Incapaces de rescatar el futuro

22 de Agosto de 2001

Las consecuencias de la poca credibilidad de la política y de los políticos están a la vista. Cerca de un millón y medio de chilenos no se han inscrito para cumplir con la más elemental de las obligaciones ciudadanas: elegir a sus representantes. Entre ellos, la mayoría jóvenes no atraídos por la política y desilusionados de la forma poco transparente en que se hace política y del modo poco sutil en que se eluden las realidades. El apoyo de un partido a otro, dominado por las declaraciones que contradictoriamente explicitan que no es en verdad un apoyo, o que sí lo es y bien conversado. Un líder que no es político, pero que implementa una de las operaciones políticas más notables de nuestra historia, que no sólo ha bajado un candidato sino que parece haber puesto punto final a un partido. Concertaciones y alianzas que albergan miembros con cada vez menos en común, mantenidos así como las parejas desavenidas: juntos para lo público pero incapaces de alentar proyectos comunes. Partidos que son más clubes electorales, que orientadores verdaderos de corrientes de pensamiento, de visiones y proyectos para un país que los necesita.

Todos esos son ejemplos de contradicciones vitales, las cuales nuestros jóvenes observan con cada vez mayor distanciamiento y desconcierto. Hay una labor de conducción que es imprescindible y hoy día es faltante. Los referentes no pueden ser los actos electorales o los marketing políticos; debe haber espacios para las ideas en un país que se apresta a proseguir su senda de expansión y modernización. Pero con tanto desencanto, y con tantos que no se sienten para nada atraídos por la actividad política, la fuerza de los proyectos-país se va perdiendo. Y con ello los sueños de progreso y mayor justicia. Cuando la juventud de un país es la que cierra las puertas a los temas que conciernen a la Nación, entonces el futuro está hipotecado. No hay que sorprenderse de lo que ocurra de aquí en adelante con los jóvenes: ni con sus protestas, ni con sus modos de enfrentar el incorformismo, ni con su desapego creciente de la política tradicional. Es culpa de nuestras propias contradicciones como sociedad, además empobrecida por una educación incapaz de rescatar el futuro que se representa en nuestra juventud.

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