RETABLOS
PERUANOS
El
Museo de Arte Popular, dependiente del instituto de Extensión
de Artes Plásticas de la Universidad de Chile, ha tenido la
feliz y oportuna iniciativa de exhibir en estos días de Semana
Santa una serie de retablos peruanos, en una de las vitrinas
de la Librería del Pacifico.
Desde
hace años, el Museo, creado y dirigido por el escritor Tomás
Lago, viene cumpliendo una función valiosísima. Situado en
una de las más bellas explanadas del Cerro Santa Lucia, en
una atmósfera de grato retiro, sus vitrinas y anaqueles -demasiado
estrechos para contener el caudal ya crecido de las piezas
de arte popular que Tomás Lago ha buscado por toda América-
nos ofrecen variadas colecciones de alfarería, cestería y
tejidos, animados por los dedos imaginativos de nuestros pueblos.
En tales objetos se unen funcionalmente la fantasía y la necesidad,
la belleza y el uso, y la conjunción suele intensificar, en
vez de aminorarla, la significación artística de estas creaciones.
Como
buen Museo vivo, el de Arte Popular no teme abandonar sus
límites. Ahora ha salido otra vez de ellos y ha venido a instalarse
en plena calle Ahumada, como para recordar a todo el mundo
que los venerables temas de la Pasión, de la Cruz y de la
Resurrección siguen excitando la imaginación creadora de artistas
anónimos, o casi anónimos, como el autor de estos retablos,
Joaquín López. Su historia es curiosa. Desde hacia mucho,
la artesanía colonial de los retablos peruanos parecía perdida,
hasta que José Sabogal, uno de los más notables pintores contemporáneos
del Perú, descubrió en el pueblo de Huamanga, no lejos de
Ayacucho, al humilde artesano que mantenía la vieja tradición
y se ganaba la vida con ese oficio que había abrazado con
amor. Sabogal lo dio a conocer en los círculos artísticos,
y con ello la restablería, sin perder su carácter primariamente
popular, ha vuelto a expandirse.
Algunos
de esos retablos -donados por el Gobierno peruano al Museo
de Arte Popular- son los que ahora vemos. Dentro de un arca
de madera, gozosamente decorada con trazos infantiles que
describen flores, pájaros o simples figuras ornamentales,
se aprieta una muchedumbre de figuras hirvientes de color,
alrededor de Cristo, la Virgen, los Reyes Magos, la Cruz,
los símbolos de la Pasión. Así ve el artista vernáculo las
grandes escenas de su fe, que expresa con un lenguaje plástico
cargado de exigencias cromáticas. Bastante ha hecho ya el
Museo de Arte Popular -y mucho más seguirá haciendo- por dar
a conocer esta veta indispensable de la cultura hispanoamericana.
Vale la pena recordar que él es el único establecimiento de
su género en América que engloba a creaciones artísticas provenientes
de todos nuestros países. Desde el primer momento, Tomás Lago
quiso darle carácter continental, y lo ha logrado.
Luis
Oyarzún Peña. La Nación,
2 de abril, 1953, p. 4.