CARLOS
FAZ
Su
figura transmitía una impresión de vitalidad interior que
se desbordaba justamente en las imágenes de sus cuadros. Era
un ser pleno, integralmente joven, tanto, que, a pesar del
mérito de sus obras, se sabía que ellas no eran sino los balbuceos
primeros de su gran creación futura. Es doloroso saber que
nunca veremos estas manifestaciones visibles de su auténtico
genio, cuya compañía animadora hemos perdido, hace dos días
para siempre. ¿Dónde estará? Ser tan poderoso no podría desvanecerse
así no más, ahogado en las aguas del Mississippi, como un
joven héroe novelesco de julién Green.
Poseía
una visión poética del mundo y organizaba plásticamente figuras
innumerables que emanaban de una fantasía que no se daba descanso.
En sus cuadros había humor y humanidad. Le interesaban escenas
populares, asuntos curiosos que expresaba con gracia, con
atrevimiento plástico y, en el detalle de los gestos, con
ternura. No quería abandonarse a la simple facilidad ni regodearse
con el éxito, que obtuvo incondicionalmente a edad muy temprana.
Poseía el sentido del oficio y pretendia llegar a una madurez
técnica, a la cual se aproxima con sus últimos grabados. La
Unión Panamericana envió algunos de ellos -a pedido del Instituto
de Extensión de Artes Plásticas- para incluirlos en la selección
chilena de la II Bienal de Sao Paulo. Se advierten allí sus
grandes avances y, sobre todo, su esfuerzo sostenido por alcanzar
una maestría que estaba al alcance de sus privilegiados medios.
Cuán
poco nos deja, aparentemente: un puñado de lienzos, algunos
de ellos excelentes, un hálito de juventud, no empañada todavía
por realización definitiva alguna. Pero, en el fondo, nos
da mucho más: una aprensión entrañable, una pregunta indescifrable
y sin respuesta, una leyenda personal que con su misterio
mismo nos enriquece y nos acerca, obscuramente, a él.
Luis
Oyarzún Peña. La Nación,
7 octubre, 1953, p. 4.