versión
resumida
Contrabandistas de Imágenes en la Tierra
de Nadie del Arte
La tierra de nadie de la
estética comienza donde el mundo cotidiano termina. Designa
aquel espacio en el que realidad e imaginación entran en
conflicto. Los artistas son guardianes de la frontera de un reino
situado más allá del mundo administrado, fuera del
alcance de la soberanía interpretativa de la política
y de la economía. Mientras todo el mundo está enfrascado
en la eterna disputa sobre quién es dueño de qué,
el arte resuelve las condiciones de propiedad a su manera: en el
reino de la estética todos son dueños de todo.
Ahora bien, en el marco de esta muestra nos interesa
descubrir cómo los dramas del mundo real y de las relaciones
interpersonales se reflejan en el arte. Dado que las obras de arte
son más que simples datos de la realidad, cualquier condensación
artística de sus fenómenos será siempre más
plurivalente y compleja que un simple reportaje. Esta regla se aplica
incluso cuando el artista recurre a la fotografía o al video,
dos medios a los cuales se les atribuye un alto grado de cercanía
con la realidad. Si bien los artistas se encuentran insertos en
conflictos, no duplican el mundo, sino que crean espacios libres
dentro de ella. Mediante metáforas y símbolos transforman
la materia prima mundana en un nuevo estado, perceptible por los
sentidos. La obra de arte revela algo distinto, es alegoría.
El arte existe fuera de la causalidad y no debe ser aprisionado
en la carcasa de fierro de las constricciones profanas.
Toda exitosa obra de arte cuenta - junto con lo
que representa - una segunda historia, y detrás de cada artista
se esconde un segundo autor desconocido. Fue justamente este principio
el que llevó al rockero Keith Richards - al escuchar una
grabación solista del creador del blues, Robert Johnson -
a la famosa pregunta: "But who is the other one?"(Pero
¿quién es el otro?).
La diversidad de estrategias documentales que en
los últimos años se ha podido observar incluso en
grandes exposiciones internacionales, sugiere la gradual pérdida
de confianza en el poder de la estética. Dicho sea de paso,
ese parece ser también el caso de la literatura, donde las
obras de carácter periodístico, las biografías
y los libros de autoayuda y de consulta han desplazado la ficción.
Ante el estado precario en que el mundo se encuentra y la urgencia
de sus problemas, artistas y curadores parecen buscar su salvación
en análisis científicos, reportajes y tratados discursivos
sobre la realidad, desconociendo, de manera manifiesta, las posibilidades
de los procesos estéticos.
Las colonias del arte son espacios de retiro e
islas de resistencia en un mar de uniformidad. El arte revela aquellas
capas internas del mundo que necesariamente permanecen ocultas a
las miradas superficiales, sean estas de naturaleza política
o sociológica. Muchos indicios nos sugieren que el arte de
nuestros tiempos ha relevado a la filosofía en su función
de gran intérprete del mundo.
Los artistas crean un territorio libre de dominación,
un mundo opuesto al real: un país del vacío, del silencio
e introspección, en el cual el frenesí que nos rodea
es detenido por un instante. Pero es también un país
de enigmas, donde se codifica la avalancha de mensajes simplistas
que brotan de los semilleros del kitsch. Al romper las fronteras
del mundo material, el artista se convierte en un contrabandista
de imágenes intercultural.
El arte no sabe de jerarquías. En el arte,
las preguntas respecto a lo que es viejo o nuevo, periférico
o central, moderno o primitivo, se plantean en términos completamente
diferentes a las de la economía. El arte se sustrae al cálculo
y a la histeria de la sociedad moderna. Mientras la industria sigue
amoblando el mundo, la tarea más noble del arte contemporáneo
consiste en purificarlo.
En este contexto, la abstracción juega un
papel privilegiado, pues escapa a la verborrea del mundo moderno,
creando un contrapunto sublime. Sólo con ayuda de estos puntos
de sosiego del arte, es posible traspasar el umbral de lo cotidiano
y contrarrestar la vorágine demoledora del drama urbano.
La tierra de nadie de la abstracción libera al mundo de todo
lastre, purifica y posibilita un nuevo comienzo. En el reino de
la abstracción, decía Kandinsky, cada forma es un
ciudadano con igualdad de derechos.
Es probable que el arte no nos convierta en mejores
personas, escribe Harold Bloom en un ensayo sobre Shakespeare, pero
ayuda a soportarnos mejor a nosotros mismos y a nuestra soledad.
Nos provoca el deseo de ser otras personas y de viajar a lugares
inalcanzables a través de un rayo del tiempo, donde nos espera
un mundo mejor.
Guerra de imágenes
La interpretación del mundo y sobre todo
su transformación en imágenes, convoca junto con el
arte, a otros medios que compiten con él y entre sí;
en primer lugar, las máquinas de imágenes de los medios
de comunicación masiva y de diseño. Una avalancha
aparentemente infinita de imágenes comerciales estereotipadas
inunda al mundo, sin que ello nos ayude a entenderlo mejor. Los
medios de comunicación masiva y el diseño crean ideas
y conceptos que no cuestionan las circunstancias reales y sus valores,
sino que las confirman y les dan continuidad. Las imágenes
que ellos producen son planas, superficiales; las del arte en cambio
son profundas, densas y complejas.
El diseño parte del supuesto de que las
cosas pueden ser terminadas y perfectas. El arte en cambio, asume
que nada está terminado para siempre. El diseño opera
desde una posición afirmativa frente a la sociedad, mientras
que el arte es subversivo. El diseño afirma; el arte pregunta.
El diseño hace grandes aspavientos de su pretensión
de dictar la moda; el arte se basta a sí mismo y se permite
tener diferencias con la visión idealizada de la vida que
nos ofrece, por ejemplo, la publicidad. Mientras que ésta
desea una convincente reproducción fotográfica del
presente, el arte genera una imagen del futuro. En el fondo, se
trata precisamente de lo contrario, por mucho que los diseñadores,
directores creativos y arquitectos insistan en su estatus de artistas.
El arte es ausencia de diseño.
Hans Belting escribe al respecto: "La pintura
moderna logró, solamente algunas veces, su brillante autonomía
por medio de la expulsión de las imágenes, para poder
así purificar su templo. Prefirió ceder las imágenes
infectadas por el mundo a otros medios. La pintura, como representante
del arte, y las imágenes, como registros del mundo, se declararon
mutuamente la guerra." (1)
Un disparo en medio del concierto
No es necesario ir tan lejos como Stendhal, para
quien la política que invadía el reino de la imaginación
era como un disparo en medio de un concierto. Pero sí es
cierto que el dominio inmediato de la realidad es más y a
la vez menos de lo que el arte puede dar de sí. Es más
de lo que puede dar, porque el arte no puede impedir una guerra
- a lo sumo podrá aplacar aquella guerra silenciosa que ruge
en nuestro propio pecho - y es menos de lo que puede dar, porque
el arte puede mucho más que eso, puede construir otro mundo
humano frente a un presente inhumano. Si bien cada experiencia estética
y la catarsis que ella desencadena es un proceso eminentemente subjetivo,
en el caso individual la transformación del individuo puede
ser medida en forma casi empírica. En última instancia
el arte es más radical que la política, pues llega
hasta aquellos niveles espirituales del individuo donde acontece
la verdadera transformación de la sociedad humana.
El arte está por encima de los acontecimientos
del día a día y precisamente por ello tiene algo fundamental
que decir sobre ellos. Un mundo que se volvió parecido al
infierno, y en el que el Weltschmerz se arraigó profundamente,
no puede ser representado por el arte como infierno, porque de este
modo perdería la función esencial de resistir, de
ser un modelo contrario. En una obra de arte lograda los antagonismos
no resueltos del mundo aparecen a una cierta distancia de la realidad.
El artista crea algo distinto, algo que no es idéntico a
la sociedad, y sin embargo se refiere a ella. En esta "dislocación
de lo común" (Heidegger), las relaciones habituales
con el mundo y con la tierra son transformadas de modo tal que en
la obra se manifiesta una nueva verdad. Goethe ya había constatado
que "no hay forma más segura de esquivar el mundo que
a través del arte, y no hay forma más segura de atarse
a él que a través del arte" (2).
El patrullaje ideológico de los últimos
años ha llevado a que el arte termine sobrecargado de política
coyuntural. Se pretende que los artistas y el público se
sientan llamados a atenuar la seriedad de las circunstancias y las
complicaciones de la realidad. Comprobadas estrategias visuales
y plásticas han sido reprimidas para dar paso a pomposos
discursos sociológicos. De este modo, en el mejor de los
casos, el arte se vuelve redundante, y en el peor de ellos termina
degradado en un discurso "político -kitsch". Por
un lado, el arte repite escenas ya vistas en otros lugares, por
ejemplo, en reportajes y documentales. Por el otro, predica a un
público que ya está convertido, que ya está
convencido de cuál es la causa justa, y que tiene el privilegio
de formar parte de un pequeño círculo de iluminados.
Sin embargo, los que aún no han sido iniciados se alejan
decepcionados, ya que buscan en vano un enigma que otros portadores
de imágenes, más banales, no pueden proveer, pero
que desde siempre, y justificadamente, es esperado del arte.
En el fondo, aún hoy están en juego
dos concepciones rivales del arte que han atravesado todo el siglo
XX y cuyos defensores más prominentes fueron Benjamin y Adorno.
Mientras que el primero representaba una vanguardia hostil a la
obra, cuyo objetivo era aprovechar los potenciales de un arte comprometido
para revolucionar lo cotidiano, Adorno insistía en la autonomía
de la obra de arte y su carácter enigmático. Rechazó
una funcionalización del arte, ya que de esta forma este
último renunciaría a su trascendencia y "quedaría
por debajo de su concepto", e incluso "perdería
su calidad de arte" [entkunstet]. En la estética idealista
de Adorno, el observador se enfrenta a la obra de arte con una actitud
contemplativa, para así poder ingresar a otro mundo completamente
distinto. Después de que las religiones perdieran su validez,
las necesidades metafísicas sobreviven en el arte moderno.
El paraíso a la vuelta de la esquina
Debido a su carácter enigmático,
las obras de arte obligan a la búsqueda de interpretaciones
y reflexiones siempre nuevas; en última instancia, también
con el objetivo de encontrar el rastro de la verdad. Al ser la obra
de arte imposible de clasificar sin equívocos, es una molestia
para el mundo administrado que todo lo quiere dirigir. En el fondo
de ello reside la función política del arte. Más
aún, en la medida en que el arte ofrece una multiplicidad
de visiones e interpretaciones del mundo, a menudo también
contradictorias, induce al observador a una toma de posición,
al juicio, a la obstinación y a la capacidad crítica.
"No hay otro camino para lograr que el hombre sensible sea
racional que hacerlo estético antes", escribió
Friedrich Schiller ya en el año 1795 (3).
Toda experiencia artística es un proceso
profundamente subjetivo que fortalece al individuo, lo que a su
vez es un requisito central de las sociedades democráticas
y modernas. El mandato social es inherente al arte, no necesita
serle prescrito. El arte no se tiende en camas que fueron preparadas
para él, dice Jean Dubuffet.
El hecho de que las artes visuales, entre todas las artes, consideren
el concepto de material de forma más radical, les confiere
una extraordinaria explosividad en la convivencia con el mundo y
su reinvención. Además, en tanto medio no-verbal,
son particularmente adecuadas para el intercambio cultural. Como
la teoría de la modernidad fue desarrollada muy tempranamente
y con mucha profundidad en el contexto de las artes visuales, éstas
constituyen hasta el día de hoy un punto de referencia importante
también para las otras artes.
La razón por la cual el arte es emancipador
y constituye un ataque a la realidad, es porque despierta el anhelo
por un estado libre de dominación, sin pretender señalarlo
por su nombre o representarlo visualmente. El arte es "El Paraíso
a la vuelta de la Esquina", para citar el título de
la última novela de Mario Vargas Llosa, quien siguió
las huellas de Paul Gauguin en Polinesia. Es sabido que el pintor
buscó su inspiración en Tahíti, porque en Europa,
el arte, controlado y manipulado por una camarilla de críticos
y galeristas, había perdido su vitalidad.
Es gracias a esta idea utópica que, como
lo formulara Boris Groys, cualquier visita al peor museo del mundo,
por más corta que sea, es mil veces más interesante
que todo lo que podamos ver en la así llamada realidad durante
toda nuestra vida. Es sabido también que El Fausto de Goethe
experimentó el infinito en una biblioteca, para después
perderlo en la vida real.
El diablo no es tan feo como se pinta (dicho
brasileño)
En su "Crítica del Juicio", Immanuel
Kant intentó establecer una jerarquía de las artes.
En ésta, el primer lugar corresponde a la poesía,
pues debe su origen casi enteramente al genio, siendo el arte menos
guiado por reglamentos. La música es segunda en virtud de
la emoción o "exaltación del ánimo"
que le es propia. Le siguen las bellas artes, entre las cuales -según
Kant- la pintura merece la valoración más alta puesto
que ella, más que cualquier otro arte, penetra en la región
de las ideas y amplía el campo de la intuición.
El brazo largo de Kant también parece prestar
un valioso auxilio a los pintores de hoy. Ya que, después
de décadas de destierro, están regresando ahora a
la elite de las bellas artes. "Quien determina el fin de la
pintura es Cézanne y no M. Duchamp", garabateaba en
la pared Artur Barrio, lacónico como siempre, en una de sus
últimas instalaciones.
Desde los años 70, la pintura había
caído víctima de una politización superficial
que relacionaba la tela con la dominación del genio masculino,
desde Miguel Ángel hasta Picasso, la cual encontró
en los nuevas medios, como el video, soportes visuales más
adecuados y neutros, que además tenían la supuesta
ventaja de transmitir más fácilmente los mensajes
sociales y políticos. ¿Significa esto entonces que,
junto con la pintura, regresó la actitud apolítica
al arte?
"Aún no estamos completamente acostumbrados
a una forma de pintura que sea desinhibidamente pintura, que ya
no se someta al programa que en forma general y un poco irreflexivamente
denominamos ARTE. El 'arte de la pintura' ya existía hacía
mucho tiempo, antes de que el ARTE apareciera en escena con su dignidad
abstracta, haciéndose esperar durante un largo tiempo; y
es por eso que la pintura vuelve ahora que el ARTE está perdiendo
parte de su monopolio. No deben existir mentiras en el arte, sólo
verdades, aunque ella misma sea una gran ficción, o al menos
una idea incierta. Hablar de mentira en el arte sería una
fuerte acusación, pero en la pintura es una fina descripción,
pues esta dispone de bellas y antiguas mentiras, si podemos llamar
así sus certeras y perceptivas puestas en escena, que aguardamos
como curiosos espectadores teatrales. Ciertamente no percibimos
el mundo solamente a través de la pintura. Pero en la pintura
sostenemos una conversación con otra persona que se encarga
de dirigir nuestra percepción. Este diálogo mudo hace
a la pintura placentera y enigmática. La pintura nos presenta
las verdades más fácilmente, vistiéndolas de
mentiras 'transparentes'. Utiliza mentiras con las que se pueden
decir verdades"(4).
Sólo obras-maestras desconocidas
En su taller, en la Rua Cândido Lacerda 311
en Recife, Paulo Bruscky ha coleccionado una historia impresionante
del arte y del mundo de los últimos 40 años: clásicos
de la literatura, textos científicos, disertaciones sobre
estética, tratados. Innumerables recortes de periódico
se apilan en el suelo, a los que se agregan cartas de sus colegas
del grupo Fluxus, objetos y pequeñas esculturas. Archivadores
cuidadosamente numerados con las iniciales de las principales naciones
del arte contienen la correspondencia de Bruscky con el mundo artístico;
algo casi comparable a los archivos de la Bienal de São Paulo.
Recife como ombligo del mundo; y el artista, un científico,
como en el "Geógrafo" de Vermeer de 1669. ¿Una
biblioteca como baluarte contra el mundo? ¿O no será
la manía coleccionista de Bruscky también un mudo
llamado a los artistas jóvenes para que estudien, investiguen,
sondeen teorías, en resumen, se eduquen?
En un rincón del desordenado estudio se
encuentran, inadvertidos, un caballete cubierto de polvo y varias
paletas con manchas de pintura reseca. Las herramientas del pintor
parecen extrañamente fuera de lugar ante la presencia avasalladora
de libros, objetos y conceptos. Un símbolo de la crisis de
la pintura, tantas veces conjurada en los últimos tiempos.
¿Aún podrán decirnos algo los cuadros pintados
frente a la complejidad del mundo y la multiplicidad de nuevos soportes,
entre los cuales se cuentan también el fax-art y el mail-art
del propio Bruscky?
En este verdadero pozo de sorpresas de Bruscky
están enterrados, bajo un montón de papeles, todos
aquellos cuadros imaginarios que no fueron pintados en la última
generación, sólo obras maestras desconocidas, por
usar las palabras de Balzac. El taller de Bruscky representa dos
modelos de visión del mundo que compiten entre sí.
Uno de ellos colecciona, conserva, analiza documentos, en un proceso
casi científico. El otro - aquel modelo pintado con pincel
- se desliga del torrente de informaciones y crea un mundo nuevo,
paralelo, a veces hasta opuesto. Mientras que el primer método
tiene una pretensión universal de interpretación del
mundo, corriendo el riesgo de volverse dogmático, el segundo
se contenta con retener un instante efímero en el tejido
de los encuentros humanos y con ello iluminar las sombras que han
cubierto el mundo.
Si la pintura apunta a la diversidad de las interpretaciones
posibles, la ciencia se empeña en la reducción de
las mismas. Las obras de arte pueden ser abiertas y ambiguas, no
así un estudio científico. Por eso el buen arte seguirá
siendo mala ciencia - y vice-versa.
La Bienal de São Paulo reconstruyó
en todos sus detalles el taller de Bruscky, que junto con su valor
conceptual también posee encanto plástico y una cierta
poética melancólica. Más aún, puso de
lado por un instante, su nostalgia miscelánea y reveló
todos aquellos cuadros imaginarios que ni él ni sus colegas
artistas pudieron o incluso fueron permitidos de pintar en los últimos
años. Más que nunca, en el arte actual ha vuelto a
cobrar importancia el poder de crear imágenes por sobre la
capacidad de recopilar datos. Esta tarea, se la podemos dejar tranquilamente
a los científicos, aquellos cronistas de la precariedad del
mundo real. El secreto de la pintura reside en que una minúscula
pincelada rompe el velo de lo cotidiano y saca a luz un nuevo mundo,
ante cuyos enigmas las estadísticas de los matemáticos
fracasan. "El minúsculo abismo que existe entre el cuadro
en sí y lo que significa es la fuente de mi pintura"
(Luc Tuymans) (5). Cada cuadro, por lo tanto, tiene que ver con
aquel pedacito de Tierra de Nadie que está allí donde
el mundo real termina y la tela comienza.
Dammi i Colori
En el primer acto de la ópera Tosca de Puccini,
el protagonista Mario Cavaradossi pinta el retrato de una rubia
aristócrata. De pronto para, extrae del bolsillo de su vestón
un medallón con la imagen de su amada Tosca, y deja su mirada
divagar repetidas veces entre la miniatura y el cuadro, que amalgama
de manera misteriosa la belleza de las dos rivales femeninas; lo
que en la vida real conduciría a conflictos, sólo
se logra en forma pacífica a través del arte, que
tantas veces reúne lo irreconciliable y vuelve presente lo
ausente.
Sólo los celos de Tosca llevan a Cavaradossi
a sobrepintar los ojos azules de la competidora con tinta negra,
para que el retrato ambivalente se parezca más a ella, Tosca.
La "recóndita armonía" del cuadro, como
reza el título de la famosa aria de Cavaradossi, es alterada.
El pintor tiene el poder de crear o arruinar el equilibrio por medio
de mínimas intervenciones, para conjurar o destruir la belleza.
Ahora bien, que no se diga que la belleza hace
mucho tiempo emigró a los salones de la moda y que ya no
es un criterio en el arte moderno. Uno de los maestros de la pintura
contemporánea, Gerhard Richter, insiste en pintar bellos
cuadros, aunque con esta postura "pasada de moda" desilusione
a más de algún crítico que preferiría
ver escenas más violentas. Richter suele señalar también
que en el inicio de sus obras hay una imagen mental que, por cierto,
sólo raras veces alcanza en la ejecución de las mismas.
En el camino hacia este "modelo" de imagen previa ["Vorbild"]
, sistemáticamente va eliminando los clichés y detalles
banales, más obvios.
La abstracción de la pintura consiste entonces
en la eliminación de cosas innecesarias, lo que vale - recordemos
- tanto para los cuadros figurativos como abstractos. Ello describe
también la diferencia con la fotografía. Paradojalmente,
comparada con la pintura que crea imágenes puras, la fotografía
produce imágenes impuras, puesto que en una fotografía
siempre se deslizan pequeñas fallas de naturaleza técnica
o irregularidades no deseadas, fruto del azar. La pureza de una
pintura consiste justamente en la pérdida de los detalles
y en la renuncia a la sobrecarga. Al respecto, Luc Tuymans suele
contar la siguiente anécdota: Cuando Constant Permeke, en
el año 1940, durante la inauguración de una exposición
en Bruselas, fue criticado por una dama para quien sus cuadros eran
"un poco vacíos", tomó el lápiz labial
de la dama en cuestión y dibujó en uno de sus cuadros
un par de paracaidistas cayendo del cielo. Y bien, dos días
más tarde su país se encontraba en estado de guerra.
¿Por qué la pintura, que también
en la Bienal tiene una representación prominente, vuelve
a experimentar hoy un renacimiento? ¿Por qué volvió
a tener peso en la eterna disputa del "paragone", de aquella
jerarquía de las artes cultivada en la época del Renacimiento?
Ciertamente existe demanda por su aura especial, aquella que hace
aparecer lejano lo cercano y cercano lo distante. Por cierto la
confrontación crítica con el zeitgeist (espíritu
de la época) y el life style, tal como lo difunden los medios
de comunicación masiva y la publicidad, juega un rol importante,
y ciertamente está relacionado con la singularidad y autenticidad
de la destreza manual frente a una avalancha de medios técnicamente
reproducidos. Las imágenes estáticas de la pintura
tienen el efecto de un ancla en la oleada de imágenes móviles
y manipulables, en las que ya nadie confía. Las imágenes
silenciosas, que invitan a la tranquila contemplación, se
oponen al ruido y al exceso de estímulos del mundo comercial.
Asimismo, la pintura a raíz de su marcada obstinación
y su posicionamiento extremadamente subjetivo se resiste a la funcionalización
por parte de los curadores.
Sin embargo, lo más probable es que la razón
principal sea el hecho de que la pintura no se comporta miméticamente
frente a la realidad, sino que suspende sus leyes haciendo que las
cosas del mundo se vean de manera exaltadamente simbólica.
El pintor continúa persiguiendo una imagen ideal de la humanidad
y del mundo que llevamos en nosotros desde tiempos inmemoriales.
Notas:
1. Hans Belting, "Über Lügen und andere Wahrheiten
der Malerei" (Sobre mentiras y otras verdades de la pintura).
En: Catálogo Sigmar Polke, p. 131. Bonn 1997.
2. J.W. Goethe, "Schriften zur Kunst"
(Escritos sobre el arte), 1822. En: Goethes Werke, tomo XII, p.
469. Hamburgo 1953.
3. Friedrich Schiller, "Über die ästhetische
Erziehung des Menschen" (De la educación estética
del hombre), 1795. En: Schillers Werke, tomo 4. Frankfurt 1966.
4. Hans Belting, "Über Lügen und
andere Wahrheiten der Malerei" (Sobre mentiras y otras verdades
de la pintura). En: Catálogo Sigmar Polke, p. 129. Bonn 1997.
5. Jan Thorn-Prikker, Luc Tuymans: "Renaissance
der Malerei" (Renacimiento de la pintura) . En: Kulturchronik
Nº 3, Bonn 2003.
ALFONS HUG
Curador general Bienal
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