La burbuja social

07 de Junio de 2000

El día de ayer, un columnista de este diario se refería a la existencia de una burbuja a nivel de las familias, la cual impediría atender adecuadamente las necesidades afectivas de nuestros hijos. En el tráfago de cada día, y en medio de tantas presiones y angustias, junto con sueños e ilusiones que se persiguen denodadamente, estamos fallando en atender lo fundamental: la integridad de la familia. Así, se permite que la misma se disuelva en medio de tanto mal social que amenaza y castiga abierta y cruelmente a nuestra juventud. Con ello se hipoteca el futuro y la propia estabilidad del cuerpo social. Por cierto que muchas familias se han encerrado en una burbuja, y hacen como que tales problemas no existen.

Pero nuestra sociedad ha adoptado, desafortunadamente, similar actitud. Quizás, porque se trata así de una manifestación agregada del fenómeno a nivel familiar. Quizás, porque estamos sufriendo de una enfermedad tan grave que nos impide visualizar con objetividad los angustiantes problemas presentes, prefiriendo, como una amilanada maniobra, el "ponerlo bajo la alfombra". Afuera, en medio del bullicio, del smog, de la angustia diaria, del estrés y de los sueños imposibles, la droga y el alcohol se apoderan de nuestros jóvenes. Nuestra población, en proporciones alarmantes, es víctima directa o indirecta de este mal creciente, que entumece nuestros sentidos, ahoga nuestra inteligencia, y da paso a una aún mayor deshumanización social. Revelarse contra eso, significa sacar el problema efectivamente a la luz pública y tratar con él en forma abierta, más allá que acciones policiales y declaraciones políticas. Nuestras vergüenzas como sociedad no pueden incluir nuestra indiferencia frente a un problema que nos aqueja significativamente.

La burbuja social en que nos hemos incluido comprende, forzosamente, el descuido de nuestra educación. Es necesario que nos adentremos en esa tarea con un sentido de país, para hacer más que pura instrucción, y atender con prestancia las necesidades de nuestros niños y jóvenes. Eso implica revisar nuestras acciones, reorientar y reformar la formación valórica. Volver a creer en nosotros mismos como una sociedad y un proyecto país que debe existir, y que requiere eliminar de raíz las manifestaciones malsanas que nos afectan con singular impudicia.

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