El problema no es el gas

Santiago, 8 de Octubre de 2003

Hemos presenciado escenas de protesta en Bolivia que evocan imágenes de varias décadas atrás. La válvula de escape de una profunda tensión social contenida por muchos años ha sido la eventual venta del gas natural por vía de un puerto chileno. Pero ese no es el tema de fondo; si se hubiese vendido por otro puerto de salida, o si el comprador final hubiese sido cualquier otro, y no los EE.UU., la protesta igual habría tenido lugar. Lo que ella representa es la profunda escisión de la sociedad boliviana, y el retraso secular que experimenta su economía, especialmente en el segmento tradicional. La protesta se dirige contra la clase política y dirigente, que no ha podido dar forma a una necesaria modernización. A los planes de estabilización ocurridos con motivo de la hiperinflación y sus profundas secuelas sociales, no le siguió un profundo ajuste estructural destinado a cambiar las relaciones de producción y orientar la economía hacia el exterior. Los cambios ocurridos sólo se dirigieron a reducir el tamaño del Estado, pero sin ningún tipo de programa dirigido a potenciar el desarrollo en su contexto más amplio. Los sectores tradicionales de la producción, como la agricultura y el sector informal urbano, continuaron en un profundo retraso, sin adecuada inversión ni modernización tecnológica. El capital humano del país no experimentó ningún cambio sustantivo en magnitud u orientación, y no ha sido posible que otorgue una muestra de mayor productividad para que la economía aspire a mejores estándares distributivos y a un mejor ambiente para la inversión. Todo esto ha hecho que la pobreza continúe estancada, que economía no responda a las necesidades sociales que exceden con mucho a la limitada oferta privada y pública. La iniciativa privada se ve menoscabada por la falta de políticas públicas suficientes para estimular la productividad, la diversificación productiva, y la apertura de la economía para ampliar mercados y buscar nuevas potencialidades exportadoras. En este cuadro, el descontento es un caldo de cultivo para el populismo. Los caudillos reivindicacionistas y las posturas políticas que caracterizaron el período de construcción del dramático cuadro social y político que Bolivia vive. El problema no es el gas, ni la salida al mar. El problema es la ausencia de decisiones políticas sustantivas que permitieran al país mirar su futuro con mayor optimismo, y sin la carga viva y presente de una larga historia de sufrimiento.

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