadaísmo?
Ha sido una desinfección, una escoba barredora de falsos valores,
una higiene.
Otro día hemos hablado de Chile. He pedido una respuesta global, la
que dé la primera impresión que siente el ausente durante muchos años antes que
consideraciones locales, comparaciones y cálculos adapten su juicio al medio.
Me dice Huidobro:
¿Primera impresión de Chile? Ningún adelanto. Creer en adelantos es
vivir de ilusiones. Siempre las mismas caras tristes. La gente baila llorando y me han
dicho que en el Parque Forestal a las parejas las alumbran los guardias con una
linterna...
-Sí, pero... al fin y al cabo el baile y las linternas no son...
-¡Son! Una linterna en si no representará gran cosa, pero sí
representa un valor como símbolo de la mentalidad de un país. Es un síntoma de la
idiotez reinante. Querer reducir toda una ciudad a un patio de colegio jesuita vigilado
por el paco de la esquina y que 500.000 habitantes queden tan tranquilos, significa más
que una linterna sola, significa un síntoma de enfermedad mortal.
-¿Un remedio?
No veo otro más que la inmigración. Para hacer de Chile un país
grande, el grito de guerra de todo verdadero patriota debe ser: ahogar, confundir al
criollo en sangre rubia del norte de Europa.
Otro día, hablando de arte Sur-Americano:
-¿Qué hay de cierto de los triunfos suramericanos en Europa?
-¡Mentira! La opinión que hay en Europa sobre las artes y letras
suramericanas es que ellas se arrastran peniblemente tras las europeas. Por desgracia,
esto es cierto; prueba de ello es que no se ha visto nunca a ningún suramericano que haya
sido iniciador de una nueva estética o teoría filosófica, ni que haya participado en
algún movimiento europeo, cuando el movimiento se desarrollaba. Los suramericanos, sea
por falta de temperamento o por ignorancia o cobardía -no lo sé-, viven con años de
años de retraso, meciéndose en dulce pereza intelectual. Así, el Romanticismo aparece
aquí cuarenta años más tarde que en Francia; el Simbolismo, veinte años; el
Impresionismo, treinta años; etc., etc. En resumen, aquí sólo se aceptan los cadáveres
y los museos. ¡Al menos si entendieran «la lección del museo», que es evolución
constante! Pero no. ¡Existe la eterna desconfianza criolla... Creo que en América desde
el polo norte al polo sur, sólo ha habido dos poetas: Edgar Poe y Rubén Darío. Lo
demás: arpegios de loros!
-¿Y qué más sobre nuestras letras?
-Una cosa que he notado al recibir de varios poetas jóvenes de
distintos puntos del país, sus revistas y libros. Veo que aún síguese aquí con la
creencia de la poesía grandiosa, vigorosa, hecha por el simple empleo de adjetivos y
sustantivos inmensos, confundiendo la fuerza externa, la grandilocuencia y la
declamatoria, con el verdadero vigor. Creen algunos que por hacerse una pequeña lista de
sustantivos y adjetivos formidables, que por decir: «huracán, infinito, montañas,
planetas, destino», ya son grandes, cuando la verdadera fuerza consiste en ser fuerte sin
necesidad de usar nada fuerte. Rafael es más fuerte al pintar la mano de una madona que
un pintor yanqui pintando los biceps de Jack Dempsey. En este caso, la fuerza está en
Dempsey y no en el pintor. Creer lo contrario, es una simple confusión de valores. Lo
«colosal» es siempre débil por ser infantil.
No hay que dejarse dominar por los elementos. Los poetas de aquí me
dan la impresión de seres aplastados por lo inmenso. La verdadera fuerza consiste en
dominar.
Estas palabras me recuerdan la frase dicha por Huidobro en una
conferencia, frase que fue aplaudida por la juventud intelectual que le escuchaba.
«Un poema es una partida de ajedrez jugada contra el infinito.»
Muchas cosas más me ha dicho Huidobro. Por el momento terminemos. Ya
seguiré anotando sus ideas para próximas crónicas.
[La Nación (Santiago de Chile), 29 de abril de
1925]