Discurso del Sr. Máximo Pacheco Gómez en la ceremonia de entrega de la distinción académica de "Profesor Emérito"

Discurso del Prof. Emérito Máximo Pacheco Gómez

He creído que puede ser procedente exponer una síntesis de mi experiencia vivida durante un largo período.

En 1942, hace casi 70 años, ingresé a esta Facultad para hacer realidad mi vocación, verdadera y profunda, de poner mi vida al servicio de la justicia.

En 1948 recibí mi título de Abogado, y, posteriormente, obtuve una Beca de Perfeccionamiento del gobierno de Italia, en el Instituto de Filosofía del Derecho de la Universidad de Roma, que dirigía el profesor Giorgio del Vecchio, a quien recuerdo con afecto, gratitud y admiración.

En 1950 se me otorgó el grado de Doctor en Filosofía del Derecho en la Universidad de Roma.

En Chile fui designado Profesor Extraordinario de Introducción al Derecho y comencé a dictar cátedra en 1951, cuando tenía 26 años.  Después de 21 años dedicados a la docencia, interrumpidos sólo por mis desempeños como Embajador en la Unión Soviética y como Ministro de Educación.  Fui elegido Decano de esta Facultad, por la decisión democrática de los tres estamentos universitarios: profesores, estudiantes y no académicos.

En 1974, por Decreto del Rector Delegado de la Universidad de Chile, se puso término a mi decanato, por haber declarado que, en mi concepto, no debía expulsarse de esta Facultad, por motivos políticos, a ningún académico, estudiante ni funcionario.

Continúe ejerciendo la docencia, manteniendo mis principios y la idea de Universidad que había heredado de mis maestros.

En 1976, por decreto del Rector Delegado de la Universidad de Chile de la época, se puso término a mi cargo de profesor.  Fui despedido por haber rendido un homenaje al ex Decano de esta Facultad, don Eugenio Velasco Letelier, con motivo de haberse decretado, por el gobierno, su expulsión del territorio nacional.

En esta forma concluyó mi carrera docente de 25 años.

Después de trece años de exilio académico, por decreto universitario de 8 de marzo de 1989, se me permitió reintegrarme como profesor de esta Facultad.

Es verdad que durante estos años continué vinculado intelectualmente a los estudios de Filosofía del Derecho e impartí docencia en la Facultad de Derecho de la Universidad de California, Los Ángeles, (Estados Unidos) y fui honrado con el Doctorado Honoris Causa de la Facultad de Derecho de la Universidad de Bolonia.  Durante todo ese período sentí el respeto de mis colegas y el afecto de mis ex alumnos.

Volviendo a mi época de estudiante recuerdo que fueron mis profesores una pléyade de jurisconsultos que prestigiaron esta Facultad y nos enseñaron, con sus conocimientos y su personalidad,  la realidad del Derecho:

Arturo Alessandri Rodríguez

Gabriel Amunátegui

Ernesto Barros Jarpa

Aníbal Bascuñán

Darío Benavente

Lorenzo de la Maza

Jaime Eyzaguirre

Guillermo Feliú

Gustavo Fernández

Juvenal Hernández

Pedro Lira

Raimundo del Río

Enrique Marshall

Raúl Varela

Eugenio Velasco

Carlos Vergara

Francisco Walker

De ellos aprendí la esencia de la vida universitaria.

Como escribe Stephen D´Irsay: "El pensamiento humano tiene una larga y dolorosa historia".

"Concebido en las profundidades de la vida consciente, nacido en una soledad donde la austeridad es a veces terrorífica, se encamina, desde el momento mismo de su nacimiento, hacia los grandes espacios, hacia otros espíritus siempre prontos, siempre en espera. Esta es la heroica y emocionante aventura de toda idea, partiendo de su aislamiento, ella quiere conquistar el mundo.  Y el destino común de todo pensamiento es el de ser condenado al mutismo, a menos que él pueda realizarse en apariencias materiales: no se ve la luz sino por su reflejo sobre el objeto iluminado".

"La historia de las universidades es un aspecto de esta misma aventura, sombría y no obstante gloriosa, de esta transformación de la idea solitaria en pensamiento común, organizado, es la historia del alma buscando expresarse a través de la materia bruta, sacudiéndola, subyugándola.  En las universidades, los más grandes tal vez, de los innumerables monumentos que nos ha legado la Edad Media el espíritu humano siempre impaciente de entregarse, ha encontrado un medio admirable de expresión y propagación.  Así, su historia es, en gran parte, la historia del pensamiento contemporáneo".

Mis maestros me enseñaron, también, la trascendencia de la docencia universitaria.

La docencia universitaria es una de las actividades más dignas y de mayor responsabilidad a que puede ser llamado un individuo.  En ella, la facultad más noble del hombre, la inteligencia,  se entrega en la edad más bella, la juventud, al maestro universitario, para que siembre y cultive en ella el germen de la vida y perfección que su disciplina universitaria implica moralmente.

El profesor universitario no es aquel que solamente posee sólidos conocimientos científicos y moderna información, sino aquel que a ello une la claridad y consistencia interior, mediante el conocimiento sereno y honrado de sí mismo, y cuya vida privada, docente y profesional son intachables. Ni sabios inmorales ni virtuosos ignorantes, ni profesionales brillantes, pero carentes de ciencia, ni hombres absorbidos por la acción hasta el extremo que no tienen tiempo para dedicarse al estudio, son ejemplos de buenos maestros.

En el profesor universitario sus condiciones espirituales y morales son las que más tienen importancia.  El profesor educa más por lo que es que por lo que sabe, por lo que de toda su personalidad fluye como emanación del espíritu, por el contagio de su fe en el trabajo, de su esperanza, de su alegría, de su optimismo.

No podrá ser un buen maestro el jactancioso, el petulante, el irascible, el arbitrario o el injusto.  Por el contrario, el profesor debe cultivar la modestia, la tolerancia, la dignidad, el optimismo, la justicia, la probidad y la simpatía.

El maestro, como modelo personal, ejerce una de las influencias más determinantes en la formación de sus alumnos, porque su conducta total,  aún frente a otras personas,  actúa con mayor intensidad que su enseñanza misma.  El profesor obra con más eficacia mediante el silencioso ejemplo de su personalidad, de su conducta y de su proceder, que con las mejores lecciones intelectuales.

Pero éste es, también, un modo de acción delicado, ya que constituye un grave error el querer presentarse como modelo.  En rigor, se debe ser modelo sin querer serlo, so pena de incurrir en cualquier forma de hipocresía o de fariseísmo.  Sólo actúa como modelo aquel que no sabe que lo es, ni pretende serlo.  Pero, a pesar de ello, el profesor debe tener siempre presente su posición natural de modelo, la que le impone ciertos deberes esenciales.

Desgraciadamente, este importante papel que juega el profesor en la formación de los cuadros directivos de la colectividad, no es debidamente reconocido.  Y esta falta de reconocimiento se manifiesta en casi todas las esferas de la vida docente: falta de independencia económica y de cátedra, inseguridad en el ejercicio de su cargo, excesiva facilidad para que elementos ajenos a la vida universitaria ingresen como profesores por motivos políticos o de figuración personal,  etc.

Para dignificar a la Universidad hay que dignificar al profesor, hay que darle garantías de independencia e inamovilidad.  Hay que dificultar el acceso a la cátedra y también la separación de ella sin causa grave.  Por ello, el principal derecho que pueden hacer efectivo los profesores universitarios, frente a la sociedad en general y a la autoridad pública en particular, es el procurar que sea preocupación preferente de ellas el proporcionarles los medios suficientes para que los profesores realicen su misión en la forma más eficiente, y para obtener que creen en torno a ellos ese ambiente de respeto y consideración que le es debido.

Además de crearse la verdadera carrera docente, el profesor universitario tiene derecho a que ella se reglamente de tal modo que sólo sea ganada, paso a paso, por riguroso y paulatino ascenso.  Que comience con las ayudantías, que prosiga con el profesorado agregado, auxiliar, encargado de curso, suplente, titular, para llegar, finalmente, al profesorado extraordinario.  No es posible que la universidad entregue sus cátedras como prebenda a los políticos, como regalo a los amigos de las autoridades o como escalón a los que quieran agregar títulos a su hoja de servicio, para ascender en la administración pública.  El ideal estaría,  desde luego, en un profesorado idóneo y exclusivo.  La carrera magisterial, ganada paso a paso, por riguroso ascenso, garantiza la vida de la Universidad.  Cuando la política interviene en la designación o remoción de los profesores, la autonomía sucumbe.  De ahí la conveniencia de que, la Universidad disfrute de autonomía efectiva y amplia.

De aquí que se destaque como condición fundamental, anexa a la reglamentación de la carrera docente, el privilegio de inamovilidad del docente universitario para que asegurándole su permanencia, mantenga la idoneidad que su cargo le exige.

La Esencia de la docencia universitaria 

Durante mi experiencia en la Facultad pude descubrir también la esencia de la docencia Universitaria: los estudiantes. Podemos decir con Goethe que: "Estudiante es el que realiza un esfuerzo constante".  El alumno universitario es aquel que ha aceptado, libremente, la obligación de trabajar para ser hombre culto y profesional eficiente.

Ser estudiante es, en efecto, trabajar idóneamente para alcanzar plena humanidad: cultura adecuada a la verdad, lugar y tiempo, y suficiencia profesional en una disciplina universitaria.

Vivimos una crisis moral de honda e incalculable trascendencia. El perfeccionamiento espiritual e intelectual ha sido dejado de lado y gran parte de los hombres viven una existencia angustiosa, sumidos en la acción y persiguiendo fines de orden utilitario. Y esta "enfermedad"  ha contaminado a la juventud y, también, a la que debió haber permanecido inmune a tan grave contagio, a la juventud universitaria.

Presenciamos hoy una crisis de vocaciones.  Son pocos los que hacen algo movidos por un llamado interior que los impele a ello, casi todos piensan antes en lo que obtendrán -lucro u honores- como resultado de su propia acción. Y esto es fruto de una errada concepción filosófica: la de creer que el hombre vale por el cargo que ocupa en la sociedad y no por la forma como lo desempeña.

Para cumplir con dignidad su elevada misión, el estudiante universitario debe esforzarse, en primer término, por desarrollar sus facultades intelectuales, entregándose por entero al estudio con el fin de adquirir conocimientos, de rectificar y afinar su espíritu, haciéndolo capaz de conocer y asimilar los saberes, y de asegurarse la soberanía sobre sí mismo, por la atención, el método y la precisión crítica.

En sus relaciones con los alumnos los profesores deben buscar esa unión fraterna que sólo la da la amistad: el buen profesor es el amigo y consejero de sus discípulos, para el cual nada del alumno es ajeno, y que está dispuesto no sólo a darle saber, sino a prestarle su más desinteresada colaboración.

Por ello el aula desde donde el maestra dicta "lecciones magistrales" debe sustituirse por el "Taller de trabajo" en donde el alumno y el profesor, en comunidad fraterna, marchen tras la conquista de la verdad, el alumno como militante, con el anhelo permanente de analizarlo todo, el maestro como un conductor que, con el espíritu avizor, oriente la actividad de aquél.  Sólo así se formarán espíritus libres en perpetua inquietud, espíritus verdaderamente universitarios que sólo se caracterizan por aquella capacidad de juicio personal, que es fruto de largo estudio y observación, aquel criterio que genera la crítica metódica y rigurosa de los hechos y de las ideas, la facultad de dominar los problemas más complicados y más delicados; en otros términos, el espíritu científico, la posibilidad de saber por sí mismos y no simplemente de recibir de otros el conocimiento ya elaborado.

Pero, a pesar de lo que decimos, no es que propugnemos la abolición total del sistema de la clase conferencia.  Estimamos que ambos sistemas deben convivir en la actividad universitaria.  En muchos aspectos de la enseñanza universitaria actual el sistema de disertaciones del profesor sigue siendo útil.  Si pensamos, por ejemplo, en las muchas dificultades que suelen encontrar los estudiantes para tener acceso a las fuentes originarias de información y el trabajo agobiador que significaría acudir en cada tema a ellas, debemos admitir que el profesor presta una valiosísima ayuda a sus alumnos estudiando él previamente esas fuentes, a veces en años de trabajo y entregándolas en forma de exposición sistemática.

La Universidad debe cumplir una finalidad científica, en ella debe hacerse ciencia.  Ciencia y universidad deben estar íntimamente unidas, para lo cual debe contarse en la universidad con un cuerpo de hombres que se dediquen a la investigación pura y con institutos, laboratorios y bibliotecas suficientemente equipadas que estén a su servicio.  De otro modo se resentirán enormemente la universidad, la docencia y la vida profesional, que en ella se nutren.

Estamos en desacuerdo con aquellos que pretenden separarlas, como con los "hombres prácticos" que, con carencia absoluta de visión, afirman que en países pobres como el nuestro, no debe gastarse en hacer investigación pura.  Si no hacemos ciencia en la universidad, se detendrá nuestro progreso cultural y también el económico, porque no hay que olvidar que la ciencia pura y la aplicada están estrechamente vinculadas.  Pasteur, los esposos Curie y Einstein no sólo hicieron progresar la ciencia pura, sino que prestaron valiosos servicios a la humanidad, los que, para tranquilidad de los prácticos, han reportado también riquezas materiales.

Por lo demás, como lo expresó Juan Gómez Millas, ex Rector de nuestra Universidad: "¿qué sentido tiene hablar de gastos que demanda el funcionamiento de la Universidad?   Es demasiado grande el tesoro que tenemos que transmitir y acrecentar para que lo midamos en término económicos de costos.  La ciencia, la educación y el arte son caros, como lo fueron las catedrales medievales, los templos griegos, las matemáticas de Arquímedes, los frescos de Miguel Ángel, los conjuntos esculturales de Bernini o la música polifónica.  Caro es todo lo que construyen la fe, la esperanza o el amor para dejar testimonio del espíritu creador del hombre, para tallar los sillares del templo del mundo que el hombre edifica sobre la tierra en el proyecto de hacerse más humano....¿podremos alguna vez compensar a Pitágoras su teorema, a Platón sus Diálogos, a Beethoven su música  o a Einstein su visión matemática del mundo?

SEÑOR RECTOR  -  SEÑOR DECANO

En esta solemne oportunidad deseo entregar a los queridos alumnos de esta Facultad de Derecho de ayer y de hoy, un mensaje de fe y esperanza.

La convivencia social descansa en la garantía y respeto de la justicia y el derecho.

Quienes las violan socavan las bases de la vida civil y vulneran las condiciones primordiales de las que depende la respetabilidad de las personas.

Debemos trabajar con toda nuestra energía porque estos valores se encarnen realmente en la comunidad.

Ello nos impone una participación activa e infatigable en el eterno drama que tiene por teatro la historia y por argumento la lucha entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia, entre la paz y la guerra, en definitiva, entre el amor y el odio.

Debemos luchar por estos valores, porque tan sólo ellos resplandecen, cual luces inextinguibles, sobre el oleaje de las pasiones humanas y, es tan puro su resplandor, que, según la imagen de Aristóteles  "ni Venus, la estrella de la noche, ni el lucero de la mañana, son tan maravillosos". Tengan fe en el hombre y en su dignidad esencial.

El hombre es el más perfecto de los seres creados.

Tengan fe en su dignidad y respeten siempre los derechos fundamentales de la persona humana, considerando que todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos.

Nunca atenten física ni moralmente contra nadie ni permitan que ello ocurra; y si acontece, denuncien con energía esta violación y defiendan a la víctima.

Tengan fe en la libertad humana que permite el cumplimiento del destino individual y social del hombre.  La libertad es una consecuencia de la naturaleza racional del hombre; el hombre es libre porque es inteligente, aunque no siempre pueda actuar libremente.  La libertad le es dada al hombre en germen y debe crecer con él.  Sólo por medio de la libertad  la persona  puede alcanzar su más alto grado de dignidad. La finalidad del Derecho no es abolir o restringir la libertad humana, sino defenderla y ampliarla.

Respeten y luchen porque se garanticen efectivamente las libertades físicas y morales de todas las personas, sin excepción, conscientes de que sin libertad no hay vida plena. Busquen afanosamente la verdad, entreguen a esta tarea sus mejores esfuerzos y defiéndanla con toda la energía de su ser, cualesquiera sean las consecuencias.

Tengan fe en la Justicia y en el Derecho.

El Derecho es el objeto de la Justicia.  Es una forma necesaria de la existencia del hombre en sociedad.  El quehacer humano se desenvuelve en la vida de relación necesariamente en forma jurídica. La Justicia es el valor supremo del Derecho, siempre válido, aunque sólo parcial o defectuosamente realizado.

Si la Justicia es negada, no hay nada que pueda dar valor a la vida del Derecho.

Tengan presente que si la estructura  de la sociedad surge de la Justicia y el Derecho, la fuerza creadora interna y su dinamismo vital emergen del valor supremo del amor.

La sociedad no puede vivir sin la constante donación de las personas que la integran.

Destierren el odio, primeramente de sus corazones y luego de las formas de estructura social.

La historia está llena de las ruinas de comunidades que se abandonaron al odio y la violencia.  El odio multiplica el odio y la violencia multiplica la violencia, generando destrucción y muerte. Para la salvación individual y colectiva  del hombre debemos seguir el camino del amor, sin abandonar nuestros esfuerzos por la Justicia.

Amen, con toda la fuerza de sus corazones, a todos los hombres, sin distinción alguna,  incluyendo a sus enemigos.

Luchen porque todas las estructuras sociales sean vivificadas por la fuerza creadora del amor y tengan presente que una acción semejante requiere autenticidad y valor, en el más alto grado.

Luchen por la Justicia y el Derecho, pero el día que encuentren que existe conflicto entre el Derecho y la Justicia, luchen por la Justicia, con todas sus fuerzas, sin temores ni claudicaciones.

Tengan siempre presente que, como dijo Goethe, "es la última palabra de la sabiduría que sólo merece la libertad y la vida el que cada día sabe conquistarlas".