Sentimiento Nacional

Santiago, 30 de octubre de 2002

Fiscalizadores que terminan siendo acusados, y empresarios que utilizan la coima para franquear los obstáculos administrativos. Ellos son, a la vez, quienes han levantado un dedo acusador sobre otros, quienes a su vez se dice constituirían una red de corrupción. Chile está sorprendido: ¿Hemos llegado a estar dominado por este tipo de gente?. Todos preferimos pensar que el común del servidor público es aquel que lo hace con honestidad y vocación de servicio. Que el político es una persona comprometida con las ideas, y que son excepciones los que se sirven de los cargos para sus propios propósitos. Nadie podría también discutir que lo común son los hombres religiosos que no se aprovechan de los niños, y que los militares no son personas dispuestas a usar su investidura para apoyar el delito. Todos sabemos y entendemos eso. El problema es que las excepciones son vistosas y resonantes como un fuego artificial. Por las mismas pueden condenarnos quienes nos observan; por ellas la ciudadanía está cada vez más consternada y decepcionada. De allí la necesidad de castigar con fuerza, para excluir a los muchos inocentes que aparecen como víctimas acusadas en una escalada sin término. La especulación puede ahora extender al infinito este tipo de situaciones.

Ciertamente los tribunales no serán suficiente para aclarar en forma total lo que ha ocurrido. Es mucho más importante el juicio público y la buena información. Estamos jugando con la credibilidad del país, en todo sentido, y no existe ningún mecanismo para recuperarla sólo sobre la base de los lentos y complejos procesos judiciales. Debe prevalecer la verdad, en la forma más transparente y dolorosa que se precise. Para ello, la ciudadanía debe estar informada, contar con los antecedentes de la verdad, no esperar el lento proceder judicial. Así como no se puede prejuzgar a nadie, se debe enfrentar el juicio de la gente, basado en la buena información. Aquí se enfrenta un serio dilema político para Chile, que es ni más ni menos su credibilidad como país, como sociedad, ante los demás y ante nuestro propio futuro. Debe tomarse nota de ello y se recoja desde los liderazgos políticos este sentimiento nacional de vergüenza e incredulidad, que sólo podrá superarse si efectivamente se revela toda la verdad.

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