Sólo para nosotros viven
todas las cosas bajo el Sol,
El poeta es un pequeño Dios.
Y, ¿qué es el mar para el poeta, para este Vicente Huidobro, actor y
víctima voluntaria de sus obras? Un retablo de olas y algas donde desarrollar sus
sueños. El lo ha dicho también: El mar puede apenas ser mi teatro en ciertas tardes.
Allí, pues, vive el escritor, en buscado exilio, rodeado de sus seres
queridos, visitado por sus discípulos, en la alucinadora tarea de crear, la que comienza
leyendo y releyendo, observando, meditando y que concluye componiéndose las febriles
estrofas.
Yo creía, en los días de convivencia, que Huidobro se había ya
desinteresado de los dilemas humanos y escépticamente dejado de preocupar de dilucidarlos.
Seguía como siempre unilateral y violento, tan henchido de ardores: ciego y apasionado en
sus ternuras; sonriente, socarrón en sus odios; encumbrando a los ausentes amigos a
inalcanzables alturas, pisoteando con los pies del escarnio y del desprecio a los
adversarios; irónico, acre, alerto como nervio excitado, rápido de labia, pronto al
cariño y a la burla, suave en la alabanza, implacable en la invectiva. Pero, en
apariencia, desvinculado de toda síntesis impersonal, universal. Tal yo creía. Hasta que
le sonsaqué las verdades y logré que me hablara, buscándole, adivinándole los temas
preferidos, comprendiendo de fuente directa su limpio amor al hombre y eso que una vez
dijo: El hombre es el hombre y yo soy su profeta.
Mi hazaña de hacerle conversar no era grande, porque el escritor se
complace en charlas, en diatribas, en conclusiones dialécticas; y cuando abre la boca,
con la facilidad y firmeza de quien tiene algo que transmitir, cuando redondea su
opinión, que es siempre un mensaje, alza la voz, los ojos fijos, la boca temblorosa, con
exaltación verbal que no admite al auditor duda ni réplica.
Era una tarde de este invierno, tibia y celeste. Yo acompañaba a mi
anfitrión por polvorosos senderos que serpenteaban entre las malvaviscas mordidas por las
liebres. Dejamos atrás el bosque de eucaliptos cenicientos, los sauces y los
saúcos, y los aromos con sus pálidas yemas y los grupos de fucsias agitadas por la brisa
como campanillas de carnaval. (No sé describir ni enumerar los colores, los perfumes ni
el significado de las cosas que nos rodeaban. Y, aunque fuera forzoso trazar el marco
natural, sería imposible hacerlo porque los olores y los perfumes y el sentido lírico de
todo variaban como regalos de cada minuto).
Curioso era escuchar al poeta, bastón de tallada encina en mano,
pistola al cinto, lanzando vibrantes respuestas coreadas por sus negros y olisqueadores
perros que nos seguían, ladrando y saltando a nuestras piernas...
La Guerra y la Poesía
La guerra es el ritomello que tiñe de amargura los labios
de Huidobro. Hecho explicable para quien estuvo cuatro terribles años soportando en carne
propia y sensibilísima el calor de las masacres, amenazado segundo a segundo por la
muerte, sintiendo a su vera las acechanzas de la muerte, la sangre inútilmente vertida,
el hedor de los cadáveres, presenciando el pillaje de las ciudades y la violación de las
mujeres. Espectáculo bárbaro que trae un execrable e inevitable recuerdo, un nuevo y
doloroso modo de asistir a la vida.
¿Hasta qué punto ha cambiado su poética el contacto
directo con la experiencia brutal de la guerra? -le pregunté.
Yo mismo no lo sé. Lo único que sé es que me siento más lleno de
poesía, de ideas que afirmar, de cosas que decir. Siento un vigor y una plenitud como
nunca: un renuevo total.
Vea usted: la guerra produce un desprecio, una desilusión del hombre.
Pero, al mismo tiempo, una gran ternura por esos niños desvalidos, desorientados, que se
llaman hombres; un fondo de ternura que se entremezcla constantemente al desprecio,
haciendo desaparecer todo sentimiento demasiado rotundo.
Cabe preguntarse por qué el nombre de niños se trueca de
pronto por el de hombres, y por qué no por el de fantasmas o el de títeres. Los
hombres son fantasmas o fantasmones un poco más peligrosos que los niños, porque son
actuantes y, por esto mismo, más cómicos o más trágicos.
¿Cambia un hombre que ha leído todo Shakespeare, o todo Cervantes, o
Pascal o Montaigne o Dostoyevski? Sí cambia. Y si a la mayoría nada le pasa es porque no
ha comprendido nada.
Muchísimo tiene que transformarnos la guerra. La sangre, los alaridos
de dolor, los gritos de rabia, el ruido infernal de los cañones, todo ese drama
siniestro, ¿se soporta acaso fácilmente? Claro que sí. Increíble es cómo el hombre se
habitúa a todo, pero también es innegable que el horroroso peso de esa visión cotidiana
ha de dejar profundas huellas en su espíritu. Pasar días y meses por sobre moribundos
tiene que modificarnos; el choque tan acelerado de las sensaciones y de los sentimientos
debe forzosamente hacernos variar.
No sólo mi poética sino toda mi persona y mi manera de mirar la
existencia y de sentirla tienen que haberse transmutado. Un amigo me decía que la vida ha
sido demasiado generosa conmigo y que, en estos tiempos tan artificiales y tan llenos de
mediocridad, yo soy uno de los raros poetas con vida de poeta... Yo opino que la
mediocridad triunfante ha existido siempre; es natural que así sea, porque lo fácil es
más asequible que lo difícil. Lo fácil desaparece pronto, pero lo difícil, más duro
de masticar, lleva siempre semillas de eternidad.
Panorama Actual y Futuro
El miedo a la bomba atómica, ¿Puede traer la paz y
acabar definitivamente con las guerras?
No. Lo mismo se dijo hace años a propósito de los gases
asfixiantes. Ningún progreso bueno para la guerra lo es para la paz, salvo que los
hombres sean capaces de volverlo al revés completamente. Lo que sería un problema de
adelanto espiritual y no material.
Es lamentable que la utilización de la energía atómica haya empezado
en el plano bélico. Es una mancha en el destino de la humanidad que nada podrá borrar y
que autorizará a nuestros descendientes para mirarnos con muy legítima compasión.
¿ Cómo ve usted el panorama del mundo actual y los problemas
en que nos debatimos?
El hombre pasa por un mal momento de su historia. El gusano
está dentro de su capullo, en una larga noche, devorándose a sí mismo, para luego salir
convertido en algo más espiritual, menos grosero.
Desgraciadamente hay demasiadas fuerzas oscuras que se oponen a toda
metamorfosis. El primer asunto es que todos los dirigentes políticos son tontos, ciegos,
sordos y, ¡oh, calamidad!, no son mudos.
Se diría que la inteligencia ha emigrado a otros sectores: ciencia,
poesía, artes plásticas, ingeniería, arquitectura o medicina.
Esos angelitos de la política pretenden resolver conflictos del siglo
XX con mentalidad del siglo XIX..., y de la peor época de esa centuria. Hay que jugar con
otro naipe que ellos no conocen. Ya no hay reina de pique, ni as de trébol, ni caballo de
copas, ni siete de bastos; los que conocen la nueva baraja no encuentran sitio para
sentarse y empezar la nueva gran partida histórica..., a menos que saquen a los otros por
la solapa. Paréntesis que será de violencia y confusión en la sala.
Toda esa batahola de vulgaridad nos está desilusionando. El hombre
moderno está sufriendo de una especie de vértigo de ausencia: no sabe a quién creer ni
en qué creer. Contradicciones y confusionismo lo arrastran a la exasperación; de pronto
oiremos la trágica alarma, el "sálvese quien pueda", y entonces veremos un
lindo caos ("Sálvese quien pueda" es el título de un acápite en una de mis
obras).
Nunca hubo tanto asco sobre la tierra. Sin embargo, en medio de la
desilusión general, jamás ha habido un mayor número de ilusiones particulares. No
perdemos la esperanza; deseamos ser mejores y lo seremos, pese a todas nuestras caídas,
nuestros tanteos, nuestras vacilaciones.
No obstante, hay todavía quienes creen que esta guerra se hizo para
conseguir la supervivencia del mundo más reaccionario y más antihistórico. ¡Cuánto
esfuerzo se ha desplegado en perfeccionar los métodos para aplastar al hombre! ¡Cuán
poco en desarrollar los que enseñarían a libertarlo, a dignificarlo y elevarlo!
Política, Cosa de Tontos
¿ Concibe usted al poeta en función política?
Lo concibo en función poética, o sea, en función de su
oficio, que es un oficio largo y difícil, y tan absorbente que un espíritu serio no
tiene margen para otras ocupaciones que exijan también atención y estudio.
Peligrosa es la absorción de la política. En general, los políticos
son bastante estúpidos, mentes vulgares sin cultura; están llenos de ambiciones
pequeñas y obsesionados por el éxito inmediato, son resbaladizos, tramposos. ¿Qué
saben ellos de poesía? Nada; por eso proclamarán a los mediocres y no comprenderán a
los realmente superiores. Sólo los poetas semejantes a ellos pueden avenirse con ellos;
la mediocridad habla el mismo lenguaje. Casi todos los poetas con una dominante política
entregan la dignidad de su profesión, no solamente porque no la comprenden ni la sienten,
sino además por razones de arribismo. Tal es el fenómeno corriente.
Las tiendas políticas poseen hoy día un aparato muy bien montado para
la propaganda de sus feligreses. Ayer eran los jesuitas los que tenían la más excelente
técnica propagandística; ahora, otras sectas y partidos son los herederos de esa
técnica. Pero el confusionismo sembrado es momentáneo y a corto plazo.
Se achaca a ciertos bandos de extrema izquierda el monopolio de inflar
peleles , pseudoartísticos. Pero, ¿puede olvidarse el número de imbéciles literarios
que inflaron el nazismo en Alemania y el fascismo en Italia? ¿Y a ese señor José
María Pemán, el supremo paquidermo de la lengua castellana hinchado por el falangismo
hispáico?
¿Cuál es la cuestión vital de nuestro tiempo?
Ésta es una tremenda pregunta que necesitaría muchas
páginas para ser contestada.
El mal del siglo, lo repito, es un vértigo de la nada, un vacío que
siente el hombre que no tiene fe en nadie ni en ninguna doctrina, y que no puede tenerla
porque ni los sujetos que se presentan como dirigentes ni las doctrinas la merecen.
En todas las criaturas verdaderamente conscientes reina un estado de
angustia; ningún espíritu se siente cómodo en este ambiente de hoy, tan gaseoso y
caótico. Súmanse los desequilibrios hasta formar un desequilibrio total; y no se oye una
voz que pueda resolverlos, coagular la catástrofe, presentar una solución tangible y
satisfactoria.
Mi problema, muy personal, se resuelve en vivir en armonía con los
seres circundantes y en consagrarme a mi oficio. En poseer el sentido de la grandeza, en
construirse uno mismo cada día y en sentir fuertemente esta construcción íntima en tal
forma que ella alcance caracteres universales,
Los que han vívido largos años en la desarmonía saben toda la
importancia del vivir armónico. Lo conocen y aspiran a ello. Fundamental es establecer en
el globo el mayor bienestar posible y la seguridad de todos, no de unos cuantos
privilegiados. Se trata de fundar un nuevo idioma que no sea defensivo, temeroso,
equívoco, sino firme, sólido, de hombre a hombre, no de tramposo a tramposo.
Los Escritores Atacarán...
Nos detenemos en una vertiente de cristalinas y delgadas aguas.
Huidobro enmudece, admira un rato el cielo que se va poniendo tenue de luz; y, después,
se dobla a recoger al borde de la sonora cascada unos hongos gigantes. Y con delectación
de abate de la Edad Media, me anticipa los sabores de la próxima cena: la sopa de
cebollas, la carne y el vino, los, hediondos y magníficos quesos, los postres
innumerables.
Vicente, ¿qué ha hecho usted después de haber sufrido el
hambre en Europa?
Comer con más ganas que antes.
Y al cabo de una pausa, le interrogo sorpresivamente:
¿A quiénes deben atacar los escritores?
A todos los valores falsos que obstruyen el paso de la verdad. A
los fanáticos de cualquiera doctrina que entorpezcan la marcha de la libertad. A los
esclavos de sus propias pasiones que impidan el desarrollo de la bondad. En una palabra, a
todos aquellos en los cuales domina la animalidad de los ancestros primates sobre la
razón.
Felizmente hay una favorable reacción. El número de los que
despiertan a la realidad aumenta cada vez más. A pesar del odio y de los ataques de la
mediocridad, a pesar de las negras intrigas de todas las cofradías de izquierda o de
derecha, a pesar de todos los "esclavos de la consigna", la luz seguirá
creciendo y aumentando su calor vivificante dentro del cerebro humano para equilibrar a la
tierra que se enfría.
Los falsos valores levantados por conveniencias del momento van
desinflándose con rapidez pasmosa. Un amigo me declaraba el año pasado, en París: «Si
Paul Eluard, obligado por consignas, declarara que Félix Potin o el pequeño Picetti eran
grandes poetas, nadie le creería. Todos nos reiríamos. Hace algún tiempo, muchos
jóvenes lo habrían tomado en serio». Esto es exacto. La seriedad va imponiéndose.
La Última Etapa
He leído en un periódico inglés que a usted lo
colocan, junto con André Breton, Paul Eluard y Elliot, entre los más
grandes poetas de esta era. ¿Qué piensa usted de ellos? ¿ Qué artistas
prefiere?
Breton es un hombre de inteligencia asombrosa; hablé mucho
con él, últimamente, en Nueva York; es uno de los pocos que no han decaído en absoluto
en la hecatombe intelectual paralela a la guerra. Es un poeta de verdad.
En cambio, Elliot es un mediocre, un pequeño Claudel pueblerino y
latero. Me gusta Hans Arp, el único con quien he escrito un libro entero; me gustan René
Daumal, que murió durante la guerra; Jacques Prevert, que era para mí un oasis de
poesía y cordura y Henri Michaux y Ribemont-Dessaignes. En resumen, mis amigos del
corazón y los que más frecuenté en los días en que iba a París con permiso desde el
frente.
¿Cuál es su última etapa poética?
Me referiré primero a la penúltima, a los libros nacidos en
la guerra.
Uno se llama Sin días y sin noches, y trata
principalmente de esa sensación de estar fuera del tiempo que yo experimenté, sobre
todo, al final del conflicto. Otro se llama Utilidad de las estrellas, y se refiere
a la sensación de verse protegido y guiado por un destino especial, como defendido
por la misma poesía cual un hijo inválido por su madre. El tercero es un libro de poemas
que titulé El precio del alba (anunciado ya hace más de un año en Francia y en
el Uruguay). Estos poemas muestran el precio que yo he pagado -y que fue casi mi vida- por
un renacimiento espiritual completo, por la plenitud, por la renovación absoluta de mi
ser.
Respecto a la última etapa, puedo adelantarle que ella se compone de
poemitas en un tono muy diferente, quizá con algún parentesco con Tout à Coup. Algunos
que han leído esos versos inéditos los encuentran demasiado desprendidos o
desencarnados. Tal vez lo sean. En todo caso, obedecen a un momento muy primordial de mi
vida.
Pronunciadas estas frases con timbre grave y sereno, el poeta se
envuelve en hondas reflexiones. En lo alto de la colina, destacándose en el crepúsculo,
surgen las ágiles siluetas de su esposa, de su hijo. Lo llaman insistentemente, y él,
sacudiendo las dulciamargas ideas, alegrado de súbito, acude a los frescos clamores.
Yo permanezco solo y pienso: Huidobro es la imagen del desencantado.
No cree como antaño, con entusiasmo, abiertamente, en los prodigios
del género humano. Más no se desespera. Y busca nuevas y apacibles fórmulas de luchar
por ese bien que le está faltando a los hombres.
No quiere que le sigan los prosélitos ni se ilusiona en una virtud
contagiosa de sus lecciones. El dice una verdad que a todos alcanza, que habíamos
olvidado, pero inesperada y muy amplia. Y eso le basta.
[Zig Zag (Santiago de Chile), 26 de septiembre de 1946.]