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M. García Viñó
Texto publicado en la revista "Cuaderno de Cultura", junio 1978

Anzo, ya lo he escrito antes, es un pintor nato que, de haber nacido en otra época, hubiese alcanzado muy altas cotas en el ámbito de lo que suele considerarse pintura tradicional. Sus primeras obras, hechas casi en la niñez, lo demuestran. Pero la vida le puso en contacto con dos fenómenos en cierto modo relacionados con las artes plásticas —el de los mecanismos publicitarios y el de las más modernas técnicas de las artes gráficas— y ello le llevó a hacer otros tantos descubrimientos que, en una evolución sin fisuras a partir de sus obras abstractas y neofigurativas, desembocaron en su peculiarísima caligrafía actual: el nuevo realismo crítico, al que llega por sus propios caminos, a la vez que en otras latitudes del planeta se llega al llamado pop-art; y el de la expresión de ese mismo realismo crítico mediante unas formas y unos materiales que, en sí mismos, ya forman parte del mensaje, es decir, ya expresan una concepción de la época que vivimos, al margen y a la vez de una temática sumamente expresiva en su simplicidad. Para mí, Anzo, en su momento culminante —que alcanza casi en plena juventud—, es uno de los pocos artistas que ha sabido asumir su propia época —en su historia, en su realidad social, en su progreso técnico sin precedentes— y ha sabido extraer de ella lo mucho que tiene de bueno y criticar lo mucho que tiene de malo, desde la posición independiente del artista que sólo se compromete con lo que él cree que es la verdad y con la defensa del hombre. Todo el arte de Anzo está cargado de intención; pero de una intención que, como acertadamente apuntó Julián Gállego, "no toma posiciones políticas", porque su compromiso "no es de bandería, sino de interés general de la humanidad".

Un pop-art que no es de importación

No me puedo detener en este breve escrito a describir la primera etapa de la obra de Anzo, la que pudiéramos llamar de la pintura-pintura, que se inicia propiamente cuando, aun en los momentos del aprendizaje, tiene conocimiento de que existe una forma de representación de la realidad distinta a la académica. Pero sí quiero llamar la atención sobre el hecho de que el proceso que se produce en tantos pintores de la época, del paso de la figuración esquematizante postcezanniana y postpicassiana, pasando por la abstracción y el informalismo, a la neofiguración, en Anzo se produce de manera inversa. En su obra, la auténtica neofiguración, que es aquella que muestra "ser consciente" de que ha existido la experiencia abstracta, aparece con anterioridad a la práctica por él mismo de la abstracción; de una abstracción, por cierto, muy en los linderos siempre del neofigurativismo y, por supuesto, escasamente aformal. El artista que habría de llegar a esas construcciones casi matemáticas de los "Aislamientos", de que hablaremos luego, es natural que llevase desde siempre dentro la necesidad de estructurar las formas, de apoyarlas inclusive en una materia que tiene mucho de besana o de cimiento, que evidencia, en suma, una vocación de solidez. Pero vamos con el primer "descubrimiento" de Anzo, aquel que cuaja en la etapa de su obra que la crítica en pleno incluyó dentro del pop-art.
     Surgida la crisis del informalismo, luego de una época de dominio de las tendencias no-figurativas, brota como un revulsivo la experiencia "pop". A otro nivel, podríamos decir que Francia ha dejado de mandar en el campo de las modas pictóricas y que los Estados Unidos, que ya se habían hecho notar a nivel internacional mediante la "action-paint-ing" y otros epifenómenos, empiezan a exportar visiones de la realidad del mundo que vivimos y del que ellos son, no lo olvidemos, los representantes más característicos. Cierto que la gran placenta macroeconómica, marcando nuevas formas y apetencias de vida, ha llenado el mundo de ciudadanos Kane; cierto que el cine al estilo de Hollywood, la televisión, el periodismo amarillo, la cienciaficción, la publicidad y una serie de "héroes" creados por el pseudoarte de los cómics, los telefilms y las novelas de consumo inspiran la vida de los seres vivos (al contrario de lo que ocurrió con el realismo del siglo XIX, en que era la literatura la que copiaba la vida, ahora es la vida la que copia la literatura o sus sucedáneos); cierto todo eso, pero, hasta entonces, no había tenido repercusión en la pintura. Ahora irrumpe con fuerza, con la fuerza de las grandes dimensiones, de los grandes medios y, también, de la ironía. Sorprende y, tras la experiencia nebulosa de la abstracción, el informalismo y el tachismo, atrae la atención por su rotundidad representativa. Es el pop-art a la americana, que se puede definir, efectivamente, como lo hizo Gillo Dorfles: como ese "tipo de arte figurativo que se vale de objetos o elementos ready-made o inspirados en el panorama objetual que nos rodea".
     La llamativa exposición que presentó Anzo en la Galería Biosca de Madrid, en 1965, contiene sin duda obras "inspiradas en el panorama objetual que nos rodea"; pero él las ha hecho, no partiendo de lo que unos cuantos artistas americanos han comenzado a hacer, sino de su idea de aprovechar, para hacer arte auténtico, cuanto ha aprendido como técnico publicitario. El propio Aguilera Cerni, que se siente inclinado a incluirlo entre los seguidores de aquéllos, no deja de señalar, en el texto del catálogo, que su obra no entra dentro de lo que otros pintores valencianos del momento presentan como "crónica de la realidad". En alguna ocasión, Anzo ha dicho que la diferencia entre su obra y la de, por ejemplo, el Equipo Crónica, estriba en que el respaldo ideológico de éste es político, mientras que el suyo es social. Yo añadiría otra diferenciación fundamental. Conscientemente o no, el Equipo Crónica, en su protesta ante la realidad en torno, apunta hacia un no-arte. Anzo, en cambio, manteniéndose en clave irónica, en clave crítica, lucha a brazo partido por que sus productos puedan seguir considerándose obras de arte por las mismas razones por las que pueda ser considerado tal el arte tradicional: por encarnar valores estético-plásticos.
     A una mirada superficial podría parecer que los personajes de los telefilms, los objetos más continuamente manejados por la publicidad masiva —desde las prendas interiores de señora hasta los electrodomésticos—, que Anzo incorpora a sus cuadros, aparecen en ellos "tal cual". Pero ésta no es la verdad. Entre el objeto como es "en sí" y el objeto aparentemente copiado de la realidad se interpone una visión que es estética. Hay un agrandamiento o una disminución, hay una distribución en el espacio plano, hay conexiones y desconexiones, hay extrañas mescolanzas, hay un tratamiento del color —por no hablar de la textura, que es la más adecuada para el efecto que se pretende conseguir y que se consigue a base de emplear un determinado pigmento que no es el óleo tradicional —pintura nitrocelulosa la mayoría de las veces—; es suma, hay una serie de elementos que traducen la realidad, la potencian, la seleccionan, la transfiguran. Podría hablarse ante algunas de las obras conseguidas así de una suerte de super-realismo, sin que con ello queramos establecer conexiones de ninguna clase con el superrealismo histórico, que tiene una base onírica. En las obras de esta etapa de Anzo no hay un solo elemento que proceda directamente del inconsciente, pero sí hay mucho que procede del pasmo ante una realidad que percute agresivamente sobre el ser —también sobre su inconsciente, por supuesto, pues ya sabemos cuánto las técnicas de comunicación de masas tienen de subliminales—, pero que llega el cuadro a través de una elaboración plenamente consciente. Lo mismo ocurrirá en la etapa posterior, en la que, al mensaje crítico, se une un toque de alarma ante el tipo de sociedad a que la visión tecnocrática del mundo puede conducir y en la que los experimentos realizados por el artista con la pasta pictórica cederán el puesto a otros hechos con nuevos, novísimos materiales.
     Un proceso mental idéntico al que llevó a Anzo a intentar y conseguir elevar a la categoría de arte obras compuestas utilizando los materiales y los signos que empleaba en su labor publicitaria, le lleva al empleo de las técnicas y los modos de las artes gráficas y, en un segundo momento, de todo cuanto la técnica moderna pone a su alcance y le resulta apto para conseguir los efectos plásticos que él busca. Y así es como entran en sus piezas los clichés de aluminio presensibilizado, los fotolitos, el acero inoxidable trabajado a veces al chorro de arena, los rodamientos y, como formas, los esquemas, circuitos y fórmulas de las computadoras.
     En mi libro Arte de hoy, arte del futuro, llamé la atención sobre el hecho de que, dentro de un proceso de recuperación del arte, cuya muerte algunos habían decretado, podían situarse creaciones que, como las de Eduardo Sanz, Juana Francés, Manuel Rivera, Echauz o Anzo, presentaban batalla al mundo tecnocratizado valiéndose de sus propios descubrimientos, apropiándoselos, domeñándolos, convirtiéndolos a su ser. Pensemos, por una parte, en esas pequeñas figuras de hombres sentados como en una silla eléctrica, diminutas figuras que Anzo sitúa en medio de orgullosas estructuras que copian los complicados e indescifrables entresijos de las computadoras, esos sobrehumanos artefactos con los que se pretende sustituir las potencias del espíritu del hombre, y pensemos, por otra, en el material con que unas y otro, figuras y entorno, están realizados. Técnicas como las de fotograbado sobre aluminio anodizado o la inscripción al chorro de arena sobre acero inoxidable sólo han sido posible gracias a los adelantos tecnológicos de nuestra edad. El mero hecho de utilizarlos ya implica una aceptación de todo aquello que de positivo, que es mucho, la técnica puede tener. Y es que, como advierte Julián Gállego, "Anzo no está contra la máquina, lo que sería tan insensato o más que estar a favor incondicionalmente: lo que quiere es que deje de tener ese aspecto de ídolo manejado por turbios y disimulados hechiceros." Y no sólo que deje de tener ese aspecto, añadiría yo, sino que se convierta de hecho en instrumento de esclavización del ser humano por un nuevo tipo de ser deshumanizado a causa de su entrega incondicional a lo que, en su solo y soberbio ser, se aleja tanto del mundo interior como del mundo exterior donde el espíritu del hombre encontró siempre aperturas hacia dimensiones más enriquecedoras del ser.
     A través de las técnicas y fórmulas señaladas, Anzo proclama el mensaje del que ya hemos hablado; pero lo hace, y es lo más importante, por medio de un sistema formal que, al margen del contenido que podríamos llamar, para entendernos, testimonial, posee un contenido estético. Hay misterio en la representación de ese individuo aislado, estático, que centra todas las piezas de la serie que el artista ha titulado "Aislamientos", visto a través de vidrios o de plásticos transparentes coloreados, como para acentuar la sensación de irrealidad. Y hay belleza en la combinación de las líneas y los planos blancos y negros o brillantes y opacos, en las notas de color que valoran los espacios neutros, donde a veces, también, unos suaves relieves juegan con la sombra y con la luz.
     Pero hay otro aspecto importante de señalar en esta consecución de valores plásticos mediante el uso de nuevos materiales que, lógicamente, requieren nuevas técnicas en su tratamiento, y es que se trata de materiales elaborados, sí, pero de una manera muy distinta a como podemos considerar elaborada la pasta tradicional. La diferencia fundamental estriba en que la pasta pictórica podría fácilmente suponerse hecha por el artista, de manera que su elaboración "dada" no obste prácticamente nada a la factura manual; en cambio, es difícil suponer unas tramas metálicas tan perfectas como las empleadas por Manuel Rivera; un plástico o un plexiglás como el utilizado por Juana Francés o María Droc; unas fibras sintéticas como las que permiten a Manuel Raba construir sus gigantescas formaciones abstractas; unos metales como los que sirven a Anzo para introducir a su aislado homúnculo fantacientífico, que no fuesen productos de una máquina, de una complicada manipulación mecánica. Y es interesante verificar que esto es así; es interesante que estos artistas tomen un material superelaborado y lo reelaboren haciendo de él "otra cosa", no en el sentido en que el barro que compone el ánfora es otra cosa distinta al barro bruto, sino en el sentido de una auténtica transfiguración de la materia separada de su uso "lógico": en el sentido de la conversión del alambre, el plexiglás, el aluminio, el acero, en vibración, luz, brillo, color y transparencia. Es decir, que no se trata aquí de una transfiguración a través de la forma, como siempre ocurre en la obra de arte, sino además, y antes de esto, de una especie de transmutación. Por eso, si la alfarería o la cerámica hacían alusión a un primer renacimiento, estructuras como las de Anzo hacen alusión a un segundo renacimiento de la materia.