La obra de Rablaci es una reflexión sobre el desarraigo, la soledad y la desconexión, que para algunos es interpretado como un proceso creativo que alude al exilio respecto del origen –del suelo fértil a uno infértil- que es una metáfora de una naturaleza que agoniza como consecuencia de los mecanismos de producción humanos con los que comparte espacio.
La escultura que se fusiona con lo orgánico, mantiene una relación con la vida. Ese árbol despojado de tierra que se resiste a la muerte, es un árbol que grita desesperado: los troncos volcados con sus ramas hacia la tierra y sus raíces hacia el cielo, subvierten la relación de lo erguido con el cielo. Es una escultura que se invierte porque rechaza la búsqueda por lo divino y somete a lo terrenal.
El desarraigo se manifiesta en la obra fotográfica como una voluntad de producir imágenes fuertes. La iluminación que las acoge, las impregna de un clima prácticamente opresivo que refuerza la carga de extrañeza y que las transforma prácticamente en escenarios de una narrativa fantástica. “La obra de Rablaci se instala en un borde: recrea una naturaleza fantástica desde un imaginario muy contemporáneo, en el cual todo puede devenir espectáculo, haciendo de lo espectacular el espacio del contacto entre arte y naturaleza”, comenta Francisco Brugnoli, curador del MAC. |