Deporte de élite

13 de Junio de 2001

En estos días nos hemos acostumbrado a observar las alternativas de un juego que se ha ido haciendo popular entre algunos chilenos: la confección de listas parlamentarias. Se trata de un entretenido proceso en que los jugadores intercambian nombres, imponen otros, eliminan algunos para, finalmente, concluir en aseveraciones divertidas y en una lista de candidatos. Algunos, dentro de las propuestas del juego y de su devenir, concluyen en que mejor competirán, es decir habrá una lista que no es verdaderamente una lista. Otros, más osados, excluyen nombres -abarcando incluso el de parlamentarios exitosos y con apoyo -e incluyen otros, bajo el derecho que proporciona una sentida amistad, y en el objetivo de respaldar un "sentimiento común". Como aún no satisfacción se pretende incluir en el juego a todo tipo de grupo no participante, bajo el único requisito de aceptar las reglas del juego, conocidas sólo por algunos elegidos.

A todo esto, quienes finalmente han de decidir sobre la elección, no están de verdad enterados de nada de esto. Se les presentará una lista con nombres, y una fuerte publicidad dirá más tarde que se debe hacer. Los organizadores se encargarán no sólo de comunicar qué cosa se ha decidido por todos los demás, sino que también efectuarán transacciones ulteriores, para determinar quizás qué otros rumbos del juego global. El resto de la gente, la verdadera mayoría, está preocupada de problemas intrascendentes: desempleo, angustias económicas, una pobre educación para los niños, una salud deficitaria para niños y ancianos; pero en su falta de visión no se dan probablemente cuenta de que lo importante es lo otro, justamente aquello donde acuden prestas las cámaras y las luces del show. No se trata sólo de un sistema que en lo global necesita revisarse, sino de la mentalidad de los actores, del convencimiento íntimo de los organizadores del juego, de su lejanía de las cosas reales que preocupan a los participantes reales. Es algo que los demás observan a la distancia, con profundo escepticismo, y es por ello que el juego en cuestión no es popular, sino que obedece a una elite exclusiva que lo disfruta, lo explota y orgullosa lo exhibe como una sólida democracia.

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