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Revista Nº4 MGC "Políticas culturales y gestión"
Reseña
Desde un punto de vista sociológico y antropológico, las políticas culturales son en sí mismas políticas públicas. No relacionarlas es no entender la esencia de "lo público" y tampoco la esencia de "lo cultural". Sin embargo, lamentablemente, en la actualidad en muchos países estos conceptos se manejan en forma separada, por "sectores", sea por confusiones endémicas, por cuestiones prácticas –las partidas presupuestarias– y/o por intereses creados. En Chile con mayor razón, debido a que aún "cultura" se usa reducidamente como sinónimo de "artes y patrimonio", dentro de una perspectiva sesgada donde las políticas públicas y las políticas culturales van por carriles diferentes. No obstante, en realidad cualquier política pública induce conductas humanas que influyen directa o indirectamente en nuestros idearios y modos de vida cotidiana y, por lo tanto, construyen cultura. Las formas de estar, hacer, tener y ser de los pueblos, en gran medida se van tejiendo –social e históricamente– en base a políticas públicas. Pero si hoy las políticas culturales chilenas están principalmente dirigidas hacia las artes y el patrimonio –sin desconocer el valor que ello significa–, inevitablemente se generan vacíos, contradicciones, descuidos y omisiones. Temas tan relevantes como el medio ambiente, la relación de género, la descentralización, la identidad y desarrollo de las culturas locales, el destino de los pueblos originarios, las migraciones y el multiculturalismo, sólo se pueden resolver de buena forma si se asumen los cruces que naturalmente existen entre lo público y lo cultural. Asimismo ocurre con el racismo y el clasismo, la inclusión y movilidad sociales, problemas que son intrínsecamente culturales, donde las políticas públicas –partiendo por la educación– deben construirse desde lo cultural. Lo propio ocurre con el lenguaje, que de por sí crea realidades, tejidos sociales, espacios públicos, políticas e identidades. De allí que las lenguas sean tesoros humanos, patrimonios inmateriales, aunque en nuestro país todavía no sepamos valorarlas: ni el castellano-chileno, ni el mapudungún, ni el aymara o el rapa nui –entre otras–, son prioridad.