LOS POETAS DE LOS LARES
Reconocemos, para empezar, que este trabajo será tal vez arbitrario para la mayoría de los escasísimos conocedores e interesados en el desarrollo de la poesía nacional. Pero nuestro objetivo no el de hacer un inventario de poetas (inventarios a los cuales son tan adictos nuestros críticos y estudiosos armados cada uno con sus respectivos ficheros) sino de elegir entre muchos valiosos y distintos poetas a aquellos que sin ponerse de acuerdo entre sí han dado una línea característica a la poesía chilena nueva de los últimos años, la que podríamos calificar como de "poesía de los lares". Por esto, de antemano señalamos la omisión de varios nombres de indudable interés en cualquier ensayo sobre poesía nueva, pero situados en otros puntos del quehacer poético, y por lo tanto, alejados del sentido de este trabajo.(1) El regreso de Anteo Tras estas previas aclaraciones, hablamos de poetas jóvenes aún, pero que contaron con la madurez necesaria para afrontar la obra de nuestros poetas mayores tan aplastante e incluso distorcionadora, especialmente la de Neruda entre las décadas del 30 y 50 y que incluso la han asimilado e incorporado a su obra. Poetas que han tenido una visión personal del mundo natural y cultural, que tomaron conciencia de las preguntas de la época, de la perplejidad en que nos situamos frente al mundo, y han dado sus propias respuestas, sin recurrir a otras artes que las de la palabra, sin transformar la poesía en seudo política, religión o filosofía. Y entre estos poetas destacamos principalmente a Efraín Barquero, Pablo Guíñez, Alberto Rubio, Rolando Cárdenas, Alfonso Calderón. Un primer hecho que estableceremos es el de que los "poetas de los lares" vuelven a integrarse al paisaje, a hacer la descripción del ambiente que los rodea. Se empiezan a recuperar los sentidos, que se iban perdiendo en estos últimos años, ahogados por la hojarasca de una poesía no nacida espontáneamente, por el contacto del hombre con el mundo, sino resultante de una experiencia meramente literaria, confeccionada sobre la medida de otra poesía. Esto es importante en un país como el nuestro en donde el peso de la tierra es tan decisivo como lo fuera (y tal vez sigue siéndolo) "el peso de la noche", en donde el hombre antes de lanzarse a los reinos de las ideas debe primero dar cuenta del mundo que lo rodea, a trueque de convertirse en un desarrraigado. Mundo singular el nuestro, que hizo decir hace muchos años a Miguel Serrano que el chileno en el fondo de sí mismo suele negarse a creer que pueda existir algo más allá del límite de la cordillera y del océano. Los poetas nuevos han regresado a la tierra, sacan su fuerza de ella. Y este movimiento lárico ha tocado curiosamente a los poetas de generaciones pasadas, como Teófilo Cid (2) y Braulio Arenas (3) que fueran iniciadores del movimiento surrealista en Chile, creadores de paisajes mentales, que sin embargo tomaron a la larga conciencia de la tierra y la reflejan en sus últimas obras; así Teófilo Cid escribe su ambicioso (y formalmente frustrado) Camino de Ñielol, en donde declara que quiere ver "el brocal en donde brillan las raíces", y Braulio Arenas recorre el país y lo inventaría desde su valle natal del Elqui hasta las regiones magallánicas. Asimismo, podríamos alargar la lista con Luis Oyarzún y su Alrededor, Gonzalo Rojas en muchos poemas de Contra la muerte, Mario Ferrero en su Tatuaje marino, Nicanor Parra que recrea una escondida veta folklórica en La Cueca Larga. Particularmente notable es el caso de Carlos de Rokha, el cual luego de probar con deslumbrante destreza y pirotecnia verbal las innovaciones de la poesía de vanguardia, llega hacia el fin de sus días a realizar una poesía de profundo contenido terrestre y carga nostálgica. ¿Por qué esta vuelta? No basta para explicarla, creemos, el origen provinciano de la mayoría de los poetas, que atacados de la nostalgia, el mal poético por excelencia, vuelven a la infancia y a la provincia, sino algo más, un rechazo a veces inconsciente a las ciudades, estas megápolis que desalojan el mundo natural y van aislando al hombre del seno de su verdadero mundo. En la ciudad el yo está pulverizado y perdido como dice Gottfried Benn, que sueña intelectual fatigado a volver a ser "el antepasado de sus antepasados, una masa de musgo en un tibio pantano". Sin embargo, no se crea que los poetas que trataremos vuelven a escribir una poesía descriptiva y detallista y a realizar una mera enumeración naturalista que conduciría a una especie de criollismo poético, etapa quizás necesaria, pero superada tanto en nuestra poesía como en nuestra narrativa. Si el poeta toma formas populares (cueca o tonada), a su vez las enriquece, como suele hacerlo Alberto Rubio. Pero más, ya en 1956 señalamos (al publicar Para ángeles y gorriones) que es necesario acudir a un "realismo secreto", pues es sabido que el mundo exterior contiene pocas enseñanzas, a no ser que se las mire como un depósito de significados y símbolos ocultos. Es preciso interpretar y entrar profundamente en el significado de las costumbres y ritos nuestros, que se han ido transmitiendo de generación en generación, y en este sentido, es notable en muchos pasajes la obra de Barquero Enjambre (1957), y luego su El Regreso (1962), en donde en un solo aliento se detalla la muerte y entierro del padre, como cosecha y reparto de un fruto, como cena de los hijos. Asimismo, operan en este sentido (ligados a la vez a los ancestros de la Patagonia) muchos poemas de Rolando Cárdenas en El invierno de la provincia. El poeta no se siente solo, sino siempre rodeado de un mundo físico al cual pertenece y que le pertenece, y de antepasados que lo acompañan en su tránsito terrestre, así como se sabe que uno acompañará en venideros tránsitos a sus descendientes. Poesía genealógica, en el buen sentido de la palabra. Y los antepasados y los parientes aparecen en esta poesía naturalmente no en su condición de mero parentesco, sino elevados a la categoría de figuras míticas, transfigurados en ángeles guardianes. Cultura y tradición Al revés de lo que comúnmente se cree, pensamos que la poesía al igual que la revolución aspira al orden. Enfrentado al caos el poeta rehace el mundo, entrega luego un nuevo mundo cerrado al cual invita a habitar: el poema. Y tiene conciencia de que su poesía no es sólo un fruto espontáneo, sino cultivado con un conocimiento de su oficio y del orden cultural que le rodea. No en balde enunciaba Louis Aragon: "El principal enemigo del canto es la ignorancia". A la improvisación, celebrada en demasía entre nosotros, a la diferencia incluso por la poesía de otras latitudes, al localismo cultural, sucede entre la mayoría de los poetas una actitud de responsabilidad y estudio de su Mester. Podremos ilustrar nuestro aserto con una reciente declaración de Galvarino Plaza frente a su colección de poemas: "Traducción libre sobre el origen y la lluvia"(4): "Cada día creo menos en la poesía fruto de la mera sensibilidad ciega, que se genera como los hongos o las lentejas. Es importante, en este orden, la conciencia de los valores que nos son propios: acervo cultural superpuesto a caracteres étnicos..." Así sucede entonces que en la nueva poesía se halle correspondencia (más que influencia, sin temer en absoluto a este término) con voces desacostumbradas en el desarrollo de la poesía nacional, pues los poetas buscan desarrollar su propia voz a través de afinidades con creadores; así en estos últimos años es notorio el aporte no ya de las influencias de nuestros poetas como son Vicente Huidobro, Neruda o Pablo De Rokha, sino de las de Prévert, Rilke, Dylan Thomas, Mary Webb (cuya relación con la obra de Efraín Barquero aún no ha sido señalada) entre los de otras lenguas, y la de César Vallejo y López Velarde, entre los de nuestra lengua, además de la revalorización de poetas tan valiosos como Rosamel del Valle y Omar Cáceres, entre otros. El poeta, hermano de las cosas: hacia una poesía de la comunicación. Nueva particularidad de esta nueva poesía es la de que los poetas ya no se sitúan como centro del universo con el yo desorbitado y romántico al estilo de Huidobro ("hablo con una voz venida del principio de los siglo"), Neruda o Pablo de Rokha, sino que son observadores, cronistas, transeúntes, simples hermanos de los seres y las cosas. Los habitantes más lúcidos, tal vez, pero en todo caso, habitantes más de la tierra. Y quizás consecuencia de esta actitud es la de que el lenguaje poético no se diferencia fundamentalmente ya del de la vida cotidiana: no se buscan palabras brillantes y efectistas, se emplean frases y giros corrientes, sin desdeñar por esto las experiencias de renovación verbal en las cuales suele ser un maestro Alberto Rubio. No se desdeña el lugar común, pero el lugar común ya ennoblecido por el uso, como los guijarros transformados por los ríos en claros homenajes al paso del tiempo. La palabra salvada del prosaísmo es irreemplazable y no funciona, por supuesto, sólo en el sentido descriptivo. No se hacen imágenes por la imagen, sino que surgen del contexto del poema, que en cuanto a su estructura vuelve a moldes más tradicionales que los predominantes hasta los últimos años: los poemas están construidos desde un centro emotivo o verbal. Incluso Alberto Rubio esconde brillantes innovaciones tras la máscara de la rima y del ritmo. También a la estrofa regular se ciñen generalmente Pablo Guíñez y Alfonso Calderón. Barquero usa preferentemente el verso libre de gran aliento, incluso el versículo a la manera rilkeana de "Canción de vida y muerte del corneta Cristóbal Rilke", en su poema fúnebre a su padre, "El Regreso". Quien sabe si esta forma y este lenguaje puedan cumplir en alguna medida el milagro de acercar al poeta a los lectores, no digamos al gran público, aislado obviamente de la poesía no sólo por ciertas condiciones intrínsecas de ella, sino también por la presión de la publicidad que lo desvía hacia otras expresiones, y de las casa editoriales que la han abandonado en el desván de los malos negocios, en forma superficial, pues de paso recordaremos que ninguna novela chilena se ha acercado ni remotísimamente en tiraje a los Veinte poemas de amor, para no dar sino un ejemplo. Pues la poesía que tratamos es, sin desdeñar los aportes de la poesía de vanguardia incluido el surrealismo predominantemente una poesía de comunicación, en contraste con la poesía que durante varios años imperó en nuestro país, en la cual al amparo de grandes palabras que pretendían confundirse con el tono mayor, el acarreo de irrisorios monstruos verbales de cartón piedra, o discursos de cementerios dichos en la oscuridad, se ocultaba una descarada vacuidad que confundía al público. Si la poesía, por naturaleza, constituye una "sociedad secreta" (al decir de Miguel Arteche), no es menos cierto que su misión es la de sin ceder en lenguaje y visión incorporar a ella todo hombre que se le acerque. Nostalgia de la Edad de Oro Frente al caos de la existencia social y ciudadana los poetas de los lares (sin ponerse de acuerdo entre ellos) pretenden afirmarse en un mundo bien hecho, sobre todo en el del mundo del orden inmemorial de las aldeas y de los campos, en donde siempre se produce la misma segura rotación de las siembras y cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a la gestación de los dioses (recordemos a Dyonisos) y de los poemas. Por omisión, se repudia entonces el mundo mecanizado y standarizado del presente, en donde el hombre medio sólo aspira a las pequeñas metas del confort como el auto, la televisión; en donde el habitante de nuestros países pierde su individualidad gracias al lavado mental de la propaganda y el deslumbramiento impuestos por el ejemplo y la propaganda de formas foráneas de vida (esas formas que causan millones de neurosis en nuestro "Gran Vecino del Norte"); en donde en burócrata "técnico en planeamiento" o locutor de radio, o político de maquinaciones en oscuros pasillos, ha desplazado de la conducción de los pueblos al héroe; en donde la ciencia al servicio de intereses económicos amenaza con llevarnos a una destrucción atómica al final. "Progresamos. ¿Por qué no retroceder?", como decía Rimbaud ya en 1873. O como indicaba proféticamente Rilke (5): "Para nuestros abuelos, una torre familiar, una morada, una fuente hasta su propia vestimenta, su manto, eran aún infinitamente, infinitamente más familiares; cada cosa era un arca en la cual hallaban lo humano y agregaban su ahorro de humano. He aquí que hacia nosotros se precipitan, llegadas de América, cosas vacías, indiferentes, apariencias de cosas, trampas de vida... Una morada en la acepción americana, una manzana americana, o una viña americana nada de común tienen con la morada, el fruto, el racimo en los cuales habían penetrado la esperanza y meditación de nuestros abuelos... Las cosas dotadas de vida, las cosas vividas, las cosas admitidas en nuestra confianza, están en su declinación y ya no pueden ser reemplazadas. Somos tal vez los últimos que conocieron tales cosas. Sobre nosotros descansa la responsabilidad de conservar no solamente su recuerdo (lo que sería poco y de no fiar), sino su valor humano y lárico". El poeta, entonces, como el artesano, deberá conservar las cosas reales, en vías de extinción, frente a esta invasión de las irreales que nos son impuestas en serie. De ahí entonces que Efraín Barquero escriba un libro llamado "Los Oficios" en donde inventaría y canta los trabajos artesanales (así opera asimismo Rolando Cárdenas en "Personajes de mi ciudad"). Poesía social de contenido profundo y no de fácil consigna, en la que el poeta mismo toma el lugar del trabajador, al que canta con amor y conocimiento. De ahí también la nostalgia de los "poetas de los lares", su búsqueda del reencuentro con una edad de oro, que no se debe confundir sólo con la de la infancia, sino con la del paraíso perdido que alguna vez estuvo sobre la tierra (y en este sentido, la nueva poesía chilena actúa sobre el campo de un Dylan Thomas, de Serguei Esenin, Gerard de Nerval, Milosz y otros). Los poetas ya no se deleitan con la velocidad y el amor al futuro, incluso no les preocupa demasiado la posibilidad de los viajes espaciales, ni el progreso de la ciencia que, lo hemos visto, puede llevar finalmente al exterminio. En este sentido, es bien definida cierta parte de la poesía de Alfonso Calderón, que busca ensoñaciones y fantasmagorías del "país sin nombre" de la infancia, como refugio contra el presente. Así, los poetas actuales persiguen una Edad de Oro de la cual se tiene un recuerdo colectivo inconsciente, buscan los verdaderos alimentos terrestres, restablecer "la antigua conexión con el dínamo de las estrellas". El poeta, habitante del mundo Sin embargo, esta apertura hacia otro plano de la realidad, no indica una falta de receptividad frente al mundo en que se vive, un cerrarse a sus experiencias. (Pues el mundo es "sagrado" como señala Gabriel Carvajal en su hermoso libro "Los nombres de nadie": "Sagrado el golpe del hombre que parte el cielo, raja la madera..."). Con optimismo vemos que existen poetas que no comparten la angustia y la extrañeza frente al mundo de la mayoría de nuestros contemporáneos, sino que se ubican en la tierra como en la casa paterna y al mundo incomunicado e incomunicable de los maníacos de las teorías, de los devoradores de "papel cansado", de los lumpenpoetas y de los lumpencríticos, responden afirmando las más humildes realidades con las palabras más humildes, ganada a través de largas vigilias y experiencias, y piden, con un sentido casi religioso, ser escuchados por sus semejantes, pues la libertad interior que gana el poeta en la creación debe hacerlo trascender por ende su condición histórica de criatura alienada y hermanarlo en un solo haz con los poetas de cualquier época. Transformar la vida cotidiana del prójimo gracias a una poesía que muestre el rostro verdadero de la realidad: he ahí la tarea. Y no importa que sea incomprendida, escuchada entretanto sólo por unos pocos, porque a la negación siempre un poeta responde con el "sí universal". Y porque siempre está vigente la consolación de un viejo alquimista a uno de sus discípulos: "No importa cuán alejado estés y cuán solitario te sientas; si realizas tu trabajo a conciencia y verdaderamente, amigos desconocidos te buscarán y llegarán a ti"(6). Pues para estos "amigos desconocidos" es para quienes, en último término, escriben los poetas y para quienes (también en último término) han sido escritas estas líneas.
En Boletín de la Universidad de Chile, Santiago, N°56 (05.1965), pp. 48-62.
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Notas 1. Entre estos poetas - materia de otro estudio - por el momento sólo queremos destacar a Miguel Arteche (nació en Imperial, 1926) de nutrida y variada obra que culmina con su intenso "Destierros y tinieblas" (1963) y al epigramático y humorista Armando Uribe Arce (1933), además lúcido ensayista y divulgador de la poesía de Pound, Montale y T.S Eliot, entre otros. volver
2. Teófilo Cid (Temuco, 1914, Santiago, 1964) publicó "Bouldroud" (1942), "Niños en el río" (1953), "Camino del Ñielol" (1954) y "Nostálgicas mansiones" (1962). volver
3. De Braulio Arenas. (Nació en 1913), ver, "La casa fantasma" (1962), "Ancud, Castro y Achao" (1963), y "En el confín del alma" (1963). volver
4. Publicado en los "Anales de la Universidad de Chile", 1964. Galvarino Plaza (nació en 1931) ha publicado: "Se camina por las calles, se saluda" (1956) y "Algunas cosas" (1962). volver
5. En carta a Witold von Hulewitz, 13 de noviembre de 1925, al finalizar sus "Elegías del Duino". volver
6. Citado por Jung en carta a Miguel Serrano, 14 de septiembre de 1960. (Ver "El círculo hermético", por Miguel Serrano. Ed. Zig-Zag, 1963). volver |