Columnas de opinión

Camila Rojas y Ernesto Águila: Miradas sobre la última década

Camila Rojas y Ernesto Águila: Miradas sobre la última década

Camila Rojas, Presidenta de la FECh

La Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE) publicada el 10 de marzo de 1990 - último día en que la dictadura cívico militar estuviera en el palacio de la Moneda y fecha en que la transición comenzará para no terminar - vino a sepultar la idea de una educación concebida como derecho. En dicho escenario y a diez años de la revolución pingüina, cabe destacar el rol que hemos jugado las y los estudiantes en el debate nacional. Y es que aquella denuncia realizada en 2006 fue la primera respecto de un sistema que hacía crisis por donde se le mirara, pero que hasta ese entonces no parecía sorprender a nadie: el hecho de que la matrícula pública viniera a la baja y que los sostenedores de la educación particular subvencionada vieran la educación como un negocio eran hechos de la causa.

De algún modo, los secundarios de ese entonces, conquistamos el sentido común de miles de chilenos y chilenas, que vivieron como la educación pública se caía a pedazos. Las marchas, la tomas y el característico pingüino lograron instalarse en la agenda pública. Pero lo cierto es que pese a la instalación y al apoyo de la población, en 2008 surgió la Ley General de Educación (LGE) que vino a profundizar el modelo y enterró los planteamientos estudiantiles.

En 2011 y siendo universitarios pudimos instalar más temas y avanzamos en una mayor organización y articulación del movimiento social. Nadie quedó ajeno ni pudo desoír la necesidad de que la educación fuera entendida como un derecho social, la crítica a un sistema entero, que se dice meritocrático pero atiende en gran medida a la cuna de la cual provenimos, o nuevamente el rechazo al negocio educativo que relegaba al último escalafón la calidad. “Educación pública, gratuita y de calidad”, desde allí hasta ahora han sido intensos años, hay principios de los que inclusive la vieja política se ha tenido que hacer cargo, pero con poca convicción de cambio profundo: ejemplo de ello fue que la derecha durante 2015 pidiera gratuidad para las instituciones de educación superior, o que hoy cuando personeros avalan el lucro con recursos privados la negativa sea generalizada.

Con esta historia en los hombros, no cabe duda de que hemos incidido en la agenda pública, lo que hoy queda pendiente es lograr que esto vaya más allá de la agenda y se concreten los cambios sustantivos: la educación pública debe ser hegemónica para reconstruir un espacio para lo común, para garantizar la excelencia para todos los estudiantes y no sólo para la élite, para que sea el negocio de la educación vaya a la baja y para conquistar espacios que permitan construir una nueva sociedad.

Ernesto Águila, director del Departamento de Estudios Pedagógicos 

La extendida y masiva movilización de estudiantes secundarios ocurrida en 2006 fue uno de esos momentos de la historia que cierran una etapa y abren una nueva. El historiador de las ideas Roger Chartier dice que hay hechos de gran significación que no solo abren un futuro distinto sino que reescriben el pasado. En este sentido la “revolución pingüina” no solo es el hecho fundacional de una nueva etapa en la historia de nuestra educación, sino que quiebra el consenso – entendido como hegemonía- que se había instalado a partir del año 90 con el retorno de la democracia, abriendo una nueva lectura de ese pasado inmediato.

A comienzos de los 90 se hace hegemónica la idea – consagrado en el Informe Brunner de 1994- que era posible desarrollar los fines de la educación chilena, mejorando su calidad y equidad, sin intervenir en las variables estructurales del sistema. Es decir, desplegando una amplia oferta de programas de mejoramiento; introduciendo nuevos medios y recursos de aprendizaje en las escuelas; realizando cambios curriculares e introduciendo ciertas regulaciones y mejoramientos a la tarea docente; sin tocar el modelo de financiamiento, la municipalización de la educación pública, las extremas condiciones del trabajo de los profesores, los incentivos para la expansión de la educación particular subvencionada, ni alterar el carácter subsidiario del Estado consagrado en la LOCE. A este modelo post 90 el Informe de la OECD de 2004 lo denominó de “dos reformas en una”, aludiendo así a la mantención de los pilares de la reforma neoliberal de los 80, incorporando esta mayor proactividad programática desde el gobierno central.

Hacia el comienzo de los años 2000 el fracaso del modelo de “dos reformas en una” era evidente: la educación pública se había precarizado y su matrícula disminuido dramáticamente; no solo no se había avanzado en equidad, sino que se había profundizado la desigualdad y la segregación social; y los aprendizajes medidos bajo los propios parámetros de calidad del modelo -pruebas estandarizadas- no habían progresado. Sin embargo, todo ello solo se pudo hacer visible con la irrupción del movimiento secundario de 2006. En este sentido cabe la reflexión que los movimientos sociales no son solo expresión de una protesta, sino que al interrumpir con su acción el pensamiento hegemónico, son fuente de producción de nuevo conocimiento. Así, el movimiento de 2006 que comenzó como un conjunto de reivindicaciones bien concretas y materiales en su desarrollo derivó en una critica general al modelo, demandando el fin de la LOCE.

¿Triunfó la “revolución pingüina”? En el corto plazo no, pero en el mediano y largo plazo aún mantiene las posibilidades de hacerlo. En el corto plazo no se logró cambiar el modelo, y la nueva LGE no alteró de manera fundamental la LOCE. Sin embargo, se rompió la hegemonía hasta ese momento existente y se comenzó a desarrollar una inédita contestación al modelo, que tendría otro momento clave en 2011. No hubiese habido un2011 sin un 2006, ni tampoco algunos de los cambios que hoy se han producido (fin del financiamiento compartido, del lucro con la subvención pública, proyecto de desmunicipalización en tramitación, una tímida gratuidad en la educación superior).

Los cambios en curso no logran aun tocar la médula del actual modelo subsidiario y de mercado. Sin embargo, lo realizado por esa generación de estudiantes secundarios fue de una gran trascendencia. El destino final de la oportunidad histórica que ellos abrieron aun es una página por escribirse.