El calafate -arbusto espinoso perenne, de la familia de las Berberidaceae, cuyo fruto es una baya de color azul negruzco, que se recolecta en el verano para consumirlo fresco, elaborar mermeladas, jaleas, siropes y licores- fue una de las frutas nativas que el doctor Diego García estudió como parte de su proyecto Fondecyt de Iniciación, que se basó en buscar las propiedades antiinflamatorias de extractos de maqui, calafate, murtilla y frutilla silvestre, entre otras.
Montando un modelo in vitro, los investigadores conlcuyeron que "dos de las frutas destacaron como excepcionales en cuanto a los resultados que obtuvimos, como son el maqui y el calafate. Sobre todo esta última, que en el experimento final fue la única capaz de bloquear el desarrollo de resistencia a la insulina del adipocito. Con esos resultados quisimos avanzar al paso siguiente, en un modelo sistémico in vivo de obesidad a diabetes por resistencia a la insulina, que considerase la metabolización de estos polifenoles provenientes del calafate y su posible impacto, o el de sus submetabolitos, en los tejidos blancos”, detalló García.
La grasa parda
La nueva fase en esta línea de investigación llegó mediante la tesis de doctorado en Biotecnología de la estudiante Jessica Soto, de la Universidad Católica de Valparaíso, quien concretó el estudio y observó que había un resultado antiinflamatorio del extracto de calafate tras su absorción luego de ser ingerido por el animal; es decir, “surtía el efecto que habíamos pensado que iba a ocurrir”, contó el doctor García.
Pero, además, en ese modelo pudieron generar una línea derivada de investigación: la grasa parda. “Este es un tejido adiposo diferente a la habitual. En humanos se ubica en la zona supraclavicular, pero se encuentra en mayor cantidad solamente en los recién nacidos. Después de los cuatro o cinco meses de vida comienza a decaer en cantidad hasta que después es casi inexistente. No obstante, diversas investigaciones recientes han descrito su presencia en adultos, pero no en condiciones patológicas; es decir, obesos y diabéticos casi no tienen grasa parda”.
En base a estos conocimientos, junto a Jessica Soto realizaron un experimento en dos grupos de modelos in vivo: a ambos –así como a grupos control- se los sometió a una dieta rica en grasas, pero a uno de ellos se les proporcionó, desde el comienzo de la intervención, extracto de calafate en una dosis baja, producto que al segundo grupo se le puso a disposición en la misma medida, pero cuando ya habían desarrollado obesidad. Los modelos estaban concebidos para generar animales con obesidad y diabetes por resistencia a la insulina.
Los resultados, reveló García, arrojaron que “en ambos grupos de animales tratados con extracto de calafate aumentó la cantidad de grasa parda. Y ese es un derivado que no esperábamos. Pero otra sorpresa fue que los animales del grupo al que tratamos con extracto de calafate a modo preventivo no engordaron tanto, sólo la mitad que lo hizo el segundo grupo, y sin que hubiera diferencia en la ingesta. Es decir, el grupo más beneficiado con la ingesta de extracto de calafate fue el primero, porque no sólo aumentó la grasa parda, sino que acumuló menos grasa blanca, por lo que este podría ser un factor añadido para que presenten menor riesgo de resistencia a la insulina”.
Avances en la industria agraria
Esos resultados son los que fundamentan el proyecto Fondecyt Regular 2017, que el doctor Diego García y su equipo realizarán por tres años. “Queremos evaluar las propiedades antiobesidad del consumo de extractos de calafate ricos en polifenoles, específicamente antocianinas, debido a lo que observamos en el modelo sistémico; es decir, evaluando sus efectos en presencia y actividad de tejido adiposo pardo y, de paso, evaluar la posibilidad de inducción de pardeamiento de tejido adiposo blanco con este tratamiento”, afirmó el académico.
En esta parte de la investigación contarán con el apoyo del Instituto de Investigaciones Agropecuarias, INIA, a través de un proyecto liderado por la doctora María Teresa Pino, que se encuentra estudiando el mejor manejo agronómico del calafate, de manera de llegar a un posible cultivo de fácil manejo que produzca cosechas de mejor calidad y consistente en cuanto a sus propiedades, lo que pudiera dar pie a una industrialización sustentable de derivados de este fruto.
“Vemos este estudio como de una cercana aplicación futura. De estas investigaciones podría derivar un producto, ya sea un extracto, un liofilizado o algo diferente, sustentado por esta batería de investigación, para determinar su uso a modo preventivo de la obesidad. Nuestra idea es que se pueda usar complementariamente a un programa de pérdida de peso, o para mantener un consumo constante dentro de un proyecto de vida saludable; no es una panacea”, sentenció el doctor García.