Desagravio a Andrés Bello

Santiago, 22 de Junio de 2005

Andrés Bello ha sido uno de los grandes intelectuales y humanistas de habla hispana. Su obra más trascendente fue la fundación de la Universidad de Chile, institución emblemática que fue concebida como la universidad de la República, un símbolo manifiesto de la emancipación en el ámbito del pensamiento y la creación. Fue así la Universidad de Chile la representación de la libertad de expresión y la consolidación de la República, una expresión sublime de la tan anhelada independencia nacional. La estatua del fundador en el interior de la Casa Central simboliza orgullosa la misión nacional y pública de aquella institución, sobrepuesta a tantos abatares que han dañado al país y a la libertad de pensamiento. Está allí erguida como un desafío a los tiempos, como un símbolo de tolerancia, de respeto a las ideas, de Universidad, en su sentido más amplio y más profundo.

Al haber cubierto su rostro con un trapo rojo, un grupo de exaltados simbolizó, sin saberlo o intentarlo siquiera, el intento de acallar la voz libre de la academia. Insultaron a la Universidad de Chile al amordazar a don Andrés Bello, y exhibirlo así, ignominiosamente ante la ciudadanía y el país. Bello, el fundador de la Universidad de Chile, el americanista, el filólogo, el creador del Código Civil que aún nos rige, el discípulo de Francisco de Miranda, el educador, el intelectual, el poeta, el hombre grande que busco a Chile como su segunda patria.

Los que cometieron esa fechoría contra su figura en la Alameda, y en el interior de la Casa Central de la Universidad de Chile, no tienen ni siquiera la dignidad de avergonzarse; su ignorancia, su fanatismo, su desprecio por los valores universitarios han sido más fuertes y al mismo tiempo más destructores. ¿Puede esa acción ser símbolo de algo que valga la pena? ¿No es más justo apreciarla solamente como un acto de locura? Como quiera que sea, Bello y sus valores, la Universidad de Chile y su proyección nacional, están más allá de todo acto irracional e insultante como aquél. Sacar de su rostro la capucha roja del oprobio ha sido un acto de desagravio, pero el país y la Universidad quedan en deuda con el prohombre expuesto al vejamen.

Hay un caldo de cultivo en el país para estos actos incomprensibles, como asimismo una ausencia de educación suficiente para que los jóvenes puedan comprender que todo tiene un límite, incluso la tolerancia con los actos impropios. Nada hay, sin embargo, que pueda justificar el ataque cobarde contra una figura y una Universidad indefensas frente a la violencia y a la sinrazón. Necesitamos no sólo reponer la noción de ciudadanía y libertad en nuestra educación, sino también eliminar lo más posible el caldo de cultivo para el desdoro.

 

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