Precio de la Divisa

Santiago, 07 de Diciembre de 2005

El precio del cobre ha superado ampliamente sus propios niveles históricos y se encumbra a valores inimaginables en la perspectiva de lo observado durante el siglo recién pasado. La buena noticia que trae esta evolución es que los recursos fiscales se nutren de ingresos significativos, que pueden redundar en mayores inversiones en las áreas más deficitarias, especialmente aquellas que atienden prioridades sociales. La mala noticia, por otra parte, es que la tendencia al alza del precio del cobre pone una fuerte presión a la baja en el valor del tipo de cambio. Al mismo tiempo, la disminución del precio del dólar actúa como un mecanismo que afecta negativamente a las exportaciones, cuyos costos se ven crecientemente excedidos por los retornos en divisas. En consecuencia, esta ÒenfermedadÓ derivada del éxito exportador del país, especialmente asociado al caso del cobre, lleva a peores resultados en materia comercial y perjudica al empleo y al crecimiento. Es cierto: el cobre produce también crecimiento y empleo y en consecuencia la expansión productiva en esta industria podría sustituir el efecto detrimental que ocurre en otras. Sin embargo, tal expansión ocurre en las regiones productoras y no donde se produce la menor dinámica exportadora de otros bienes y productos, y los mayores efectos negativos en el empleo.

Todo aconseja una inversión destinada a moderar la tendencia a la baja del dólar. No se trata de introducir una nueva versión del proteccionismo estatal, esta vez orientado al sector exportador que resulta perjudicado por la caída del tipo de cambio. Se trata de aminorar el efecto real derivado de una fluctuación externa, que actúa sin embargo tan a favor de los resultados fiscales. No es el caso que las empresas exportadoras sean ineficientes, con costos impermeables a la influencia de los factores externos; se trata de un cambio en un mercado mundial tan importante como el del cobre, cuyo efecto puede afectar definitivamente la inversión en fruta, vino, pescado, etc. Por eso, hay una racionalidad política a la vez que económica para la intervención en el mercado cambiario, a costa de recursos que sí existen y que necesitan ser orientados en su uso con un criterio de rentabilidad social.

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