Ficha
biográfica
Salvador
Reyes nació en Copiapó, en la calle Colipí, y aun cuando nunca residió
en su ciudad natal, ella, como él mismo lo ha señalado, le ha ejercido
fuerte influencia "como las leyendas de sus derroteros, las breves
visiones de sus serranías y las historias de la Guerra del Pacífico".
Su infancia y adolescencia las vivió principalmente en Antofagasta, Taltal,
Celdera y Valparaíso.
Estudió
en el Instituto Comercial de Antofagasta. Su primer trabajo fue en una
bodega de maderas y frutos del país de Taltal. Allí, en 1915, empieza
a colaborar en el diario El Día.
Sus
primeras lecturas de adolescente fueron Gómez Carrillo, Valle Inclán,
los Machado, Rubén Darío, Carrere, Jean Lorrain, Colette. Entre los chilenos,
Daniel de la Vega y Pedro Sienna.
En
Santiago, donde llega hacia 1920, ejerce principalmente el periodismo,
escribiendo en Zig-Zag, Las Últimas Noticias, la revista
Hoy, en donde hace célebre su pseudónimo Simbad. Dirige la importante
revista literaria Letras.
En
1938, al subir al poder el Frente Popular, Pedro Aguirre Cerda lo nombra
cónsul en París. Permanece en el Servicio del Ministerio de Relaciones
Exteriores hasta su jubilación en 1967. Ejerce cargos principalmente en
París, Atenas, Ankara, Puerto Príncipe.
"El
que nadie me conozca no me deprime, pues es un hecho natural", escribe,
con un ademán desganado de dandy, Salvador Reyes, al iniciar sus Memorias
(llamadas "¡Qué diablos! La vida es así") en la revista Mapocho.
Pero sus libros se venden, se agotan, se suceden las ediciones, y el Premio
Nacional de Literatura de 1967 que recibió con un gesto desaprensivo lo
colocó en primer plano de la actualidad, como sucede todos los años en
el país, cuando por un momento las primeras planas de los diarios acogen
el nombre de un escritor junto a los de un deportista o un criminal o
un político.
Salvador
Reyes, pese a que se califica de escritor "amateur", lleva cincuenta
años de labor y su obra es numerosa y continua. Sin contar centenares
de artículos dispersos, sobre las más diversas materias. En este sentido,
su actividad es ejemplar. Su lugar en nuestras letras se afirma sobre
todo en la década del 30, cuando capitaneando el movimiento rotulado "Imaginista"
por los críticos de ese entonces, representa una apertura hacia el universalismo
en nuestra literatura, sin dejar tampoco de estar su obra enraizada en
nuestros mitos y costumbres, en nuestra historia. Así, habla sobre la
expedición del pirata Sharp en el siglo XVII (Ruta de sangre), narra sus
andanzas por las tierras nortinas o las australes, capta el ambiente de
nuestros puertos a la manera de Mac Orlan con su "fantástico social".
Su obra influyó en la juventud, y Francisco Santana semana a semana, la
llegada de El matador de tiburones agotado en la capital. En cuanto a
la poesía, aún cuando éste no sea lugar para una fundamentación, nos adherimos
a la opinión de Fernando García Oldini, el cual escribía en 1929 que Pablo
de Rokha, Neruda y Salvador Reyes eran los poetas que traían un "estremecimiento
nuevo" (recordemos que Huidobro realizaba su obra fuera del país
desde 1917, y la mayor parte de ella estaba escrita en francés).
Salvador
Reyes ha sido un amable interlocutor para Arbol de Letras, de fácil
y amena charla, desmintiendo una aparente hosquedad que disimula tal vez
la timidez o el orgullo, aun cuando como sus maestros Cendrars o Mac Orlan,
es reacio a hablar acerca de literatura, prefiriendo escribirla, al revés
de la mayoría de nuestros escritores.
Empezamos
la conversación interrogando al laureado sobre sus futuros libros:
-
Recién aparece Peregrinajes literarios por Francia en la Editorial
Andrés Bello. Preparo un libro de viajes por el Oriente. He reunido bajo
el título Amorosas, poetas y viajeros una colección de ensayos sobre variados
personajes: Robert Louis Stevenson, Pualina Bonaparte, la Castiglione,
y tengo listo un libro de poemas el cual llamaré tal vez "El arponero".
-
Recordamos haber leído en la revista Ancora de Antofagasta
un poema llamado precisamente "El arponero", junto a otro:
"Niña del mundo". Fue una sorpresa para nosotros, pues
no recordábamos haber visto nada suyo en verso desde Las mareas
del sur.
-
Nunca he dejado de escribir poemas. Además, no hay que olvidar que
mi vocación primera fue la poesía, luego pasé al relato. Firmé mis
primeros versos con el seudónimo de Claudio Guido en la revista
Iris de Antofagasta, que administraba el dibujante Zaide,
quien en uno de sus poemas -publicado a los quince años- reclamaba
para sí mismo "la más solitaria de las tumbas".
-
Si tuviera que escoger cuatro poetas predilectos ¿con cuáles se
quedaría?
-
En primer lugar Baudelaire. Luego Tristán Corbiére, Milozs, al cual
conocí en la tradición de DHalmar, llegando mi entusiasmo
hasta el punto de copiar todo el libro a máquina en varias copias
que hacía circular. Y agregaré por fin a Blaise Cendrars cuya Semana
Santa en New York me parece uno de los más dramátcios testimonios
de solidaridad humana contemporánea.
-
¿Y sus autores preferidos en prosa?
-
Balzac que siempre estoy leyendo, con cualquiera de su libros, Stendhal
cuya Cartuja de Parma considero la más hermosa novela que
se haya escrito. Luego Tolstoy, Pío Baroja, de nuevo Blaise Cendrars
con su Moravagine o Dan Jack. Y no quiero dejar de
nombrar a Flaubert, en cuya Educación sentimental veo todo el novelar
contemporáneo.
-
Es fácil darse cuenta que en su lista ideal predominan los nombres
franceses.
-
Es natural, soy un gran admirador de Francia. Francia y Grecia son
los países en donde me gustaría vivir, si no estuviera en Chile.
Y soy admirador de Francia al revés del chileno medio que es enemigo
del espíritu francés del sentido de medida, el orden, la alegría
de vivir que caracterizan al pueblo galo. Por otra parte, estamos
mal informados sobre la política de Francia, las agencias noticiosas
son unilaterales, es sabido.
-
Volviendo al tema literario ¿qué le parece la actual narrativa hispanoamericana?
-
Prácticamente no la conozco. Me quedan muchos libros por leer y
escribir, y poco tiempo por delante. Ahora estoy embarcado en las
Antimemorias, de Malraux que voy viendo con mucha calma.
-
¿Y la literatura chilena?
-
Vale mi misma respuesta para su pregunta anterior. No olvide que
he estado muchos años lejos, desarraigado del medio. Un libro que
me ha impresionado es Adiós a la Familia, de Braulio Arenas;
valía la pena que se haya demorado tantos años en escribirlo. Como
estamos conversando sobre libros le contaré una desilusión. Entusiasmado
por las películas sobre textos de la Duras decidí leer el Vicecónsul,
que me interesaba por el tema, y por desarrollarse en lugares que
yo no conocía. Pero créame a que pese a que lo escogí para leerlo
en un viaje en barco, no pude llegar ni a la mitad. Me parecía interminable,
lleno de personajes que realizaban andanzas sin ton ni son... Sin
embargo, me siguen gustando sus películas. El año pasado vi aquí
su Verano a las 10.30, con la dirección de Jules Dassin,
que me pareció bastante buena, pese a las opiniones contrarias de
la crítica.
-
El cine, sin duda, constituye una afición suya de siempre. ¿qué
otros filmes le han impresionado últimamente?
-
Además de la que ya le nombré, Un hombre y una mujer, de
Lelouch, y particularmente La estación de nuestro amor, esa
película italiana que tan hondamente retrata el destino de una generación
escéptica y acomodaticia.
-
Pasando a otro tema, siempre se recuerda entre los conocedores la
revista Letras que usted fundó y dirigió desde 1929 al 31,
y en donde por primera vez en Chile se pudo leer en traducciones
a Blaise Cendrars, Lord Dunsany, Carl Sandburg, Saint-Pol Roux y
tantos otros. Una revista que coló hondamente en la sensibilidad
de una época y que tuvo mucha influencia.
-
Letras nació de la reuniones que teníamos con un grupo de
amigos, en donde estaban Luis Enrique Délano, Ángel Cruchaga, Manuel
Eduardo Hübner. Empezó a financiarse con los avisos que ya conseguía
con empresas distribuidoras de cine. Pero el problema principal
era conseguir que los colaboradores cumplieran. Había punto menos
que llorarles. Un problema de todas las revistas literarias en medio.
Recuerdo sin embargo una experiencia curiosa con Alberto Rojas Giménez,
a quien conocí durante una época de bohemia bastante desatada en
Valparaíso, hacia 1923. Tuve que salir de vacaciones y lo dejé encargado
de la revista, pese a todo lo que se me hablaba de su irresponsabilidad.
Recuerdo que lo invité a comer antes de mi partida, y no quiso beber
ni una copa de vino. Y la revista pareció puntualmente desmintiendo
todas las predicciones.
|
-
Rojas Giménez y un grupo de poetas que surgieron a la vida literaria
agrupados en torno a Claridad -la revista de la Federación
de Estudiantes en la época en la cual usted hacía sus primeras armas
literarias- desaparecieron prematuramente, dejando una obra inconclusa.
¿A qué atribuye usted esta frustración?
-
Algunos de ellos eran personas enfermas que murieron antes de dejar
una obra más consistente: Juan Egaña, Romeo Murga, Armando Ulloa,
Cifuentes Sepúlveda. Otros fueron víctimas del ambiente. Ese fue
el caso especial de Rojas Giménez que tuvo la mala suerte, además,
de ser demasiado simpático. Todos lo agasajaban y celebraban, y
él se iba entregando a un suicidio que no ignoraba. Pero pudo dejar
su Carta-Océano y un libro inédito, Solnei que se
creía perdido hacía más de treinta años y que ahora recién ha sido
hallado y que alguna editorial podría preocuparse de publicar. Bueno,
la cuestión es que todos nos perdemos. Claro que hay que defenderse.
Yo soy muy orgulloso, y aunque, claro está, cometí desórdenes, tuve
siempre cuidado de no dar ningún motivo de inspirar lástima.
-
Todos nos perdemos, ha dicho usted. Una frase que confirma al parecer
una actitud pesimista, cuando menos escéptica. También la hemos
notado al leer sus crónicas últimas, donde su visión del país es
más bien desoladora...
-
Creo que siempre es preferible ser más bien pesimista. Así uno se
equivoca menos. Yo nunca me preocupé mucho por las cuestiones políticas
o sociales. Las agitaciones del año 20 me fueron más bien ajenas,
yo estaba desvinculado del ambiente. El año 38 sí fue de grandes
ilusiones. Pero de vuelta a Chile veo que la mayor parte de las
esperanzas se frustraron. Impera la demagogia, hay falta de disciplina,
espíritu de trabajo. Se nota deterioro en todo, inercia. A la gente
la veo más agresiva, mal educada. Será un poco tonto, pero recuerdo
que en la época en que éramos jóvenes "pijes" del Portal
Fernández Concha -y quién se va a acordar de eso ahora- procurábamos
ser bien educados, respetuosos con las damas, con nuestros semejantes.
Y aunque se tuvieran ideas anárquicas y rebeldes era en función
de construir.
-
Hablando de construir... ¿qué soluciones consideraría usted para
este estado de cosas?
-
Yo no soy más que un escritor. Me parece que nos preocupamos demasiado
por lo que pasa en el exterior y poco por nosotros mismos. Debemos
primero empezar por cambiar individualmente, y en forma colectiva
afrontar nuestros problemas sin pensar en recibir ayudas de EE.UU.
o la U.R.S.S., que de bien poca cosa nos valdría. De todos modos,
yo tengo confianza en el futuro. Un país no se va al fondo así no
más, ya encontrará su base de sustentación. Claro que yo me refiero
a la capital. En provincia parece haber otro clima espiritual.
- Para
terminar, si vemos las lista de los premios nacionales, reparamos
que once de ellos figuraron alguna vez en el Servicio Exterior del
país. Parece ser (como ocurre también con el Premio Nobel) que la
función diplomática va bien la actividad del escritor...
- Un
cargo diplomático permite viajar, lo cual siempre es una apertura
de horizonte para un escritor. Por otra parte, hay que estar en
actividad en cierto modo creadora, enviar informes, lo que se emparienta
asimismo con el trabajo periodístico, que también ha sido mi trabajo
de toda la vida. Claro que a veces es una faena agotadora y una
pérdida de tiempo. Cuando uno ha estado todo el día redactando vuelve
a su casa con ganas de hacer cualquiera cosa menos seguir escribiendo.
De todos modos cuando veo mi obra quedo asombrado. Cientos artículos
y crónicas, sobre todo. Aunque es cierto que muchas no significa
gran cosa o son inútiles. Pero, digamos con Pezoa Véliz: ¡Qué diablos!
La vida es así.
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El
Premio
El
Premio Nacional de Literatura es, como se sabe, la mayor recompensa
a la cual pueden aspirar los escritores chilenos.
Se
otorga "por una vida entera dedicada al ejercicio de las letras",
según reza la Ley que lo estableció, promulgada en 20 de noviembre
de 1942. Por esto, y a diferencia de los Premios Nacionales de los
demás países latinoamericanos, concedidos sólo por un libro, los
agraciados lo han recibido a un promedio de 60 años de edad. Diego
Dublé Urrutia Y Francisco Antonio Encina fueron galardonados a los
81. Los más jóvenes: Julio Barrenechea a los 50 y Neruda a los 41.
La recompensa pecuniaria es bastante menguada. No hablemos de los
E° 5.000 recibidos por Salvador Reyes; tampoco los recién aprobados
E° 20.000 (no reajustables) alcanzan ni siquiera para comprar una
casa. Más aún, en 1943 el Premio ($100.000) equivalía a 3.500 dólares,
cifra mayor que la actual. Por otra parte, nuestro subdesarrollo
hace que a diferencia de un premio como el Goncourt en Francia,
el tiraje de las obras del recompensado no sube en nivel tan apreciable
como para permitirle liberarse de tareas diversas a las de escritor.
Así, entre los premiados sólo Neruda y Pablo de Rokha (éste vendiendo
sus propios libros por todo el país) pueden ser considerados escritores
profesionales.
De
los premiados, 15 han sido primordialmente prosistas y 11 poetas.
Uno de ellos exclusivamente historiados: Francisco Antonio Encina.
Geográficamente,
11 nacieron en el sur del país, 8 en Santiago, 6 en el norte y 1
en el extranjero (Manuel Rojas).
El
jurado que lo elige está compuesto por el Rector de la Universidad
de Chile, un miembro de la Academia Chilena de la Lengua, un representante
del Ministerio de Educación, y dos miembros de la Sociedad de Escritores.
Recibir
el Premio Nacional de Literatura equivale pasar a la historia oficial
de nuestra literatura, y existe la tendencia común de considerar
a los galardonados como los más representativos expositores de nuestras
letras. Sin embargo, es preciso establecer que no lo recieron Vicente
Huidobro, Nicomedes Guzmán, Luis Durand el cual según afirma
Alone murió probablemente de psicosis de no ser premiado,
Rosamel del Valle, Olegario Lazo. Sin contar que Gabriela Mistral
fue agraciada seis años después de ganar el Nobel.
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En
Árbol de Letras, Santiago, N°2 (01.1968), pp. 12-13.
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