Mirar hacia adelante

Santiago, 20 de agosto de 2003

Durante estos días el país ha estado recibiendo declaraciones sobre culpabilidad y eventuales responsabilidades en cuanto a los hechos de hace treinta años. No es menor que Chile haya vivido una tragedia política tan grande como la de 1973, cuyas secuelas han marcado hondamente nuestra historia del último cuarto de siglo. No es una cosa poco significativa que la crisis institucional haya sido tal que puso en cuestionamiento el aparataje que había sobrevivido por casi medio siglo.

Ni es algo para olvidar la secuela de muerte que todo eso envolvió, el sufrimiento de tantas familias, la desaparición de chilenos, el martirio de un enfrentamiento fratricida. La guerra civil de 1891 se extendió por mucho más tiempo del que todos hubiesen querido, y con ello se lesionó profundamente el alma nacional y se llevó consigo el empuje, la imaginación, la capacidad para sacar adelante al país. Esa lección nos enseña que una sociedad que tiene en su mente los traumas del pasado como actor primordial, es también una que no deja espacios a los sueños, y donde se puede construir sólo sobre la base de recuerdos y enconos, de ausencias, de dolor, de odios aún pendientes. Lo que no queremos para Chile es, precisamente, lo que de alguna manera nos está pasando: más tiempo y espacio para el resentimiento que para la construcción de futuro. No queremos más dedicación a explicarnos el dolor del pasado que a construir el sueño para las nuevas generaciones. Es cierto no queremos que se repita un dolor como éste, y tenemos que abrir las compuertas a reconocer los errores pasados y ser capaces de perdonar. Pero no queremos que las nuevas generaciones, aquellas que hoy día no entienden a cabalidad lo que pasó en ese entonces, continúen con las lógicas, los recuerdos y los odios de nuestras generaciones, precisamente las que no supieron dar camino a la construcción de Chile. Ojalá este tiempo de recapacitación sirva más que para mirar al pasado y quedarnos allí, inertes, cultivando nuestros pesares. Ojalá sirva para mirar al futuro, a lo que queremos dejar a nuestros hijos, sin señales de esos errores tan dolorosos de reeditar. Que prevalezca la verdad para poder tener un juicio objetivo sobre el pasado y aprender de él para el mañana. Que se haga justicia, como única manera de proteger a nuestras instituciones y dar una señal de humanismo, de respeto, de olvido verdadero sobre aquello que nunca queremos se reedite en nuestra Patria.

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