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Manifiesto de
Manifiestos
Después de lanzados
los últimos manifiestos acerca de la poesía, acabo de leer los míos y, más que nunca,
me afirmo en mis antiguas teorías.
Tengo aquí los manifiestos dadaístas de Tristán Tzara, tres
manifiestos surrealistas y mis artículos y manifiestos propios. Lo primero que compruebo
es que todos coincidimos en ciertos puntos, en una lógica sobrestimación de la poesía y
en un también lógico desprecio del realismo.
El realismo en el sentido usual de la palabra, es decir, como
descripción más o menos hábil de las verdades preexistentes, no nos interesa y ni siquiera
lo discutimos, pues la verdad artística empieza allí donde termina la verdad de la vida.
El realismo carece de carta de ciudadanía en nuestro país.
Los manifiestos dadaístas de Tzara fueron tan comentados a su hora que
no vale la pena volver sobre ellos. Además, son mucho más surrealistas -al menos en su
forma- que los manifiestos surrealistas. Aparecieron para hacer un papel absolutamente
necesario y bienhechor en un momento determinado en que era preciso demoler y luego
despejar el terreno.
Por su parte, los manifiestos surrealistas proclaman el sueño y la
escritura automática.
Según Louis Aragon el surrealismo habría sido descubierto por Crevel
en 1919. Y Breton da la siguiente definición del surrealismo: "Automatismo psíquico
puro mediante el cual uno se propone expresar el verdadero funcionamiento del pensar.
Dictado del pensar ajeno a cualquier control de la razón."
¿Pero quién puede decir que es éste y no otro el verdadero
funcionamiento del pensar? El vocablo "pensar" ya implica control. El pensar es
la vida interior. Es, según Descartes, conocimiento, sensación, pasión, imaginación,
volición.
El pensar es memoria, imaginación y juicio. No es un cuerpo simple,
sino compuesto.
¿Creéis que es posible separar, apartar alguno de sus componentes?
¿Podéis mostrar algún poema nacido de este automatismo psíquico puro del que habláis?
¿Creéis que el control de la razón no se lleva a cabo? ¿Estáis
seguros de que estas cosas de apariencia espontánea no os llegan a la pluma ya
controladas y con el pase-libre horriblemente oficial de un juicio anterior (tal
vez de larga fecha) en el instante de la producción?
Tal vez penséis haber simplificado y resuelto un problema que es mucho
más complejo.
Lo que sostengo es que no podéis aislar una de las facultades del
pensar, que no podéis apartar la razón de las demás facultades del intelecto, salvo en
el caso de una lesión orgánica, estado patológico imposible de producir
voluntariamente.
Desde el instante en que el escritor se sienta ante la mesa lápiz en mano,
existe una voluntad de producir y (no juguemos con las frases) el automatismo desaparece,
pues él es esencialmente involuntario y maquinal. Desde el instante en que os preparáis
para escribir, el pensamiento surge controlado.
El automatismo psíquico puro -es decir, la espontaneidad, completa- no
existe. Pues todo movimiento, como lo dice la ciencia, es transformación de
un movimiento anterior.
Sois víctimas de una apariencia de espontaneidad.
Sé que hay otros estetas que han sostenido idénticas teorías. No
creo que ignoréis que todo esto ha sido objeto de discusiones desde hace algunos siglos.
El italiano Vico decía en su Scienza Nuova, publicada en Nápoles en 1725,
que "mientras más débil es el razonar más robusta habrá de ser la
fantasía". Y, sin ir tan lejos, Henri Bergson escribía, veinte años atrás, que
"el sueño es la vida mental completa", ya que durante el sueño
desaparecen toda tensión y esfuerzo, pues es la precisión que exige el coordinar la que
obliga a esforzarse.
Platón decía del poeta: "No cantará nunca sin cierto transporte
divino, sin cierto suave furor. Lejos de él la fría razón; desde que quiere
obedecerle, se acaban los versos, se acaban los oráculos."
Creo que ello es evidente. Lejos del poeta la fría razón; pero
hay otra razón que no es fría, que mientras el poeta trabaja se halla al unísono con el
calor de su alma, y de la que pronto hablaré. Estamos ante una sencilla confusión de
planos.
Supongamos, incluso, que pudierais producir este automatismo psíquico
puro, que pudierais disociar la conciencia a voluntad, ¿quién podría probaros que
vuestras obras son superiores?, ¿qué con ello éstas ganan en vez de perder? Para qué
dar tanta importancia a esta semipersonalidad (pues el automatismo sólo reside en los
centros corticales inferiores) y no dársela a nuestra personalidad total y verdadera.
¿Acaso creéis que un hombre dormido es más hombre -o menos
interesante- que uno despierto?
No niego la existencia de los actos automáticos, pero ellos son
precisamente los actos habituales, es decir, los más vulgares. Al pensar en algo
importante, podéis arreglaros automáticamente el nudo de la corbata, sin que este gesto
pase más allá de los centros cerebrales secundarios. Pero si pensáis en repetir
dicho gesto, él ya se os ha hecho consciente, y el juicio y el control han intervenido.
Cuando se repite varias veces un acto complicado, tiende a hacerse automático. Lo mismo
ocurre en el dominio del espíritu.
E igual cosa para los sueños. La característica del sueño consiste
en la anulación de la voluntad. Esto no impide, desde luego, el que persistan otras
actividades psíquicas. Pero, desde el instante en que queráis expresarías por escrito,
la conciencia entra instantáneamente en el juego. No hay modo de evitar esto, y lo que
escribáis no habrá nacido de un automatismo psíquico puro.
Aunque no os hayáis dado cuenta, una buena dosis de control se os
habrá mezclado al discurso.
Sé que el automatismo entra en gran medida en la producción de las
obras de arte; pero éste no es el automatismo del impulso que proclamáis sino el de la
inspiración. Y los psicólogos hallan gran diferencia entre ambos.
Ahora bien, esta manera de escribir, consistente en dejar correr la
pluma bajo el impulso de un dictado automático que brota del sueño, les quita al poeta y
a la poesía toda la fuerza de su delirio natural (natural en los poetas), les arrebata el
misterio racial de su origen y de su realización, el juego completo del ensamble de las
palabras, juego consciente, aun en medio de la fiebre del mayor lirismo, y que es lo
único que apasiona al poeta.
Si me arrebataran el instante de la producción, el momento maravilloso
de la mirada abierta desmesuradamente hasta llenar el universo y absorberlo como una
bomba, el instante apasionante de ese juego consistente en reunir en el papel los varios
elementos, de esta partida de ajedrez contra el infinito, el único momento que me hace
olvidar la realidad cotidiana, yo me suicidaría.
Mi vida está pendiente de ese momento de delirio. Encuentro que lo
demás no vale la pena de sufrirlo.
El poeta no tiene en su vida ningún otro placer comparable al estado
de clarividencia de las horas de producción.
Por tanto, si vuestro surrealismo pretende hacernos escribir como un
médium, automáticamente, a la velocidad de un lápiz en la pista de las motocicletas y
sin el juego profundo de todas nuestras facultades puestas bajo presión, jamás
aceptaremos vuestras fórmulas.
Considero inferior vuestra poesía, tanto por su origen como por sus
medios. Hacéis que la poesía descienda hasta convertirse en un banal truco de
espiritismo.
La poesía ha de ser creada por el poeta, con toda la fuerza de sus
sentidos más despiertos que nunca. El poeta tiene un papel activo y no pasivo en la
composición y el engranaje de su poema.
Si seguimos vuestras teorías caeremos en el arte de los
improvisadores. Todos los improvisadores actúan conforme a vuestros principios. No son
los amos sino los esclavos de su imaginaría mental. Se dejan llevar por un dictado
interno y el resultado es un rosario de fuegos fatuos que sólo toca nuestra sensibilidad
epidérmica, nuestros sentidos más externos.
No, por favor; es demasiado fácil, demasiado banal.
La poesía es algo mucho más serio, mucho más formidable, y surge de
nuestra superconciencia.
Tal como dije en mis conferencias de Buenos Aires, de Madrid, de
Berlín, de Estocolmo y de París, en el teatro de la plaza Rapp, en enero de 1922,
"el poema
creacionista sólo nace de un estado de superconciencia o de delirio poético".
Voy, pues, a definir qué entiendo por superconciencia. La
superconciencia se logra cuando nuestras facultades intelectuales adquieren una intensidad
vibratorio superior, una longitud de onda, una calidad de onda, infinitamente más
poderosa que de ordinario. En el poeta, este estado puede producirse, puede desencadenarse
mediante algún hecho insignificante e invisible, a veces, para el propio poeta.
En el estado de superconciencia la razón y la imaginación traspasan
la atmósfera habitual, se hallan como electrificadas, nuestro aparato cerebral está a
alta presión.
La posibilidad de ponerse en ese estado sólo pertenece a los
poetas, y no hay nada más falso que aquel refrán que dice: "De poeta y loco todos
tenemos un poco."
El ensueño poético nace generalmente de un estado de debilidad
cerebral;(1) en cambio la superconciencia, el delirio poético, nace de
una corteza cerebral rica y bien alimentada.
En el delirio -que es mucho más hermoso que el ensueño- sigue estando
controlada la razón (éste es un hecho comprobado por la ciencia), control que no existe
en el sueño natural.
Dicho control no es el de la fría razón de que habla Platón, sino el
de una razón elevada hasta la misma altura, puesta en el mismo plano de la imaginación.
El delirio es una especie de convergencia intensiva de todo nuestro
mecanismo intelectual hacia un deseo sobrehumano, hacia un impulso conquistador de
infinito.
El delirio es irreal, absolutamente irreal en la vida. Pero es una
realidad para quien lo produce y para quienes logran alcanzarlo, impregnarse de su
atmósfera. Es decir, es una realidad en un plano diferente al ordinario. Es
una realidad en ese plano extrahabitual que llamamos Arte.
El delirio es la facultad que tienen algunas personas de excitarse
naturalmente hasta el transporte, de poseer un mecanismo cerebral tan sensible que los
hechos del mundo exterior pueden ponerlos en dicho estado de fiebre y alta frecuencia
nemónica.
La razón le sigue. La razón le ayuda a organizarse en la creación de
ese hecho nuevo que él está produciendo. Paralelamente a la imaginación, en el delirio
la razón sube hasta las grandes alturas en que la atmósfera terrestre se rarifica y se
necesitan pulmones especiales para respirarla, pues si ambas no se hallan de acuerdo la
razón se ahogará.
Esta razón controla, esta razón aparta los elementos impuros que
querrían mezclarse a los demás para estar en buena compañía. Ella es el tamiz y la
organizadora del delirio, y sin ella vuestro poema sería una obra impura, híbrida.
Y mientras que el ensueño pertenece a todo el mundo, el delirio sólo
pertenece a los poetas.
Una misteriosa conjunción de hechos, tan libres en su origen como en
su causa inmediata, desata en el alma del poeta todo un mecanismo de juego de campanas a
percusión, y la máquina se pone en marcha, cargada de millones de calorías, de esas
calorías químicas que transforman el carbón en diamante, pues la poesía es la
transmutación de todas las cosas en piedras preciosas.
En suma: el estado de ensueño existe, nadie lo discute, todos los
poetas lo conocen y ha sido proclamado tanto por los buenos como por los malos. He aquí
como lo definía Sully Prudhomme, que no era un faro:
"Contemplación
interior de una sucesión de estados de conciencia asociados espontáneamente. La
atención del soñador es maquinal e inconsciente, no le cuesta esfuerzo alguno; se parece
a la del espectador que se halla cautivado por una escena dramática. Sólo consiste
en una acomodación espontánea del espíritu a su objetivo, tal como el ojo se acomoda al
suyo"
Pero el estado
de ensueño nada tiene que ver con el dictado automático ni con el sueño, y dicho estado
de ensueño inconsciente vosotros lo cortáis, lo detenéis de inmediato en el instante en
que queréis expresarle. El ensueño libre, al perder su espontaneidad, se transforma en
ensueño sometido y lleno de grandes dosis de pensamiento regulador.
Respecto a la imaginación, los surrealistas nos dan como novedad
aquella definición que dice que la imaginación es la facultad mediante la cual el hombre
puede reunir dos realidades distantes.
Esta definición, que di en mi libro Pasando y pasando, en
1913, no como inventada por mí sino como la definición que uno encuentra corrientemente
en cualquier texto de retórica que no sea muy malo, es tal vez una de las más antiguas
que se conocen.
No sólo la encontraréis en los textos de estética, sino que
os bastará con abrir el Diccionario Filosófico de Voltaire. en el vocablo
imaginación, y allí encontraréis: Ella reúne varios objetos distantes.
Idéntica definición hallaréis en la Psicología de Abel
Rey, publicada en París en 1903, en las páginas 309-311.
Veis, pues, que ella no es de ayer, que no es tan original como
creéis.
Yo agregaba entonces, y lo repito ahora, que el poeta es aquel que
sorprende la relación oculta que existe entre las cosas más lejanas, los ocultos hilos
que las unen. Hay que pulsar aquellos hilos como las cuerdas de un arpa, y producir una
resonancia que ponga en movimiento las dos realidades lejanas.
La imagen es el broche que las une, el broche de luz. Y su poder reside
en la alegría de la revelación, pues toda revelación, todo descubrimiento produce en el
hombre un estado de entusiasmo. Al hombre le gusta que se le muestren ciertos aspectos de
las cosas, ciertos sentidos ocultos de los fenómenos, o ciertas formas que, de ser más o
menos habituales, pasan a ser imprevistas, a adquirir doble importancia.
Pues bien, yo digo que la imagen constituye una revelación. Y mientras
más sorprendente sea esta revelación, más trascendental será su efecto.
Para el poeta creacionista será una serie de revelaciones dadas
mediante imágenes puras, sin excluir las demás revelaciones de conceptos ni el elemento
misterio, la que creará aquella atmósfera de maravilla que llamamos poema.
En los manifiestos surrealistas hay muchas cosas bien dichas, y si los
surrealistas producen obras que denoten un momento de gran altura del cerebro humano,
serán dignos de todas las alabanzas.
Debemos darles crédito, aunque no aceptemos su camino y no creamos en
la exactitud de su teoría.
En el manifiesto de André Breton, veo citados como ejemplos de imagen
bella, como ejemplos de imagen muy depurada:
La nuit rentre dans un sac
(2)
O:
Dans le ruisseau il y à une chanson qui coule.(3)
Dos imágenes de una
banalidad espantosa y de una relación tan fácil como que una se basa en el lugar común La
noche como boca de lobo y la otra en el clisé El canto del agua. Sin ser poeta
pueden hallarse tales imágenes.
Prefiero mucho más aquella mía que encontraréis en Horizon
Carré, que dice:
La nuit sort de sous
les meubles,(4)
y en mi poema Adán,
escrito en 1914, refiriéndome al mar:
No se sabe si es el agua la
que produce el canto
o si es el canto el que produce el agua.
Sin embargo, de
ningún modo las pondría como ejemplo al hablar de imágenes que no presentan ni el menor
grado de premeditación.
El vocablo premeditación me hace pensar en el problema del
origen de las imágenes, problema que apenas bosquejamos hace un momento al hablar del
automatismo psíquico puro.
¿De dónde procede el bagaje poético del poeta? ¿En qué
época penetraron sus componentes en su cerebro?
He aquí lo que deberíamos conocer y lo que no es posible saber.
Nuestros cinco sentidos, como hormigas, parten por el mundo en busca de
los alimentos que cada uno, entrando por su propio agujero, vendrá a depositar en su
casillero particular. Las pequeñas hormigas depositarán su botín en él.
¿Pero recordamos qué día entraron? ¿Sabemos cómo las controló
nuestra razón?
Incluso mediante la más sutil y continua gimnástica introspectiva
(pienso en la introspección bergsoniana), llegaremos a descubrir alguna vez el verdadero
origen de todos esos residuos, de todas esas combinaciones en estado latente, sin fecha
posible, que bullen en el fondo de nuestro cerebro y se multiplican como bacilos en
cultivo.
Pues en nuestro alambique espiritual, en constante ebullición,
existen los que Loeb y Bohn llaman "fenómenos asociativos y sensibilidad
diferencial" y la razón, a cada instante, mete su cuchara en este alambique de
asociación y contrastes; y tal vez cuando proclamáis lo fortuito y lo arbitrario
estáis como nunca lejos de ambos.
No creo que las páginas más hermosas de la literatura hayan sido
producidas bajo un dictado automático. Estoy convencido, incluso, de que las que parecen
más locas provienen, por el contrario, de momentos en que nuestra conciencia se halla
plenamente despierta.
Cuando Ben Jonson en Volpone o el Zorro hace decir al viejo
Volpone: Tus baños se harán en esencia de alhelíes, en espíritu de rosas y de
violetas, en leche de unicornio, en aliento de pantera conservada en una caja y
mezclada con vino de Creta. Beberemos oro y ámbar hasta que el techo gire hasta
darnos vértigo", Ben Jonson no ha visto esto en un sueño, sino que su fiebre
lírica ha subido por grados, su delirio se ha caldeado por etapas hasta permitirle hallar
(mediante todas sus facultades) aquellos baños de aliento de pantera.
Jamás olvidaré el gesto de admiración y las exclamaciones de
Apollinaire cuando le mostré, durante la guerra, una tarde que comía en mi casa, esas
admirables páginas de Ben Jonson, el dramaturgo inglés que tanto influyera en
Shakespeare.
Asimismo, cuando era estudiante, recuerdo haber subrayado páginas de
Rabelais, asombrosas por su falta de sentido, por su voluntaria y buscada falta de
sentido, que producían, no obstante, una perturbación especial en el espíritu, muy
cercana a las perturbaciones que debe producir la más alta poesía.
Sin duda recordáis, queridos amigos, el discurso del señor de Baiscul
en el capítulo IX del Pantagruel:
Precisamente
pasaban seis blancos entre los dos trópicos, hacia el cenit y la malla, tanto más
que los montes Rifos habían sufrido aquel año una gran esterilidad de embustes
a causa de una sedición de cuchufletas que estalló entre los Barragüinos
y lov Accursieros a propósito de la rebelión de los suizos que se habían reunido
en el número de tres, seis, nueve y diez para ir al muérdago de año nuevo el
primer día del año, cuando se lleva la cena a los bueyes y la llave del
carbón a las jovencitas para dar la avena a los perros. Durante toda la noche no
se hizo más (con la mano sobre la olla) que despachar mensajeros a pie y a
caballo para retener los barcos; pues los sastres no querían confeccionar restos
robados.
Una cerbatana
Para cubrir el mar Océano
que, por el momento, estaba embarazada de una
ollada de coles, según la opinión de los hacinadores de henos, pero los físicos
decían que en su orina no reconocían ningún signo evidente.
Al paso de la aventurada,
Comer hachas con mostaza,
Dad también una
mirada al discurso pronunciado por el señor de Humevesne ante Pantagruel:
Si
un pobre diablo acude a las piezas de baño para hacerse maquillar el hocico con
bosta de vaca o para comprarse botas de agua, los sargentos que trasladan a los
soldados de la ronda reciben el caldo de alguna lavativa o la materia fecal
de una silla perforada en la cabeza. ¿Debemos, no obstante, cortar las mamas y freír las
escudillas de madera? A veces pensamos en lo uno, pero Dios hace lo otro, y
cuando el sol se ha puesto todos los animales están a la sombra. No quiero
que se me crea esto último si no se lo pruebo a la gente en forma violenta y en
pleno día.
El año 36 yo había comprado un caballo tronzo de Alemania, alto y
corto, de bastante buena lana, y coloración de semilla, como me lo aseguraban los
orfebres, no obstante, el notario puso su etcétera en él. De ningún modo soy lo
suficientemente docto como para coger la luna con mis dientes, pero en el pote de
mantequilla donde se sellaban los instrumentos volcánicos corría el rumor de que el buey
salado hacía encontrar el vino a medianoche y sin candela, aunque se hallara oculto en el
fondo de un saco de carbonero, calzado y albardado con la testera y las escarcelas
requeridas para freír en buena forma una cabeza de botón. Y cuán cierto es lo que dice
el proverbio: que hace bien ver vacas negras en un bosque quemado cuando uno se halla
gozando de sus amores.
Hice que los doctos señores examinaran el asunto y, como solución,
concluyeron que no hay nada como segar el verano en una cueva bien provista de papel y
tinta, y de plumas y cortaplumas de Lyon, junto al Ródano, TARABIN TARABAS,(5) pues tan
pronto como un arnés toca el agua, la carcoma lo roe hasta el hígado y después no hace
más que sublevársele la tortícolis cuando se ha dormido luego de cenar, y he aquí lo
que encarece tanto la sal.
Y la respuesta de Pantagruel:
Considerar la horripilación del murciélago declinando valerosamente del solsticio
estival para echar un requiebro a los cuentos de vieja que tuvieron el alfil
del peón debido a las malvadas vejaciones de los lucífugos nicticoraces que se
hallan bajo o el clima romano de un crucifijo a caballo que engafaba una
ballesta con los riñones, el pedigüeño tuvo razón de calafatear el galeón que
la buena mujer hinchaba, con un pie calzado y el otro desnudo, reembolsándole,
bajo y tieso en su conciencia, tantas tonterías como pelos hay en dieciocho
vacas y otras tantas para el bordador. Igualmente es declarado inocente del
caso especial de las metrequeferías en que todos pensaban que había incurrido, de
lo que no podía alegremente defecar, sobre la decisión de un par de
guantes perfumados, de pedorreras a la candela de nuez, a la usanza de su país de
Mirebalais, aflojando la bolina con las broncíneas balas de cañón cuyos pinches
de cocina amasaban contestablemente sus legumbres roídas de lirón a todas las
campanillas de gavilán hechas en punto de Hungría que su cuñado llevaba
memorablemente en un canasto limítrofe bordado con hocicos con tres cabríos
descaderados de canabaserías, a la perrera angular de donde sacan el papagayo
vermiforme con el plumero.
En las
citas que acabáis de leer, es lo insólito, lo sorpresivo, lo que nos conmueve y disloca.
Un poema sólo es tal cuando existe en él lo inhabitual. Desde el
momento en que un poema se convierte en algo habitual, no emociona, no maravilla, no
inquieta más, y deja, por lo tanto, de ser un poema, pues inquietar, maravillar,
emocionar nuestras raíces es lo propio de la poesía.
La vida de un poema depende de la duración de su carga eléctrica. Me
pregunto si los habrá eternos.
Es evidente que nada de aquello a que estamos acostumbrados nos
emociona. Un poema debe ser algo inhabitual, pero hecho a base de cosas que manejamos
constantemente, de cosas que están cerca de nuestro pecho, pues si el poema inhabitual
también se halla construido a base de elementos inhabituales, nos asombrará más que
emocionarnos.
Lo que asombra no transporta, no eleva el espíritu hasta las alturas
del vértigo consciente.
Hay que ser un verdadero poeta para poder dar a las cosas que se
hallan cerca de nosotros la carga suficiente para que nos maravillen; hay que ser poeta
para enhebrar las palabras cotidianas en un filamento Osram incandescentes, y para que
esta luminosidad interna caldee el alma en las latitudes a que se nos precipita.
El poeta es un motor de alta frecuencia espiritual, es quien da vida a
lo que no la tiene; cada palabra, cada frase adquiere en su garganta una vida propia. y
nueva, y va a anidarse palpitante de calor en el alma del lector.
Ser poeta consiste en tener una dosis tal de particular
humanidad, que pueda conferírsela a todo lo que pase a través del organismo cierta
electricidad atómica profunda, cierto calor nunca dado por otros a esas mismas palabras,
cierto calor que hace cambiar de dimensión y color a las palabras.
Debo citar nuevamente a Platón, que a veces dice cosas bellísimas
sobre los poetas, sobre los poetas con los cuales se portó bastante mal en sus momentos
de tonterías:
Esta piedra que Eurípides llama magnética, y el pueblo heracleana, no sólo tiene
el poder de atraer anillos de hierro, sino también el de comunicar su fuerza a los
propios anillos, que pueden, como ella, atraer a otros; y a menudo puede verse una
larga cadena compuesta de anillos suspendidos, a la que únicamente el amante
presta la virtud que los sostiene. Del mismo modo la Musa transporta a los poetas
hasta el entusiasmo; los, poetas, por su parte, la hacen descender hasta
nosotros, formándose, así, una cadena de inspiración.
Luego
agrega que los grandes poetas deben "las bellas creaciones de su genio a una llama
celeste, a un dios", y pocas líneas después defiende la verdad poética diciendo:
Los poetas líricos no nos engarzan cuando nos hablan de todo aquello que su
imaginación les hace ver.
En la
época en que yo apuntaba mis meditaciones acerca de la poesía, ignoraba las teorías del
poeta Saint-Pol-Roux, pero ya un fluido secreto me llevaba hacia él. Por esto hablé a
menudo de él, y cité muchas veces sus poemas, leídos en antologías, y me indignaba
sobre todo contra Reny de Gourmont, quien, con una falta de respeto única, traducía sus
imágenes al lenguaje vulgar y osaba establecer una tabla de estas mismas imágenes con un
igual a de una impertinencia e ingenuidad intolerables.
Debemos proclamarlo en voz alta: Saint-PolRoux fue uno de los pocos
artistas que quisieron dar al poeta todo el prestigio que entraña este vocablo mágico.
Yo aplaudo con todo mi corazón a los jóvenes poetas que han hecho
resurgir al Magnífico, con toda su magnificencia natural, de un casi olvido horriblemente
injusto.
Yo mismo me siento avergonzado de declararlo: pero yo, en diez años
que llevo en París, no pensé en comprar sus obras, y sólo en enero de este año fui al Mercure
de France a pedirlas. Desgraciadamente están agotadas y no se piensa en reeditarlas.
(¿No habría algún medio para hacerlas reeditar?)
Ya en 1913, este hombre admirable dijo cosas que transcribo aquí con la
mayor alegría:
Geómetra es lo absoluto, el arte va ahora a fundar comarcas, comarcas que sólo
participarán del universo tradicional por su único recuerdo básico,
comarcas en cierta forma registradas bajo una rúbrica de autor; y estas comarcas
originales donde la hora será dada por los latidos del corazón del poeta, donde
el vapor estará constituido por su aliento, donde las tempestades y las primaveras
serán sus alegrías y sus penas, donde la atmósfera será el resultado de su
fluido, donde las ondas expresarán su emoción, donde las fuerzas serán los
músculos de su energía, y de las energías subyugadas, estas comarcas, digo, el
poeta en un patético parto las amoblará con la población espontánea, con sus
tipos personales.
La ciencia propiamente dicha nada tendrá que pretender de esos
milagros, al declararse súbitamente la poesía ciencia en sí, ciencia de las ciencias,
capaz de bastarse, en posesión de reglas caprichosas, que se diferenciarán de un poeta a
otro, a pesar de provenir de una ley primordial, la ley de los dioses. |
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