Con más de cuatro décadas dedicadas a la arqueología urbana y la conservación del patrimonio histórico, Daniel Schávelzon es una de las figuras claves en el análisis de la arqueología latinoamericana contemporánea. Es director del Centro de Arqueología Urbana de la Universidad de Buenos Aires y fue asesor internacional de organismos como la UNESCO y el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH) y ha desarrollado una vasta trayectoria en la recuperación del patrimonio urbano.
Es arquitecto titulado de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo en la Universidad de Buenos Aires. Años después, realizó un doctorado en Arquitectura Prehispánica en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Al mismo tiempo, Schávelzon posee más de diez libros publicados que abordan las exploraciones arqueológicas en América Latina de los territorios indígenas hasta la actualidad como La Pirámide de Cuicuilco, Ciudad y territorio entre los Mayas: Historia de las teorías sobre el espacio urbano y La Tambería del Inca: Héctor Greslebin, una búsqueda americana. Entre sus obras, realizó una contribución clave al estudio del muralismo latinoamericano con su libro La historia de un mural: Siqueiros en la Argentina.
En paralelo, el académico ha sido galardonado con más de 15 premios a lo largo de su trayectoria, como el Grant de la Misión Arqueológica y Etnográfica Francesa en Centroamérica, el Grant de la Graham Foundation for the Advanced Studies in the Fine Arts y el Grant del Center for Archaeological Investigations.
Su trabajo se ha centrado en visibilizar la historia no oficial que subyace en los espacios públicos de las ciudades, abriendo nuevas perspectivas sobre la memoria material y simbólica en toda América Latina. El arquitecto y arqueólogo fundó el Programa de Arqueología Urbana de la UBA, que en 1991 se transformó en el Centro de Arqueología Urbana, dirigido por él hasta el día de hoy.
En su paso por Chile, llegó hasta la Casa de Bello para participar como panelista invitado en el conversatorio “Venturelli y Siqueiros: Diálogos trasandinos”, realizado el 17 de junio en la Librería Universitaria. En esta entrevista, repasa su vínculo con nuestro país, la potencia del arte mural como fuente histórica y el valor del patrimonio como herramienta para entender las ciudades que habitamos.
-Su trayectoria ha estado marcada por una profunda labor en la protección del patrimonio arqueológico y urbano. ¿Cómo cree que estos reconocimientos dialogan con esa lucha constante por visibilizar y preservar la historia oculta de nuestras ciudades?
Nuestras ciudades tienen muchas historias, durante mucho tiempo el patrimonio y la historia era escrita y protegida de manera bastante parcial por ciertos grupos que tenían intereses, especialmente del Estado.
Hoy tenemos una mirada mucho más amplia sobre lo que es el patrimonio: está en la arquitectura, en el arte, en las calles, en las plazas, en la gente, en la comida. Creo que se está avanzando, que todo eso está cambiando, y que se está trabajando con más conciencia.
Santiago es un buen ejemplo. Uno ve todo este esfuerzo de protección, claro que con problemas -como en toda América Latina-, pero igualmente es notable todo lo que se ha hecho. Realmente notable.
-En su recorrido por la ciudad, ¿hubo algo que le llamara especialmente la atención?
Vengo absolutamente impactado del Museo de Arte Precolombino. Es excepcional en América Latina. Y no es por exagerar: hay muy pocos museos con piezas de esa categoría, hay de toda América, no es únicamente de Chile. Tienen una mirada amplísima de todo el continente, la colección de Chile es notable.
-Después de décadas de trabajo y reconocimiento, ¿cómo enfrenta el desafío de seguir creando, investigando y enseñando? ¿Qué lo sigue motivando?
Uno no puede parar. Uno tiene hormiguitas adentro que lo impulsan a seguir. Aunque ya tengo 75 años, trabajo todo el día y lo voy a seguir haciendo. Es decir, uno no puede parar y todos los días se descubren cosas nuevas para hacer, para pensar, para escribir o discutir y eso es mi vida.
-¿Cómo ha contribuido su presencia al diálogo entre la arqueología urbana argentina y la perspectiva chilena del patrimonio?
Estamos iniciando un trabajo muy interesante sobre muralismo en América Latina, comparando experiencias en México, Chile y Argentina. Es importante entender que hubo una relación muy fuerte entre estos países: los mismos artistas iban y venían, compartían ideas, proyectos, luchas.
En ese sentido, Chile tiene una historia de muralismo excepcional. Después de México, es el segundo país de América Latina en cantidad y calidad de pintura mural. Eso merece ser destacado y estudiado con profundidad.
-¿Qué distingue su experiencia en Chile dentro de su amplia trayectoria en América Latina? ¿Qué lecciones o satisfacciones se lleva de este paso por la U. de Chile?
Fundamentalmente, destaco mi paso por la pintura mural América, no invoco tu nombre en vano.
La variedad y la cantidad de murales que hay por toda la ciudad, desde los murales más antiguos hasta los murales más actuales. Y lo más interesante es que aparecen donde uno menos lo espera: me asomé a un balcón y vi murales pintados dentro de una manzana, que no se ven desde la calle.
Eso no existe en ningún otro país. Es algo realmente excepcional. Chile tiene formas muy particulares de ver y comprender el arte en el espacio urbano.
-¿Qué mensaje les daría a las futuras generaciones?
Que dediquen un poco menos de horas a internet y que salgan a caminar por la calle. Que observen las maravillas que nos rodean, los edificios, las plazas, los parques, los monumentos, etc.
No es lo mismo ver un museo digitalmente, que estar ahí. No es lo mismo mirar una iglesia o un palacio en una foto que recorrerlo por dentro. Creo que el desafío es ese, romper con esa dependencia electrónica y redescubrir el mundo que nos rodea.