Dar definiciones de la poesía es muy fácil y muy
difícil; se pueden dar cientos y todas, en el fondo, son insuficientes. La poesía es
revelación, es vida en esencia, es el universo que se pone de pie. En realidad, la
poesía nos hace ver todo como nuevo, como recién nacido, porque ella es descubrimiento,
iluminación del mundo. Cuando sentimos que nos salen alas en la garganta y que todo
nuestro cuerpo tiembla, estamos en presencia de la poesía. La poesía da vida a la muerte
y más vida a la vida. La poesía es la vida de la vida, por eso podemos decir que es el
juego de la vida y de la muerte. Pero, en verdad, todas las definiciones son insuficientes
y acaso una de las mejores sería decir que la poesía es aquello que queda fuera del
alcance de toda definición. Lo que es evidente, es que la poesía no es una entretención
inofensiva como creen muchos, ni es tampoco un compuesto de relaciones irracionales como
han dicho otros. Lo que hay es que, la poesía tiene razones que la razón no conoce,
tiene derecho a entrar en campos vedados, a construir su mundo con una lógica suya propia
que no es la lógica habitual. Así su irracionalidad no es sino aparente. Ella es
profundamente racional dentro de su razón de ser, de su íntima realidad. Sí la
verdadera poesía contiene siempre en su esencia un sentido de rebelión, es porque ella
es protesta contra los límites impuestos al hombre por el hombre mismo, y por la
naturaleza. La poesía es la desesperación de nuestras limitaciones, la poesía tiene
hambre de infinito, de absoluto, de eternidad. Aún el Poema que os aparece como más
sereno o más risueño, está lleno de ansias contenidas. No os fiéis de él, en
cualquier momento pueden estallar sus dinamitas disimuladas y haceros mil pedazos.La poesía siente más que nada el destino del hombre, y cuando creéis
que está cantando, ella está llorando la libertad que es el paraíso perdido o, mejor
dicho, el paraíso nunca hallado del ser humano.
Por otra parte, debo declararle que pensar en la poesía como una
catástrofe de la razón, no me asusta ni asusta tampoco a la poesía.
¿ Qué significación da Ud. a las viejas escuelas, la
simbolista, el parnasianismo y el modernismo?
Creo que todas las escuelas han sido buenas, porque han significado un
proceso de la poesía en diversos caminos, han significado una agudización, un
ahondamiento del sentido poético. Pero, naturalmente, lo más importante dentro de cada
escuela ha sido el aporte de ciertos grandes poetas que por su propia grandeza salen más
allá de sus escuelas, rebasan por todos lados.
¿ Cuáles son, para Ud., los valores más altos que Ud. admira
en esas escuelas pasadas?
Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé, Jarry, Apollinaire. Pero
si le he de decir verdad, prefiero los poetas de mi tiempo a casi todos los pasados. Para
mí, la poesía que más me interesa comienza en mí generación y para hablar claro, le
diré que empieza en mí. Esto no quiere decir que no admire a las grandes figuras de
otros tiempos, les admiro y respeto mucho, pero prefiero a los míos, a los que
están más cerca de mi pecho.
¿Qué piensa de García Lorca?
Que es un poeta muy mediocre. Para mí no tiene ningún interés. En
general, los poetas españoles carecen de imaginación y de inteligencia poética. La
literatura española está aplastada por la retórica, esa terrible retórica del
Mediterráneo, que mantiene ahogados bajo su lápida a todos los escritores de España, de
Italia y muchos de Francia. Bueno, en realidad, Italia no tiene escritores sino
escribanos, como el imbécil del tal Petigrilli, el tanto furibundo de Marinetti y el
tonto estético de D'Annunzio, con su cortejo de frases con miriñaques y crinolinas. Es
increíble en el país del Dante, de ese genio cósmico, asombroso, que cada día me
parece más admirable. Lo mismo sucede en España. ¿Cómo es posible que el magnífico
impulso dado por los grandes poetas del Siglo de Oro no haya tenido continuidad? ¿Qué se
hizo el genio español? Esto ha sido siempre, para mí, un motivo de misterio y de miles
de conjeturas. Seguramente el descubrimiento de América desvió la imaginación española
hacia la aventura vital de los exploradores y conquistadores, y la alejó de toda aventura
intelectual; el español puso su acento en otra clase de conquistas que las espirituales.
Y luego la retórica, la terrible retórica mediterránea, es como una lápida sobre el
corazón, como un casco apretando los sesos; una verdadera armadura de hierro. Fíjese Ud.
que todos los españoles de hoy escriben con un tono engolado, que parece salido de otros
siglos, en un estilo tieso, rígido, con carrasperas de fantasmas y frío, de catedrales o
humedad de cementerios. Escribir bien, para un español, es escribir como se escribía
antes. Por eso la literatura española tiene tan poca vida. No han producido nada en una
cantidad de ramas y subramas de las letras. No tienen un solo gran dramaturgo, ni un
novelista de primer plano, ni un sicólogo, ni un gran pensador. No hay en España un
Dostoievski, ni un Gogol, ni un Tolstoy, ni un Stendhal, ni un Balzac, ni siquiera un
Proust, ni un Meredith, ni un Goethe, ni un Hölderlin, ni un Nietszche, para no
nombrar sino autores de todos conocidos. Lo mejor que ha tenido la literatura española en
los últimos tiempos es acaso Valle Inclán, a pesar de su voz engolada. No hubo en
España un Victor Hugo, un Musset, un Baudelaire, un Rimbaud, un Lautréamont, un
Mallarmé, ni nada comparable. Mientras Inglaterra poseía un Byron, un Shelley, un Black,
España no tenía sino un Zorrilla, un Espronceda, un Núñez de Arce o novelistas como el
señor Pereda, que todavía se atreven a editar los editores hispanos. Frente a esas
montañas, unos tres o cuatro melones huecos. Desde el Siglo de Oro, las letras
españolas, son un desierto intelectual hasta Rubén Darío. Ésta es la verdad, la muy
triste verdad.
¿ Qué piensa Ud. de la poesía chilena?
Creo que está entrando en un buen camino, por lo menos hay un grupo de
nuevos poetas que tratan de superarse y de no dejarse llevar por la facilidad.
¿ Qué piensa de Pablo Neruda?
¿Con qué intención me hace Ud. esta pregunta? ¿Es forzoso bajar de
plano y hablar de cosas mediocres? Ud. sabe que no me agrada lo calugoso, lo gelatinoso.
Yo no tengo alma de sobrina de jefe de estación. Estoy a tantas leguas de todo eso.
¿ Cree Ud. que esa poesía que Ud. llama gelatinosa puede
hacer escuela en América?
Es posible, pero sólo entre los mediocres. Es una poesía fácil,
bobalicona, al alcance de cualquier plumífero. Es, como dice un amigo mío, la poesía
especial para todas las tontas de América.
¿ Cuáles son los poetas jóvenes que más le agradan ?
Desde luego, casi todos los que han colaborado en mi revista Total
y algunos otros poquísimos, que no son muy conocidos. Me interesan altamente Teófilo
Cid, Braulio Arenas, Enrique Gómez, Adrián Jiménez, Eduardo Anguita, Jorge Cáceres,
Carlos de Rokha. Hay otros de los cuales he leído muy poco, y que parecen poseer un
evidente talento poético, pero sería aventurado juzgarlos sobre la base de unas cuantas
páginas.
¿ Qué piensa de la obra de Pablo de Rokha, la Mistral, Ángel
Cruchaga, Max Jara y Pablo Neruda?
De esos que Ud. me nombra, el que más me interesa es Pablo de Rokha;
Max Jara es un hombre inteligente, le aprecio mucho como amigo, pero en lo que respecta a
la poesía no nos hemos podido entender jamás. Nos rechazamos como dos antiimanes, lo que
no nos impide ser viejos amigos. Pero se olvida Ud. de Winet de Rokha y Rosamel de Valle,
que son dos verdaderos poetas, sin dulsainas gelatinosas ni barro verde.
¿ Qué piensa Ud. de la crítica?
La crítica comprensiva, seria, aguda, profunda, me parece necesaria y
no creo que pueda molestar a ningún autor. A mí me interesan las buenas críticas de mis
libros; naturalmente las que más me interesan, son las más elogiosas, porque son las que
me parecen más comprensivas y desde luego, menos superficiales, puesto que yo trato de
escribir lo mejor posible. Aparte de la crítica auténtica, hay el comentario malévolo,
hay el chismorreo asqueroso que en verdad no hace el menor daño a ningún autor. En lo
que a mí se refiere, le aseguro que me sonrío de la cólera sorda que me rodea, de las
intrigas y las porquerías de todos los ratones literarios. No me inquietan en absoluto.
Un amigo me escribía hace poco en una carta: "Después de tu muerte se dirá de ti
que fuiste detestado por todos los canallas de tu tiempo... Y esto es un gran honor".
Así lo creo yo también. Es un gran honor.
(La Nación, Santiago 28 de mayo de 1939, pág. 5).