Creí que la tarea de presentar a Norbel Galanti sería facilísima. No fue así. Desde luego pertenecemos a la misma generación aunque él sea unos pocos años menor que yo. Pero el momento en que él llega a Santiago desde su natal Córdoba es también el momento en que comienzan mis Wanderjahre, y cuando yo vuelvo a la patria el joven Galanti se va a Philadelphia y luego, con una beca Guggenheim un posdoctorado de dos años. Por ello, Norbel se pierde parte de la Reforma universitaria en Chile y entre agosto-noviembre 1973 se refugia en la Universidad de Glasgow. En mi caso, la Reforma se me dio muy mal pero logré escapar de sus puntos más odiosos, encerrándome en la burbuja que en esos años era Borgoño 1470, lugar desconocido para casi todo el mundo y más aún para las fuerzas armadas que ni siquiera supieron de su existencia y nos ahorraron las ignominiosas visitas que hicieron a otros lugares universitarios. Es por ello que vine a conocer a Norbel, no en las actividades académicas de la Facultad de Medicina sino más bien en las reuniones anuales de las sociedades científicas (Biología, Bioquímica, Biología Celular, Genética). La sola enumeración de cuatro sociedades (jamás asistí a las de Farmacología, Parasitología o Fisiología) muestra el proceso de homogeneización de las técnicas con que interrogábamos a las células. En buenas cuentas, ya comenzaba con fuerza la molecularización de las explicaciones aunque no todavía la homogeneización de los organismos modelo ni de las preguntas globales que nos hacíamos. Eran ocasiones para los jóvenes científicos como Norbel y yo porque así conocíamos lo que otros hacían. La población científica era pequeña y había tiempo para hablar de ciencia, pero también de docencia y de cómo conseguir financiamiento para los aparatos que necesitábamos.
Inevitablemente, sin embargo, comenzamos a vernos cada vez con mayor frecuencia en reuniones académicas de diversa índole y a recurrir a la ayuda recíproca de reactivos o instrumentos. Paulatinamente fuimos siendo cada vez más amigos, de esos que llamo ‘amigos sin exagerar'. Por ejemplo, en alguna escalinata me encuentro con Galanti y le digo: Norbel! tanto tiempo sin verte ¿que te habías hecho? Llegué recién la semana pasada desde Suecia. Fueron dos años estupendos con la beca Guggenheim! Bueno, así es la Facultad de Medicina. Pueden pasar años sin ver a alguien porque estaba de viaje, él o tú. O porque ya no vas a la Sociedad de Bioquímica porque tus intereses cambiaron y ahora solo vas a la Sociedad de Quiste Hidatídico! Por suerte, con Norbel y Ulrike ahora nos vemos en la ópera o cuando te prenden una medallita en la solapa!
La Medalla Juvenal Hernández Jaque fue instituida en 1983 y se otorga "a los ex alumnos de la Universidad de Chile que, en el ejercicio de sus respectivas labores profesionales, hayan prestado servicios distinguidos a la Universidad de Chile o al país". Si bien no conocí personalmente al rector Juvenal Hernández mi mentor Hermann Niemeyer y otros profesores de la Facultad tenían una altísima opinión de sus capacidades y por ello esta medalla es un premio universitario y no simplemente un certificado de buena salud. No tengo dudas acerca de los servicios distinguidos que Galanti ha prestado a la Universidad y al país. Sus más de cien publicaciones en revistas científicas de alto nivel, los innumerables cursos que ha inventado y dictado para las carreras de la Salud, la cantidad de estudiantes que se han arrimado a aprender investigación y las muchas tesis de licenciatura, magister y doctorado, así lo atestiguan. Tampoco tengo dudas acerca de su manera de ver los actuales problemas universitarios o sus ideas acerca de cómo hacer ciencia del mejor nivel posible en un país que se niega sistemáticamente a financiar la ciencia básica y cree solo en las aplicaciones de la ciencia.
Nada más interesante que hurgar en el pensamiento escrito del rector Juvenal Hernández en estos momentos en que la educación chilena sufre los embates de ideologías que se creen dueñas de la verdad. No lo cito de primera mano sino a través de lo que han dicho académicos que recibieron la medalla que hoy nos convoca.
"la misión de la Universidad es una pregunta que ha permanecido en pie para sabios y humanistas en todo lo que va corrido del presente siglo, y si bien el problema alcanza en estos momentos caracteres de urgencia suma, la respuesta continúa en suspenso". Por mi parte digo que la misión de la universidad jamás podrá ser un concepto terminado y estático. La fortaleza y significación para la sociedad residen en su capacidad de captar los cambios porque es la universidad la responsable de que los cambios se produzcan, pero también de examinar si los cambios se condicen con lo quisiéramos de lo bueno, lo verdadero y lo bello. Muchos quisieran que la universidad cambiara y decretara el uso de las lanzas y garrotes del neoliberalismo sobre la estructura del estado y que la sociedad solo sea funcional a un fin mercantilista. Don Enrique Silva Cimma, al aceptar esta misma medalla, nos preguntó "¿La Universidad debe formar profesionales en áreas cuya demanda haga esa función rentable o es la Universidad la que tiene que apoyar el proyecto de país con una oferta amplia y equilibrada de conocimientos necesarios?" para luego concluir: "Las ofertas académicas tienen hoy el signo de la especialización en áreas aparentemente lucrativas o de gran atractivo para la juventud, por el supuesto desafío que ellas implican. Se ofrecen carreras como si éstas fueran playas para disfrutar vacaciones."
Colegas y amigos todos.
Quisiera terminar mis desmañadas palabras de presentación de Norbel Galanti constatando que lo que ha hecho en su vida universitaria lo ha compartido con sus alumnos y colegas porque es simplemente algo que todos los que estamos aquí, también hacemos porque es nuestro sueño, el sueño de la universidad en que nos gustaría estar toda la vida. Al instalar la Universidad de Chile, don Andrés Bello decía que las artes son el bastión contra la desgracia, es decir fortaleza moral. Don Andrés no podía imaginar que, muchísimos años más tarde, preservar el arte y enseñar las herramientas intelectuales a sus cultores, sería manejado por las leyes del mercado. Se habría declarado estupefacto al saber que la educación chilena debe estar manejada por el lucro siempre que no se note mucho. Don Andrés se habría sorprendido al percatarse que al prohibir el lucro en educación aparecerán ipso facto ejecutivos infinitamente imaginativos cuya tarea será aumentar las ganancias aunque en el proceso dejen en la inopia a estudiantes y a sus padres. Estarán felices los que creen que las Escrituras (Mateo 25:29) los avalan, porque al que tiene hay que darle y al que no tiene hay que quitarle lo poco que tenga. A los que no tienen habrá que advertirles que, en su afán por un título universitario, caerán en las trampas diseñadas por los que saben mucho, pero que jamás leyeron la Ética a Nicómaco.
Muchas gracias.