La vida de
Huidobro es tan agitada y dinámica como sus teorías. Acaba de llegar de Alemania, donde
dictó conferencias y discutió con matemáticos, cineastas y filósofos. Estuvo en Rusia
y luego piensa ir a Suecia y Noruega...
Sus actividades son múltiples. Interesado en el problema social de la
India, escribe y publica un libro de propaganda y de combate revolucionario: «Finis
Britannia».
Esto le acarrea la antipatía de los ingleses, un abrazo postal de
Mahatma Ghandi... y una ligera desventura: de la noche a la mañana, desaparece. Su
familia y sus amigos creen en una desgracia. A los tres días está de nuevo en su casa.
Ha sido secuestrado. Regresa de su prisión como de un viaje al campo: sonriente, un poco
despeinado...
Todos los diarios de París reproducen su retrato. Se le entrevista.
Conmueve por algunas horas la atención pública.
-Sé que muchos se rieron del atentado de que fui víctima, dice. Los
periodistas echaron el asunto a la broma. Y créame que sólo fue despecho. Cuando
regresé a esta casa, un centenar de gacetilleros me esperaba. Los había de todos los
periódicos del mundo: ingleses, americanos, franceses, rusos, suecos, italianos... Todos
querían saber. Todos querían ser los primeros en dar la clave. Y a todos los eché de
casa sin decirles nada.
Algunos amigos, entre ellos Picasso, Cocteau, Lipchitz, me dijeron que
estaba mal esto que hacía con los periodistas. ¡Qué ridiculez! Yo tengo mucho que hacer
y además no soy un fantoche. ¿Quiere usted saber quiénes fuero n los autores del
secuestro? Ya sus nombres están en poder de la policía. Fueron dos scouts irlandeses...
Pero esto es cosa pasada. Bien pasada. Ahora estoy ocupado con mi film. ¿Sabía usted que
yo preparaba un film? ¿No sabían esto en Chile? Será algo nuevo, muy nuevo en París.
Mosjowkine es un actor de talento y dirigido por mí hará una cosa buena. Yo tengo
condiciones para ser el mejor director cinematográfico. También el mejor actor. Me
gustaría hacer un Napoleón. ¿Ha notado usted mi gran parecido con Napoleón? (Aquí el
poeta se pone de pie y se echa un mechón de cabellos sobre la frente, dobla un brazo
sobre el pecho, lleva el otro a la espalda y sus ojos miran hacia un horizonte lejano e
imaginario). La pose dura un segundo. Luego continúa:
-Mi film se llamará Cagliostro. Además, regularizaré la
aparición de mi revista Création. Y este año debo publicar por lo menos
cuatro libros. Hay uno de estética y otro de crítica. De acerba crítica. Es necesario
fustigar a los imbéciles para mantenerlos a distancia, como a los perros, con un látigo.
Para los imbéciles mi palabra es un látigo. Este libro llamará profundamente la
atención en América. Se titulará Tierra Natal, y, por supuesto, versará sobre
asuntos de la vida chilena. Los otros dos son de poesía.
¿Volver a Chile? ¡Quién sabe! París, sólo París es la ciudad en
que se puede vivir dignamente. Yo conozco todos los países de la tierra, he ido en todas
direcciones, y, cada vez que me alejo de París, me alejo con dolor. Y cada vez que vuelvo
mi corazón tiembla, se estremece de alegría.
Ir a Chile... Sí. Deseo ir, hacer un viaje. Pero este viaje no está
cercano.
Allá se me acusa de antipatriota, porque aparezco en las Antologías
francesas como poeta francés. ¿Tengo yo la culpa? Además, nadie se fija, nadie se
acuerda de que ante cualquier monumento hermoso, ante cualquier obra grande de la
humanidad, yo no dejo nunca de pensar: ¡No hemos hecho nada en Chile. No tenemos nada: ni
arquitectura, ni música, ni poesía. Y éste es el verdadero patriotismo: dolerse de los
defectos, llorar sobre los vacíos y anhelar y luchar para extinguir esos defectos y
llenar esos huecos.
Habla Huidobro con una locuacidad admirable. Salta de un tema en otro
con agilidad y destreza. Se enreda a veces, a veces resbala, pero un ligero movimiento de
los pies, una sabia flexión... y ya lo tenemos de nuevo dispuesto a otro salto.
-Yo he descubierto, yo he creado un Arte nuevo.
Mostrándome una escultura de Lipchitz, dice:
-Vea usted qué maravilla...
Es una escultura cubista. Un racimo de aristas Y de planos que se
cortan y se enlazan. Yo miro, comprendo cómo está hecho eso, comprendo que es una cosa
que está fuera de lo cotidiano, una cosa «creada», en fin, pero confieso que esta
creación no me produce sino una impresión de aridez y de frialdad.
Huidobro se exalta:
-¡Cómo no siente usted esto! ¡Es encantador! ¿Qué nombre tiene? No
lo sé. No lo necesita. Es una escultura, como una fruta es una fruta. Tiene sabor y
calidad Y vida propia. Mírela usted bien.
Hay una línea imborrable, un abismo insalvable entre el Arte y la
Realidad. El artista no debe darnos lo habitual. Debe crear. Hasta ahora se ha hecho arte
«en torno de». Hay que desechar lo poético, lo pictórico o lo musical, y crear la
poesía, la pintura y la música. El poema, como toda obra de arte, es un invento. Sus
elementos están dispersos en el espacio. Encontrándolos y uniéndolos en el tiempo, se
crea el poema. Y el poema, así, tendrá vida propia como el árbol y el pájaro.
Hay que barrer lo anecdótico, evitar el relato. Sólo lo absurdo, lo
inhabitual, está dentro del arte. Los hechos, las acciones, están dentro de la vida
real.
La poesía pura, según Huidobro, empieza con el creacionismio. Hasta
ahora sólo se ha hecho relato poético. El culto del recuerdo ha prestado a las cosas una
belleza falsa. Esto ya lo dijo Platón muy claramente: «Son bellas las cosas sólo por el
recuerdo». El poeta, el artista, debe tomar las cosas, transformarlas, crear la belleza,
inventar la belleza.
Así el hombre primitivo tomó la piedra, tomó la madera, las
transformó e inventó, «creó» la rueda, la flecha, el vaso. ¿Cómo valorar la bondad
de una obra creada? ¿Cómo saber si ella es buena o mala si no existe punto alguno de
control?
Pregunta absurda. Una obra de arte será buena cuando cuente con los
elementos indispensables de la obra de arte; cuando dentro de ella no haya elementos
extraños.
Una naranja es buena cuando no tiene sabor a pera o a manzana... o a
naranja mala. ¿Cómo se hace, cómo se crea un poema? Esto es impertinente y ridículo.
Una mariposa llama nuestra atención y llena nuestra admiración. A nadie se le ocurre
preguntar cómo se hace una mariposa.
Y el poema o cualquier obra de arte creada tiene tanta vida y puede
tener tanta belleza como un nenúfar o un ruiseñor.
Y ahora bajemos a Montparnasse, iremos al «Jockey». Hay allí negros
de Africa que musicalizan muy bien y ciertas mujeres doradas cuya danza conmueve...
[Artículo de prensa recogido por René de Costa en Chilenos en
París (Santiago, La Novela Nueva, 1930)]