Agradecemos a quienes nos acompañan en esta nueva edición de la cuenta anual del Senado Universitario. Cumplir con esta obligación que nos propusimos desde el origen el Senado no sólo conlleva el responder a la comunidad a la que nos debemos, sino que la sentimos como una oportunidad de compartir y exponer múltiples cuestiones y perspectivas que, como senadores, tenemos el privilegio de conocer. Más que dar a conocer puntos de vista corporativos o individuales, percibimos que el sentido más relevante de nuestra cuenta anual es el convocar a la comunidad toda a intercambiar ideas en torno a cuestiones que se nos aparecen como cardinales.
Empezar esta cuenta con criterio cronológico nos llevaría a recordar el retardo en la elección de la tercera mesa del Senado Universitario producido por una toma de Casa Central que, a su vez, al menos en parte, se relacionaba al proyecto Bicentenario, un gesto inédito de apoyo presidencial a la Universidad de Chile para la revitalización de las Humanidades, Artes, Ciencias Sociales y de la Comunicación. Este comienzo, que parece una secuencia de confusas contradicciones, anunciaba varios temas relevantes. Primero, el Senado entonces, como en otras oportunidades anteriores y subsecuentes, contribuyó a la convergencia, al entendimiento en conflictos entre integrantes de nuestra comunidad universitaria. Pensamos que ha sido bien valorada esta opción de contar con el Senado como foro de expresión de ideas. Siguiendo a Foucault cuando señala que el cambio de paradigma más importante en la historia de medicina lo constituyó el pasaje de ser una ciencia que observa a una ciencia que escucha, en cualquier conflicto ser escuchado es el primer paso para preparar una reconciliación.
Sin embargo, si el Senado ha de contribuir a la salud de nuestra comunidad, preferíamos optar, entre las dos hijas de Esculapio, por imitar no a Panacea, quien con esmero curaba todas las enfermedades, sino a Higía, quien procuraba el fomento de hábitos y conductas saludables que las previnieran. Desde su privilegiada condición triestamental y multidisciplinaria, el Senado puede y debe ser una instancia de diálogo que encauce discrepancias y permita superar contradicciones.
Si bien la instauración misma del Senado surge de una acción disidente que termina bruscamente con un estatuto extemporáneo e instala uno acorde con la recuperación de ideales democráticos, querríamos pensar que una vez instaurado el nuevo estatuto, gracias a éste se logrará establecer un ámbito institucional respetado por todos. Cuando la comunidad acepta y se conforma a la nueva legalidad universitaria la valida, por el contrario, su no observancia es una derrota para ella.
Constatamos con satisfacción que este año no ha habido toma de la Casa Central y más aún, que en esta Casa Central tendrá lugar una Jornada propuesta por la FECH para que la comunidad en su conjunto discuta el tema de la educación en nuestro país, Jornada en la que participaremos los diversos organismos universitarios.
En este año del cual estamos dando cuenta, temas relativos a la educación superior cobraron notable relevancia en los medios. Entre ellos figuraron la institucionalidad del sistema de educación superior y la vigencia del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas, así como diversos informes técnicos sobre educación superior. Una notoriedad muy excepcional, sin embargo, la alcanzó el señor Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile en una irrupción inédita en la que atacaba la propuesta de nuestra Universidad de reformular la relación entre universidades públicas y Estado. Esa irrupción resultó extremadamente sorprendente por escapar a dos paradigmas que hubiéramos creído inviolables. Primero, el de la diplomacia tan prudente como eficaz que caracteriza a la institución a la cual esa Universidad pertenece, la Iglesia Católica.
Segundo, el del resguardo del trabajo armónico al interior de las comunidades de académicos chilenos, expresado en sociedades científicas, agrupaciones de Facultades homónimas, comisiones nacionales de investigación o múltiples programas de postgrados y postítulos, instancias todas en las que cualquier forma de antagonismo por pertenecer a tal o cual universidad, simplemente no es aceptable.
El señor Rector de la Universidad de Chile, serenamente respondió que no sólo la idea de un trato diferencial por parte del Estado a las universidades públicas estaba en la definición de éstas, sino que esa idea había sido consensuada por comisiones de inobjetable representatividad. Ante esto, e íbamos de sorpresa en sorpresa, terció el señor Rector de la Universidad de Concepción la que, también inéditamente, ahora hacía de su condición de privada una cuestión de identidad, para decir que en realidad el consenso se refería a liberar a la Universidad de Chile de las trabas de su condición de universidad pública.
Esta posición converge con la de personeros influyentes como Carlos Peña y José Joaquín Brünner en el sentido de declarar obsoleta la distinción entre universidades públicas y privadas porque todas las universidades serían públicas ya que todas tendrían una función pública. Este razonamiento, que obviamente sólo intenta abolir la condición de universidad pública pues busca que todas las universidades por igual nos rijamos por la lógica de las privadas, debería pasar a la historia como el más preclaro ejemplo de newspeak, a 60 años de que Orwell publicara 1984, anti-utopía cuyo título hace referencia a un año del que, por lo demás, ya factualmente han transcurrido otros 25.
Entre tantos artículos y cartas publicados en esos días, me pareció especialmente notable una columna de nuestro profesor Patricio Meller en que respondía al señor Rector de la Universidad Adolfo Ibáñez simplemente ofreciendo una apabullante secuencia de datos concretos que demostraban que, tras más de 30 años de jugar en un campo inclinado en contra, la Universidad de Chile mostraba índices de logros órdenes de magnitud superiores a cualquiera privada nueva. Al terminar de leer el artículo de Meller, uno no podía dejar de preguntarse qué hubiera pasado si el campo de juego hubiera estado horizontal y, sobre todo, cómo la ceguera dogmática imperante ha persistido en hacer primar ciertos preceptos pueriles, como los supuestos beneficios omnímodos de la libre competencia, y se ha negado siquiera a mirar y comparar lo que de verdad ha estado ocurriendo en las diversas universidades chilenas.
La prensa que amparó e impulsó estos intercambios de cartas y artículos, hoy los ha silenciado, quizás conscientes de que se dejó llevar por un entusiasmo potencialmente peligroso para sus propios intereses. Probablemente lo que se quiere dejar como el decantado de esta polémica es que ésta constituyó una disputa por financiamiento y por impedir que las universidades públicas lograran privilegios injustos, según ellos, obviamente. Permítanme sugerir una interpretación alternativa respecto al sentido de esa discusión. Propongo esta hipótesis: lo que estaba en juego era una disputa entre dos concepciones de interacción entre sistema educacional, universidades y sociedad.
Una concepción recogía y buscaba reconstruir los fundamentos del Chile republicano, demandando un rol proactivo por parte del Estado, quien, en representación de los intereses colectivos, debe buscar el bien común y la equidad. La otra concepción buscaba que no se cuestionara ni reconsideran las bases de aquel enorme esfuerzo refundacional llevado a cabo durante el régimen militar y que tanto había afectado, entre tantos aspectos de la vida nacional, al sistema educacional y a las universidades. Los grandes ideólogos tanto en los aspectos jurídico-políticos como económicos de ambos modelos de sociedad en la historia concreta de Chile, se vincularon, respectivamente, a las Universidades de Chile y Católica. Parece más que natural entonces que nuestro Rector defendiera el primero de esos modelos y el Rector de la Católica defendiera el otro. No sé cuánto valor explicativo tiene el razonamiento que les he resumido y propuesto. Lo que sí sé es que es una hipótesis obvia a considerar para cualquier observador. Excepto, por supuesto, para la prensa chilena.
Permítanme aquí, al respecto, una digresión imprescindible. Lo que está permitido situar en el debate nacional por la prensa y por la política, es una cuestión previa a cualquiera discusión seria sobre lo que queramos para nuestra sociedad. En 1990 observamos atónitos los estrechos límites de maniobra de la coalición política triunfante, definida como contraria al régimen dictatorial. Escuchábamos, entre otras cosa, que no se podía volver a un modelo de 17 años atrás. Sin embargo, hoy día nadie objeta que se nos prohíba poner en discusión un modelo para la Educación Superior impuesto inconsultamente hace 28 años, y en un momento de nuestra historia que difícilmente podremos evocar como un paraíso perdido. Por todo ello es que una de las preocupaciones del Senado que más valoramos y más queremos proyectar es el trabajo realizado con académicos de nuestro Instituto de la Comunicación e Imagen para recuperar un canal de televisión que nunca debimos haber perdido, y reimpulsar así una posibilidad de difundir el ideario de nuestra Universidad a la sociedad chilena toda.
Finalizo la argumentación respecto al debate entre universidades refiriéndome al tema de la competencia. Es consustancial a la academia el demostrar competitividad a través de diversos procesos de selección y de múltiples concursos. Pero esto no debe confundirnos en el precepto de que la Universidad de Chile, más que considerar a las demás universidades como rivales, debe procurar, como parte esencial de su misión, el progreso del conjunto de las instituciones que contribuyen al avance del país. Lo avala su historia en la que, siendo la primera, ayudó generosamente a la creación de las universidades que vinieron después. Provocarnos para antagonizar con las demás universidades también debe ser leído como una estrategia para desnaturalizarnos, pues haríamos el papel de un pacifista que declara la guerra para imponer la paz.
Mencionaré en seguida algunos asuntos que hemos abordado en el Senado y que merecerán atención prioritaria en el futuro, teniendo siempre presente que lo que define al Senado y nos identifica como senadores, es el esfuerzo sinérgico por hacer converger las distintas perspectivas disciplinarias y estamentales en una acción que represente el interés de la Universidad en su conjunto.
Destaco las siguientes cuestiones:
Procurar desentrañar los conceptos fundamentales encriptados en las multicapas que configuran las tablas de nuestro presupuesto institucional, para poder analizarlos con una mirada integradora.
Procurar remediar en algún grado la violenta segregación que impone el actual sistema educacional chileno, para que un mínimo sentido de equidad haga posible que muchos jóvenes accedan a una oportunidad de desarrollar sus talentos.
Aprovechar circunstancias contingentes que se nos presentarán para deliberar acerca de las políticas de ingreso y carrera académica, cuestiones claves para nuestra Universidad.
Anticiparnos a los escenarios previsibles en educación superior e intervenir con propuestas en lo legislativo, administrativo y financiero.
Reflexionar acerca de eventos trascendentes que revelan problemas no resueltos en nuestros códigos de convivencia. Pienso, por ejemplo, en el muy doloroso conflicto en que se sumió este año la Facultad de Derecho, donde quizás muchas veces se hizo difícil distinguir cuestiones de personalidad y de institución; o diferenciar entre el ámbito de los juicios acerca de actos pasados y el de las normativas políticas universitarias. En este conflicto, repito muy doloroso, el Senado procuró servir de foro de ideas escuchando a diversos protagonistas, a la vez que intentando reforzar algunos de los rasgos de los que más nos enorgullecemos: la tolerancia, el pluralismo, la convivencia.
Un aspecto de la mayor relevancia en nuestra tarea es continuar y reforzar la interacción entre los órganos centrales de la Universidad. Valoramos altamente nuestra interacción con Rectoría y Vice-rectorías (una mención de gratitud y reconocimiento a la Vice-rectoría de extensión por el magnífico evento sobre universidades públicas que organizó en Enero y en el que el Senado estuvo representado). Hemos invitado a los Decanos a un diálogo que para nosotros ha resultado extraordinariamente motivador y enriquecedor (me responsabilizo y disculpo de las falencias organizativas de los primeros esfuerzos).
Hemos trabajado estrechamente con los integrantes del Consejo de Evaluación en la redacción del reglamento que regirá a este nuevo organismo, proceso en el que hemos aprendido a valorar y admirar la responsabilidad de su labor.
La idea de un Senado Universitario, como cualquier propuesta, no puede escapar al escrutinio de la razón ni de la evaluación factual de su operar en la realidad objetiva en la que está inmersa. Una elemental honestidad intelectual nos obliga a plantearnos que el Senado, idea con la que todos los senadores estamos irrestrictamente comprometidos, es una propuesta que como tal puede o no resultar exitosa; que como tal puede o no perdurar y ser imitada. Las respuestas dependen en primerísimo lugar de lo que hagamos o dejemos de hacer los senadores mismos; pero en última instancia dependen de la Universidad de Chile en su conjunto.
Termino compartiendo con ustedes una experiencia reciente que hemos impulsado en la Facultad de Medicina. Tiene que ver con la docencia de pregrado, otro tema muy importante para el Senado, pero quizás también con algo más. Se trata de un proyecto conjunto con la Universidad de Harvard de enseñanza basada en problemas y centradas en casos clínicos virtuales que están ocurriendo en tiempo real. Gracias a una plataforma informática pudo tener lugar un trabajo conjunto de estudiantes de las Universidades de Harvard y de Chile. El sistema permite, por una parte, el contacto virtual con pacientes y especialistas, en realidad personajes actuados por docentes, a quienes el estudiante puede hacer preguntas; y, por otra, foros de intercambio de ideas entre los estudiantes mismos. Nuestros estudiantes se desempeñaron muy bien en la solución de los problemas y, más aún, mostraron rasgos encomiables, como una preocupación por el bienestar global del paciente. Pero la cuidadosa métrica del sistema que estábamos experimentando reveló una estadística notable: los estudiantes chilenos hacían mucho más frecuentemente contactos virtuales con el paciente y con los expertos, pero presentaban una escasa interacción entre ellos mismos. Yendo un poco más allá de los datos, esto podría interpretarse como sugerente de que en nuestra cultura prima la presunción de que existe una verdad previamente existente que debe ser desentrañada. Existe una "respuesta correcta" en el profesor o en el paciente o en un libro, que hay que encontrar y aprender.
Alternativamente, podríamos considerar la verdad, el conocimiento, como algo que ha de ser construido, más aún, que ha de ser construido en equipo. A raíz de esta experiencia propongo las siguientes dos preguntas: ¿No debiera ser el trabajo en equipo el principal sello que quisiéramos inculcar a nuestros alumnos? ¿Influye en la experiencia relatada una herencia autoritaria que también se expresa en la dificultad de aceptar que no existe una verdad predefinida, sino múltiples hipótesis que compiten, siendo tarea nuestra confrontarlas e integrarlas?
En cualquier caso, quizás esta experiencia también pudiera ayudarnos a reflexionar acerca lo que debemos procurar en nuestro trabajo como senadores. Las soluciones a los problemas que enfrenta el Senado no están escritas en ninguna parte y tampoco se le ocurrirán a ninguno de nosotros aislado en un escritorio. Las hemos de construir conjuntamente, con encuentros y desencuentros, con alegrías e incomprensiones, con argumentos racionales y con un inquebrantable compromiso afectivo.