Un desenlace Trágico

2 de Enero de 2002

Los tristes sucesos de Argentina han excedido toda predicción respecto de la severidad de la crisis política y social, junto con un esperado default. La prolongada agonía no es, como muchos postulan, una derrota de modelo alguno, que haya postulado una cierta estrategia para promover el desarrollo. Se trata, simplemente, del fin de una era de gasto por sobre los ingresos, de endeudamiento progresivo y del vano intento de ajustar los resultados externos por la fijación de la paridad con el dólar. Intentos que sólo profundizaron la crisis estructural, dominada por excesivos gastos público y doméstico. El desenlace ha sido trágico, y dominará por años el devenir económico y político del país, dejando una negativa secuela social que también se proyectará irremediablemente en el tiempo.

El desenlace de hace algunos días deja dos lecciones de las que tenemos que tomar nota en todo el globo. La primera es que las masas actúan sin necesidad de liderazgos partidarios y sindicales cuando se trata de defender derechos y necesidades básicas. El hambre, la frustración, la ausencia de reales soluciones políticas y de gobierno, llevan a violencia y anarquismo. No hay conducción, ni líderes, ni negociaciones; la protesta no puede detenerse una vez desatada, aunque podría evitarse con ideas y soluciones a lo que la gente siente y pide. Pero una segunda lección es que los políticos parecen no aprender fácil las lecciones de tan turbulento período. Por una parte, se han concentrado en temas de reemplazo y repartición del poder; poco en ideas sobre unidad nacional para enfrentar una gran emergencia. Por otra, han ofrecido medidas ilusionistas y casi efectistas, pero que no representan soluciones reales a los graves problemas existentes. Aumentar el salario mínimo, y al mismo tiempo postular la creación de más empleos parece ser una contradicción; del mismo modo entrar a un default pero prometiendo incrementar la producción y el gasto público; o también creando una tercera moneda para fabricar la ilusión de una devaluación sin claros efectos. Sin una disminución real del gasto público será difícil que se tenga éxito en un nuevo programa económico; sin un programa coherente y explícito no se tendrá credibilidad política; sin una negociación con al menos el segmento bancario de acreedores, no se tendrá acceso a lo mínimo necesario para producir. En realidad: un desenlace trágico.

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