A través de una carta dirigida al presidente de la Cámara Chilena del Libro y a la ministra de Cultura, la Corporación del Libro y la Lectura informó que sus socios no participarán este año en la Feria Internacional del Libro de Santiago, Filsa. Desde entonces se han multiplicado los artículos y opiniones en la prensa, que atizan las antiguas y siempre nuevas tensiones en el sector del libro. La declaración que hace detonar el conflicto expresa las buenas intenciones de sus actores en favor del libro, la lectura y la igualdad: “Una muestra anual y mayor del libro debe representar a todos quienes la componen, a los cuatro referentes gremiales del libro existentes hoy en Chile, y en igualdad de condiciones. Que esta debe ser una fiesta cultural atrayente, que ponga la atención de los ciudadanos en la importancia del libro y la lectura, sin limitaciones de acceso, sin fines de lucro…”, señala la misiva de la Corporación, fechada el 1 de agosto. Nadie puede negar que son bonitas las palabras que motivan la renuncia, sin embargo más de algo no funciona en esta composición: lo primero, es que a menos de tres meses de la inauguración del certamen ellos tomen tal decisión… Cuesta creer en tan pulcras intenciones.
Cabe recordar que quienes conforman hoy la Corporación del Libro son los que por décadas hicieron parte y dirigieron la Cámara del Libro junto a los que aún permanecen en dicha asociación, organizadora de la Filsa. Son los mismos que instalaron y naturalizaron, repitiendo hasta la saciedad, un modelo de Filsa tipo mall, sustentado en el privilegio de unos pocos y el lucro, como primer fin, que se expresaba en: un alto costo de la entrada para el público; una programación cultural tipo matinal de TV; el elevado cobro por stand que se ha configurado en una real barrera de entrada para los editores medianos y pequeños; la distribución del espacio tipo apartheid, donde las multinacionales dominaron toda la nave central, relegando a la edición local e independiente a los márgenes; así como la venta de saldos de bodegas acumulados por estos últimos grupos. A la luz de estos hechos, tanta manifestación de altruismo es algo que a simple vista no deja de despertar sospechas.
El lucido sociólogo francés Pierre Bourdieu estableció un interesante instrumento de análisis del mundo del libro al instalar el concepto del campo editorial, el que, al igual que el campo artístico en general, se estructura en base a «la oposición entre el arte y el dinero, nacida en el siglo XIX cuando se autonomiza el campo intelectual». En su artículo del año 1999, Una revolución conservadora en la edición, señala: «Como el libro es un objeto con doble cara, económica y simbólica, mercancía y significación a la vez, el editor es también un personaje doble, que debe saber conciliar el arte y el dinero, inclinándose hacia uno u otro polo, realizando una combinación más o menos lograda de estos dos elementos tan irreconciliables, sociológicamente, como el agua y el fuego, el amor por el arte y el amor mercenario del dinero». El análisis de Bourdieu sobre el campo editorial francés da cuenta de cómo a través del tiempo se ha acrecentado la influencia de las presiones económicas y del polo comercial, imponiendo una revolución conservadora en el sector: el triunfo de un «universal comercial que se opone diametralmente, tanto por su génesis social como por su calidad literaria, al universal literario».
Aplicar este modelo de análisis a nuestra realidad ayuda a poner las cartas sobre la mesa y a entender qué está en juego. Los cuatro referentes gremiales expresan claramente los polos del campo editorial chileno. El polo comercial está dominando por la Corporación del Libro, el de las “grandes editoriales” como lo denomina la prensa, que representan fundamentalmente al gran capital editorial: un par de grupos transnacionales que se han concentrado fagocitándose entre sí, junto a algunos actores locales que siempre se han sentido más cómodos a su lado. Le sigue en ese polo la Cámara Chilena del Libro, donde permanecen algunas editoriales de diferente tipo junto a distribuidores y algunas librerías, organización que está bastante debilitada y desacreditada, producto de la falta de iniciativa y de sus propias prácticas. Del otro lado está gran parte de la edición chilena, conformada por editoriales independientes y universitarias: Editores de Chile, Asociación Gremial de Editores Independientes y Universitarios; y laCooperativa de Editores de la Furia; ambas reúnen a más de cien editoriales. Este sería el polo de la cultura, la clara expresión de la bibliodiversidad, que asume y defiende la Convención Internacional para la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales de Unesco en el ámbito del libro.
Es entendible que hoy la Corporación no soporte haber dejado de ser el amo y señor de la principal feria del libro en Chile. Por su naturaleza misma, estos conglomerados buscan dominar, dirigir y copar el mercado. No ser parte, o más bien dueños, del negocio de la feria atenta contra su naturaleza. A ello se suman las clásicas enemistades y rencillas personales entre quienes por largos años fueron socios en el quehacer de la Cámara. El intento por parte de la Corporación de apropiarse de la marca Filsa fue una clara expresión de la disputa, que los llevó incluso a enfrentarse en tribunales, desde donde no salieron muy bien parados luego del frustrado y poco digno empeño. También está presente el clasismo, tan propio de nuestra sociedad chilena. Que libreros y distribuidores, entre ellos los de San Diego, formen parte de la organización de Filsa, les debe ser algo incómodo, o mejor, intolerable: “los lectores y el país no se merecen una feria internacional del libro desmedrada e improvisada, menos si en su organización están excluidos los editores”. ¡Qué falta de clase, por favor!
Por último, y no menos importante, es cómo se ha leído y valorado esta sustracción a participar, o ausencia de la Corporación en Filsa, que nos devuelve un buen reflejo de nuestro “malinchismo” inherente. En el mundo del libro, este apego a lo extranjero, menospreciando la producción propia, es pan de cada día, porque ha colonizado las mediaciones públicas del libro: desde la valoración que hacen buena parte de los periodistas y editores de prensa en los esmirriados artículos y críticas literarias, hasta quienes deciden los libros que se compran para bibliotecas escolares del Ministerio de Educación, donde año tras año se denigra la edición local. Por supuesto, esta colonización también ha tocado a muchos autores, quienes ven una consagración el ser editados por una transnacional: luce como una brillantina de éxito globalizado. Por lo demás, claro está, les asegura prensa express, vitrinas en librerías, mayores ventas y entrada al establishment literario y cultural del país. Así las cosas, y por las alarmantes reacciones que se leen en la prensa, pareciera que sin la presencia de estos grandes grupos se hiciera la noche en el mundo editorial chileno y no fuera posible la existencia de una Filsa con otra cultura organizacional. Pero como podemos ver, razones no faltan para intentar comprender este quiebre, más allá de las bellas pero poco consistentes palabras de sus detractores.
Podemos pensar en esta crisis como una oportunidad para abordar de una vez por todas, de manera seria y responsable, qué queremos hacer del mayor evento del libro de Chile. Claro está que nos falta mucho para que Filsa sea una verdadera fiesta de la cultura y del libro –como lo son, en formato y aspiraciones más modestas, la Furia del Libro y la Primavera del Libro–; el modelo que hemos conocido, y que se reproduce a sí mismo cada año, lleva tiempo mostrando signos de franco deterioro. Hace años también que se han presentado propuestas, y claro está que hoy se hacen urgentes los cambios de forma y fondo, por lo que es hora de que el protocolo de acuerdo entre las cuatro asociaciones firmado en años anteriores logre dar pasos sustantivos en la construcción de un modelo diferente de gestión participativa, donde Filsa deje de ser fundamentalmente un negocio para sus organizadores.
Bienvenidos los que desean sumarse a la construcción de espacios diversos, inclusivos y participativos, poniendo el interés colectivo como horizonte. En tiempos de luchas feministas hay mucho que aprender; entre otras cosas, que a veces hay que saber callar, lo que significa volver al silencio para reflexionar y desprenderse de las lógicas del dominador. Este ejercicio nos ayudará también a enfrentar de manera diferente los múltiples desafíos del mundo del libro, que van más allá de Filsa, y donde es necesaria la participación de todos para avanzar en la construcción de un ecosistema diverso, con equilibrios básicos, para que el libro recupere su base cultural, educativa y liberadora por sobre el carácter comercial. Chile necesita potenciarse como país creador y productor a nivel intelectual, para no seguir condenados a una economía desigual y de exportador primario: a ello aspira la Política Nacional de la Lectura y el Libro.