Alrededor de ciento ochenta fotografías capturadas casi al borde de la ilegalidad conforman la nueva publicación de Ediciones Departamento de Artes Visuales, libro que reúne una serie de imágenes que forman parte de una investigación que Pablo Rivera inició hace diez años en torno a casetas de vigilancia militares, civiles e institucionales. "El proyecto surgió de forma casual. Yo iba por la carretera y vi una caseta de madera que estaba como encima de una plantación. Me pareció un objeto interesante y lo fotografié. Al cabo de tres meses ya tenía cuatro o cinco fotografías", recuerda este artista y académico del Departamento de Artes Visuales sobre el origen de estas imágenes que ya ha exhibido en Montevideo, Buenos Aires, Sao Paulo, Lérida y La Habana y con las que ahora trabajó para dar forma a Take&Run, título de este libro perteneciente a la Colección Relatos Visuales.
Aunque en un comienzo el interés estaba dado exclusivamente por la forma que tenían esos objetos, el encuentro que Pablo Rivera tuvo con unas casetas militares le hizo incorporar el concepto de vigilancia en sus observaciones. "Ya no era sólo un interés objetual, sino que lo que me interesaba era lo que la caseta producía en el espacio al amplificar la presencia de un vigilante, existiera realmente o no. En ese instante se convirtió en un proyecto, porque empecé a observar cómo se comportaban, en qué lugar estaban ubicadas, las tipologías y los modelos que existían", cuenta este artista, agregando que en un primer momento se centró en las casetas militares y de carabineros porque "eran regidas por la institución y el poder. Entonces, era enfrentarse a casetas que todavía, trece años después del regreso a la democracia, continuaban con una carga sumamente potente".
De hecho, fue a partir de esas experiencias que el académico del Departamento de Artes Visuales dio nombre a su libro, puesto que, tal como recuerda, el ejercicio consistía en "ponerse frente a las casetas, tomar la cámara y capturar la fotografía lo más rápidamente posible en el entendido de que estaba prohibido y sigue estando prohibido hacerlo", dice sobre este proyecto que luego fue ampliándose, incorporando la presencia de casetas de vigilancia ubicadas en barrios residenciales. "Finalmente se trataba de cómo se iba produciendo una ilusión de seguridad porque, en el fondo, las casetas son como espantapájaros colocados ahí no para vigilar sino para decir que ese espacio está vigilado. Eso me pareció interesante. De las casetas militares yo creo que no debe haber más de cien fotografías, que son bastante interesantes no sólo en términos políticos sino también tipológicos".
¿Y efectivamente te tocó tomar y correr, como dice el título del libro?
Me tocó tomar y ser rodeado. Estaba en Punta Peuco y no alcancé a correr. Me quitaron la cámara, pero justo había cambiado el rollo, así que no alcancé a perder las fotografías. Eso fue como el año 2004. Aunque más de una vez me tocó pasar por situaciones parecidas, esa vez fue muy divertido porque llegaron dos o tres camionetas y se bajaron como ocho personas, entre ellas, un capitán.
¿Cómo enfrentaste ese momento? ¿También te lo tomaste con humor, como ahora que lo cuentas?
No tanto como con humor. Estaba solo, pero tampoco me sentía tan inseguro porque tenía una cartita bajo la manga, un carnet bastante trucho de periodista que me habían facilitado por ahí. Claro que me pidieron las fotografías, pero como te dije, había cambiado el rollo cinco minutos antes, así que no las perdí. En otras ocasiones se me ponía gente al frente y me decían que no podían sacar fotografías o que borrara la imagen que había tomado. A veces era conflictivo y a veces no. Cuando estaba en el espacio público no borraba nada, y cuando me obligaban a hacerlo, de todas formas trataba de resguardarlas. Una vez, estando en Vitacura, se me acercó por detrás una persona para preguntarme qué estaba haciendo. Le conté y le mostré las imágenes que tenía, y me dijo: "esta caseta la cuido yo. Cuido tres casetas del sector". Y me pareció alucinante porque en el fondo eran las casetas las que cuidaban el barrio y a su vez él a las casetas, lo que era absolutamente coherente con lo que estaba observando. De hecho, el 90 por ciento de las fotografías corresponde a casetas vacías que están haciendo acto de la presencia de la vigilancia.
¿Qué te llevó a reunir parte de esas imágenes en este libro?
Éste es un proyecto que he exhibido muchas veces y que he mostrado de muchas formas distintas también, principalmente como un muro de fotografías. Pero en la Bienal de La Habana tuve la posibilidad de mostrarlas tal como yo quería, desperdigándolas por todo el lugar, tal como uno se encuentra estas casetas por la ciudad, camufladas. Entonces, cuando Francisco Sanfuentes me invitó a realizar un libro de estas características, le comenté que tenía un proyecto que había exhibido en bastantes ocasiones y que siempre quise que se convirtiera en un proyecto editorial.
¿Por qué?
Porque al libro lo veo más como un documento, como una extensión de este proyecto, como otro brazo del trabajo. Entonces, no es el trabajo mismo, ninguna es el trabajo mismo, porque como son fotografías, va a depender siempre de cómo las coloque para darle el sentido. Digamos que es una estructura móvil y como tal me pareció interesante darle otra aproximación.
¿Llegaste a alguna conclusión tras las observaciones contempladas en este proyecto?
Una de las observaciones derivadas tiene que ver con esta especie de círculo vicioso en el sentido de que la presencia de las casetas produce una cierta paranoia sobre el espacio y eso a la vez alimenta tanto la noción de inseguridad y como la producción de nuevos dispositivos. Por lo tanto, la seguridad es un muy buen negocio pero no es más que eso. Cualquier chileno que haya viajado un poco por Latinoamérica se da cuenta de que Chile es un país sumamente seguro. Entonces, hay una paranoia retroalimentada por el mercado que recurre a dispositivos que son completamente obsoletos. Por eso me refiero a las casetas como espantapájaros, porque hoy hay vigilancia satelital, cámaras en los postes y un montón de otras cuestiones que hacen que la vigilancia esté desmaterializada, y aún así aparecen estos dispositivos que son de la época del panóptico y que no tiene otra función más que la de afectar psicológicamente el espacio.
Con entrada liberada, Take&Run será presentado por el artista y profesor del Departamento de Artes Visuales, Mauricio Bravo, el próximo 3 de diciembre, a las 12:30 horas, en la Sala Adolfo Couve (Las Encinas 3370, Ñuñoa, Campus Juan Gómez Millas de la Universidad de Chile).