“Este estudio lo hicimos en Santiago, pero estamos absolutamente conscientes de que fuera de la capital las condiciones son más precarias. Hay muchos lugares del país donde no hay productos sin gluten disponibles”, comenta Magdalena Araya, investigadora del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA), respecto a la disponibilidad, uno de los ejes de la investigación que demostró que al reemplazar aquellos no aptos para celiacos de la canasta básica, se encuentran un 42 por ciento menos disponibles. “El mercado de los productos sin gluten ha sido extremadamente cambiante en los últimos años. Hace 5 o 6 años atrás encontrar un producto como estos era muy difícil, en cambio ahora hay una variedad, pero es bastante caprichosa su permanencia porque hay muchos emprendedores que traen una partida o dos y después no les gusta y no lo vuelven a hacer”, explica la investigadora.
A esto se suma el alto costo de los productos aptos para celiacos, que es tres veces más alto que los productos convencionales, pero -como aclara la académica-, esta cifra es un promedio dado que, “en algunos productos, que son los que están más de moda y que han producido mayor importación como son las galletas, hay ejemplares que son un 500 por ciento más caros en algunos casos”.
Además, detalla, “hacer un producto sin gluten es más caro y es difícil tecnológicamente hablando porque al sacarle el gluten hay que agregarle otras cosas”, que en general son arroz y maíz, elementos que “desgraciadamente tienen muy bajo contenido proteico”. En cambio, adicionarle quínoa o amaranto, que sí poseen buenos indicadores nutricionales, incrementa el precio.
La preocupación, comenta la académica, es que “el segmento que depende de la canasta básica familiar es el más vulnerable y el que tiene menos ingresos, entonces qué pasa si además de depender de la canasta básica, tiene que ser una canasta básica sin gluten”.
Sub y sobre diagnóstico
Para la Secretaría Ejecutiva de la Corporación de apoyo al celiaco (COACEL), Jimena Ayala, la aproximación del sector público a esta enfermedad ha sido bastante escueta, y recién el año pasado “empezó a aplicarse la guía clínica que surgió por petición de COACEL”, y en cuya elaboración también participó la doctora Araya.
A esto se suma lo incierto que es el número de personas que padece esta enfermedad en nuestro país, ya que como explica Ayala, la Encuesta Nacional de Salud arroja información sobre la prevalencia de esta patología, y “no es un registro de todas las personas celiacas que hay en Chile”. Como agrega, según las bases de dato de COACEL, “estimamos que hay unas cinco mil personas con la enfermedad, el tema es que hay quienes les dicen que son celiacos y no tienen exámenes, y en realidad tienen otras enfermedades como síndrome de intestino irritable”. En definitiva, hay “muchos sub diagnósticos pero también hay muchos sobre diagnósticos”.
“En el mundo se habla de que la población celiaca corresponde al uno por ciento, entonces en Chile faltaría que se diagnosticaran unos 100 mil celiacos”, agrega.
Otro de los temas es la ausencia de una organización nacional de pacientes que padezcan la enfermedad, como sí lo hay, por ejemplo, de diabéticos. Esta desarticulación, opina Ayala, repercute en que no puedan demandar a las autoridades el apoyo necesario, como si ocurre en el caso de las personas con enfermedades metabólicas, quienes a contar de este año recibirán de manera universal suplementos nutricionales, tal como lo anunció la Presidenta Michelle Bachelet en junio de este año en un encuentro en el INTA.
Un avance, destacan, es el programa de alimentación escolar para beneficiarios con enfermedad celiaca de la Junaeb, implementado el 2014.
Finalmente, comenta la doctora Araya, el equipo de trabajo se encuentra en una actualización dado que la canasta básica fue cambiada recientemente. “Estamos haciendo el estudio sumando los elementos de la nueva canasta, donde uno de los elementos distintos es que hay mucho más opciones de comida fuera de casa”, finaliza la investigadora.