EL
VITALISMO DEL COLOR EN HENRI MATISSE
Entre
las muchas cosas que nos ha dejad Matisse en su obra, pocas
habría más atrayentes que el vitalismo que la impregna. Es
la suya, en efecto, no sólo una pintura abierta al mundo,
llameante de vida. Además opera sobre el espectador directamente,
vitalmente. Sería de seguro aventurado decir que Matisse llevó
al Fauvismo hasta las últimas consecuencias, desde que, a
la distancia, difícilmente podríamos discernir en tal movimiento
un sentido de acabada coherencia interior. Pero no hay duda
de que algunos de los índices que sirvieron para reconocer
en su tiempo a los fauves sólo en Matisse logran realizarse
de modo perfecto y entregar la totalidad de su substancia
expresiva.
En
primer término, la pintura de Matisse llegó efectivamente
a ser -y no sólo a aparecer- como una expresión directa de
la vida sensible, como la creación pura del ojo enriquecido
por las restantes contribuciones de la sensibilidad. Ella
surge del más prístino y fundamental contacto de los sentidos
con el mundo y surge como una respuesta que el artista formula
utilizando un lenguaje cuyo elemento central es el color.
Pocos vieron tan lúcidamente como Matisse la inmediatez de
nuestra experiencia cromático, el hecho de que el color es
capaz de afectarnos por si mismo aun al margen de toda figuración,
y el no menos revelador e importante de que nuestra respuesta
sensorial ante los estímulos del mundo puede darse creadoramente
por idéntico medio. Desde este punto de partida, todas las
aventuras visuales serían posibles.
Acostumbrados
a ver el mundo sensible como sistema de formas, límites o
perfiles que configuran a la vez nuestro ambiente físico y
el repertorio indispensable de nuestros instrumentos, solemos
olvidar que en ese mundo de la experiencia humana el color
es tan esencial como la línea y el volumen, y de seguro, muchísimo
más adecuado que ellos a la proyección expresiva de la vida.
Pues, si la pintura se encierra o equilibra en la arquitectura
de los trazos y masas que se sostienen mutuamente, sólo por
el color llega a liberarse, en último término, la expresividad
de las formas, desde que el movimiento no podrá nunca ser
sino el fruto adventicio de un trompe I'oeil, acaso más táctil
que visual en su origen. "Exagerar lo esencial",
había recomendado Van Gogh. Para Matisse, lo esencial será
justamente el elemento cromático de la pintura, es decir,
la vitalidad de lo sensible, expresándose con inmediatez en
la creación y organización de superficies coloreadas. Así
fue cómo alguna vez escribió que "el Fauvismo es la parte
viviente de los maestros, sobre todo de los coloristas. El
calor de la sangre que corrió por sus venas, fue lo que nosotros
quisimos recuperar, no para imitarlos de rodillas, sino colocándonos
en las mismas condiciones que ellos ante la naturaleza y su
misterio. No teníamos necesidad de sus mismas palabras. Nos
bastaba la llama de sus obras, sobre todo la de aquéllos que
habían sufrido, antes que cualquier otro placer, la emoción
ante la naturaleza, y después el Louvre -dos cosas que han
experimentado los jóvenes, sin confundirlas, sin embargo,
así como se puede amar individualmente a dos mujeres distintas".
Los
Fauves propiciaron una aceptación -o captura- virulenta de
la vida en el plano de la expresión, elevado por ellos a la
categoría de actitud primera del espíritu. De ahí mismo arranca
el sentido trascendente que Matisse restituye a lo decorativo,
considerado como simple adorno por la estética plástica tradicional.
Pues, si se comprende a la pintura como expresión directa
de la vida sensible, y al color como su más inmediato vehículo,
cambiará radicalmente la significación que se atribuye a lo
decorativo, puesto que su creación habrá de adquirir el carácter
necesario de aquellas actividades que son impuestas por la
naturaleza misma del espíritu humano. El hombre decora, juega
con el color y secundariamente con la línea, llevado por un
impulso tan espontáneo y tan insustituible como aquél que
lo lleva a cantar, a musicalizar las palabras comunes, a entregarlas
sin más perennidad que la de la hierba seca a la hoguera de
la música que las devora y las eleva, imprevisible y danzante.
Cantando, primero con palabras y después sin ellas, el hombre
responde vitalmente al llamado de la vida. De modo análogo
juega con las formas plásticas, pero mientras la línea siempre
de algún modo configura objetos o alude a ellos, el color
puede ser tan libre de toda intención intelectual figurativa
como la música pura.
Tal
vez sea ése el sentido de la afirmación de Matisse, cuando
asegura que expresión y decoración son lo mismo.
Los
Fauves iniciaron -o intensificaron- en la pintura una revolución
natural; la revolución del espacio pictórico. ¿Buscó Matisse,
con el decorativismo, una naturalidad más profunda, es decir,
una traducción más justa del espacio real de la experiencia
sensible? No estamos en condiciones de dar una respuesta.
Pero sí vale la pena insistir otra vez en la importancia sensorial
-estética de la experiencia cromática y en el papel desmedrado
que le corresponde dentro de la representación científica
y utilitaria del mundo. No hay que cansarse de recordar que
gran parte de nuestra experiencia sensible real es, consciente
o inconscientemente, percepción de superficies coloreadas,
intensamente cargada de afectividad. Por eso, el juego pictórico
en Matisse se nos aparece tan natural y tan primario como
la respuesta del órgano sensorial ante el estímulo que lo
impresiona, En él -y no sólo en él, es claro, pero en él más
inteligentemente que en todos los demás-, el espacio y la
luz tienden a ser expresados a través del color, animado con
toda la fuerza de su irracionalidad, Con razón escribe Georges
Duthuit: "Debe haber algo detrás del color, que sólo
él puede transmitir. Es un misterio, un misterio que os da
a veces, como la música, deseo de sonreír y de llorar".
Aunque sea acaso vano pensar que debe haber algo detrás del
color, pues, ¿por qué no seria el color mismo revelador de
una suerte de ultimidad ontológica de lo sensible? ¿Por qué
no pensar que ese efecto inefable que nos procura, resulta
de la convergencia misteriosa de nuestra propia naturaleza
sensible con la externa, en un diálogo sin palabras? Lo cierto
es que el color produce una especie de liberación del alma
cuando sus combinaciones coinciden con oscuras y fundamentales
necesidades perceptivas, cosa que descubrió por su lado el
propio Matisse, cuando instituyó la función extática que cumplen
el negro, el blando y el gris, dispuestos hábilmente entre
complementarios.
No
seria tan aventurado afirmar que en sus largas y sistemáticas
exploraciones andaba Matisse en busca de sensaciones primeras,
de algo así como los colores difícilmente encontrables con
que el alma se expresa a sí misma en el descubrimiento gozoso
de las cosas. Sólo tal color podría ser la base de la pintura-pintura,
arte sin ideas y sin anécdota. Recordemos sus desesperados
combates en Vence, en busca del color justo e inaprehensible.
La tela final -confiesa en 1942- tenía colores distintos a
los de todas las anteriores. Su búsqueda azarosa se dirigía
quizá hacia lo simple, hacia lo cualitativamente simple o
primero, hacia una especie de piedra filosofal de la pintura.
¿No es ésa la significación de sus conocidas frases: "los
bellos azules, los bellos rojos, los bellos amarillos, las
materias que remueven el fondo sensual de los hombres, los
principios que dan vida..."? La luz misma llega a ser
un acorde entre las superficies intensamente coloreadas. "Mi
cuadro La Musique, fue hecho con un bello azul para el cielo,
el más hermoso de los azules, con la superficie coloreada
hasta la saturación, es decir, hasta el punto en que el azul,
la idea del azul absoluto, aparecía enteramente; con el verde
de los árboles y el bermellón vibrante de los cuerpos. Con
estos tres colores formé mi acorde luminoso y alcancé la pureza
del tinte. Signo particular, la forma se modificaba según
las reacciones de las vecindades coloreadas. Pues la expresión
proviene de la superficie coloreada que el espectador capta
por entero".
Sólo
así la pintura puede ser directamente expresión y no medio
de expresión, instrumento para expresar otra cosa. "No
puedo distinguir entre el sentimiento que tengo de la vida
y la manera como lo traduzco".
De
tal modo se expresa en la pintura de Matisse una de las formas
del vitalismo artístico. Por el color, la pintura es vida,
respuesta vital, y no interpretación o comentario de la vida,
y, por amplio que sea el registro de sus motivaciones posibles,
sin esta condición, que la acerca a la música, es decir, al
fondo primigenio de las artes, tiende a aproximarse a la menos
artística de ellas, a la literatura.
Luis
Oyarzún Peña