EXPOSICIONES
DE LA SEMANA
La
exposición de Hardy Wistuba, en la sala del Banco de Chile,
acentúa las características ya conocidas del artista y, al
mismo tiempo, presagia nuevas evoluciones, que por el momento
no se ven sino embrionariamente sugeridas. Nadie podría negar
que Wistuba, en el sentido del oficio, posee sobresalientes
condiciones naturales. Es, desde luego, un acuarelista que,
sin forzarse, puede crear atmósferas envolventes, grandes
espacios, cielos dramáticamente modulados, colores que, dentro
de una limitada gama cercana al gris, se armonizan con maestría.
Así lo prueban no pocas de las acuarelas que ahora exhibe:
Paisaje Nº6, de Puerto Montt y Nº14 de Apoquindo. Se advierte
allí un evidente dominio de los recursos del oficio y un espíritu
poético que se aviene bien con las exigencias del género.
Diríase que, situado frente a la perspectiva de las formas
naturales, el pintor se deja seducir y hasta arrebatar por
ellas, y que enseguida las canta, con mano controlada por
una disciplina interior fundamentada en reglas implícitas
de natural refinamiento. Sus cielos son dramáticos, las nubes
se mueven libremente en el aire y se contorsionan elegantemente
en lilas y grises que se funden en transiciones que no podrían
ser tan excelentemente dadas sin sabiduría y sensibilidad
poco frecuentes.
Pero
donde se adivinan las proyecciones futuras del artista es
en sus óleos, que todavía vacilan, sin embargo, entre diversas
posibilidades. Es aquí la materia más vibrante; la hallamos
más presente en la vehemencia del tratamiento técnico, en
los violentos empastes y en la riqueza del pigmento pictórico.
Su paisaje de Chin Chin (Puerto Montt), Nº19, posee un áspero
dramatismo y delata un acercamiento emocional a la tierra
que se resuelve en ritmos discontinuos que producen, incluso,
un efecto de caos telúrico, a pesar del dominio ejercido por
el artista sobre su propia técnica. Mas, al contrario de lo
que ocurre en sus acuarelas, se presiente que su control ha
sido en este caso vencido por un arrebato que, sin hacerlo
abandonar las formas de la realidad, tiene algo de onírico.
Algo del húmedo poder de esas laderas, de esos árboles y de
esas umbrías; una fuerza constructiva y destructiva a la vez
ha fascinado el pincel y lo ha hecho desdecirse de sus hábitos.
El producto es interesante, aunque inconcluso, pero abre una
nueva salida. En otros óleos experiméntase un contraste entre
la frialdad del cielo y el ardor de la tierra, que sugiere
posibilidades inéditas para el arte de Wistuba, si se deja
llevar por esta vocación que se vislumbra en él, y que consiste
en percibir los dinamismos materiales y cromáticos de un suelo
que puede ser poblado por la multiplicidad de las formas.
Es
interesante mencionar dos o tres telas en las cuales Wistuba
se nos aparece como un distinguido continuador de cierta tradición
de la pintura chilena, que tiene su punto de origen en Juan
Francisco González, y que se reconoce por el énfasis lírico
en el tratamiento de la luz que se quiebra en innumerables
vibraciones de color sobre la superficie de los objetos crepusculares;
tal es el caso de su Paisaje de Santiago (Nº24) y de su Iglesia
de Apoquíndo (N2 22), manchas que sorprenden bellezas fugitivas
característicamente nuestras. El óleo Nº30, Playa de Las Cruces,
tiene el encanto de los coloristas ingleses discípulos de
Turner.
Pintor
de tanta facilidad debe afrontar el riesgo de sus propias
virtudes. En primer lugar, su apego a una naturaleza que su
refinamiento, más o menos cómodo y pusilánime, ha llegado
a convencionalizar en su propia pintura. Y enseguida su indiscutible
elegancia que puede llegar a confinarse en un buen gusto superficial
que inhiba en él la capacidad de aventura en el mundo de las
formas.
En
la Sala del Instituto Chileno Norteamericano han expuesto
sus obras -óleos y dibujos- dos artistas transhumantes -Nicolás
Rubio y Peter Sussmann-, que, después de haber atravesado
los Andes en un carro de caballos, aspiran a recorrer América
en el mismo vehículo. Sus condiciones plásticas, a juzgar
por las obras que presentan, no son comparables a sus habilidades
excursionísticas. No se puede hacer todo al mismo tiempo.
Basta alegrarse con ellos de que sea posible vencer pampas
y montes y, a la vez, mirar, dibujar y pintar.
Luis
Oyarzún Peña. La Nación,
1 junio, 1953, p. 4.