“La ciudades registran un clima, llamado urbano, cuyos valores de temperatura, humedad, precipitación o vientos, difieren significativamente de los registrados por las estaciones meteorológicas convencionales”, advirtió el profesor Romero.
En efecto, el clima de un sector de la ciudad depende especialmente de la existencia y magnitud de las islas de calor urbano. El calor al interior de la ciudad no es solo aportado por la insolación o las masas de aire que arriban a las cuencas en que se encuentran localizadas, “sino que también por los tipos de usos de suelo, diseño de calles y construcciones; presencia, extensión y estructura de las áreas verdes, existencia de cañones de acumulación de calor o de ventilación, etc.”, detalló el académico del Departamento de Geografía.
Dadas estas condiciones, los diversos barrios de las ciudades registran temperaturas más elevadas que las áreas rurales debido a que las calles, paredes y techos de los edificios y habitaciones reciben la insolación en forma directa durante el día y la emiten hacia la atmósfera, contribuyendo con importantes montos de calor, especialmente en el transcurso de la noche.
Por otro lado, explicó el profesor Romero, “las construcciones se realizan destruyendo las cubiertas verdes –agrícolas, forestales o naturales–, lo que elimina el efecto de sombra y especialmente el consumo de calor por parte de los vegetales, que procede mediante el proceso de evapotranspiración, es decir, que las plantas y árboles sustraen desde la atmósfera para transferir el agua del suelo, captada por sus raíces, hacia las capas de aire que las rodean”. Adicionalmente, el cemento y asfalto de las construcciones absorben gran cantidad de calor, que solo podrían ser reducidas por la existencia de grandes superficies vegetales o cuerpos de agua. Estos últimos elementos desaparecen prácticamente debido a la construcción de la ciudad y su ausencia es más relevante en las zonas urbanas de mayor densidad y consiguientemente, que cuentan con menores plazas, parques o sitios naturales.
Pese a lo anterior, las fachadas continuas de los edificios de altura, no solo reciben y almacenan mayor radiación solar e incrementan el calor de sus espacios adyacentes, sino que también pueden contribuir con sombras que lo reduzcan. Las calles encerradas por edificios se transforman en cañones urbanos, es decir, en formas que imitan al Cañón del Colorado, de altas paredes y escaso espacio para visibilizar el cielo, al interior de los cuales, los haces de radiación pueden multiplicarse por la reflexión, dependiendo de sus materiales. “Si los cañones urbanos poseen una orientación que pueda acoplarse con los vientos sinópticos (regionales) o locales (brisas de valle-montaña-brisas de parque) se comportan como ejes de ventilación y por ello, refrescan el ambiente. Si por el contrario, se ubican perpendiculares a dichos flujos, los interrumpen, privando a la ciudad de sus efectos benéficos sobre la confortabilidad de las personas que deben circular por las arterias urbanas”, analizó el académico.
Sin duda, la climatología urbana debe formar parte de las decisiones públicas y privadas en el diseño, localización, estructura y funcionamiento de las ciudades, especialmente cuando la continuidad y persistencia de las ondas de calor podría estar sugiriendo la realización de los alarmantes pronósticos del cambio climático, formulados por especialistas nacionales y extranjeros. “La ciudad y los ciudadanos deberían estar preparados para enfrentar los cambios climáticos, y su hábitat debería asegurar la reducción de las temperaturas y no su incremento, como sucede en la actualidad”, afirmó Romero.
Mediciones de calor en la zona urbana
El Laboratorio de Medio Ambiente y Territorio del Departamento de Geografía de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, en conjunto con académicos del Instituto de Geografía de la Universidad Católica de Chile, han mantenido, con aportes propios y del Fondo Nacional de Ciencia y Tecnología (Fondecyt), una red de medidores de temperaturas en un conjunto de ciudades chilenas, tanto del norte (Antofagasta, Calama, Copiapó y Caldera), centro (Santiago y Valparaíso) y centro sur (Concepción y Chillán). Esta red ha registrado continuamente las variaciones de calor urbano durante los últimos seis años. Los promedios y valores extremos registrados en 38 sitios al interior de la ciudad de Santiago se presentan en los mapas y tablas anexos.
El concepto de Zona Climática Local corresponde a un área de la ciudad que en virtud de sus usos del suelo, tipos de construcciones y coberturas vegetales, debe producir condiciones climáticas distintas a sus zonas vecinas. Tal como se puede apreciar en la figura, existe una gran cantidad de zonas climáticas locales en función del tamaño y complejidad de la ciudad, pero pueden reconocerse zonas en virtud de sus rasgos socio-ecológicos predominantes. De allí que en el caso de las ciudades se hable también de socio-climas o climas socialmente construidos en función de los niveles socioeconómicos de sus habitantes. Las tablas ilustran sobre la localización de los puestos de mediciones que han estado registrando las temperaturas, contando con la valiosa cooperación de los vecinos que los tienen instalados en sus patios o antejardines.
Mapas anteriores elaborados para la estación de verano en Santiago, publicados en revistas científicas nacionales e internacionales y difundidos ampliamente por la prensa, han demostrado que las islas de calor urbano son altamente dinámicas, desplazándose diaria y horariamente. Los mapas adjuntos presentan los resultados normalizados para un período de seis años, pudiendo advertirse la presencia de zonas e islas de calor en la ciudad, que podrían ser objeto de tratamientos urbanos específicos tanto para mitigar su existencia, como para evitar su creación, o aumentar, complementariamente, las islas frías.