La madera podrida del paraíso terrenal
Sergio Buarque de Holanda comienza su Visão
do Paraíso presentando la mentalidad portuguesa en el tiempo
de la conquista, como decisivamente pragmática. A lo largo
del libro, esta característica básica del pensamiento
lusitano se disuelve y toma una forma menos definida, pero la actitud
permanece esencialmente diferente de la que llevó a los marineros
castellanos, empezando con el mismo Cristóbal Colón,
a conectar todo lo que descubrían con la tradición
bíblica, o con la literatura de viajes fantásticos
de los siglos precedentes, de la cual extrajeron, sobre todo, fuertes
elementos míticos e hiperbólicos. El autor compara
las calles trazadas por los castellanos, quienes siempre se guiaron
por un rígido plan de diseño cuadriculado sin importarles
la topografía local, a la de los portugueses, quienes cambiaban
el trazado urbano original al punto de dejarlo irreconocible, para
adaptarlo a las formas de los ríos, lagos y colinas. Esta
comparación revela una diferencia clave en cómo estas
dos naciones conquistaron el nuevo mundo: la española sobrepuso
su utopía sobre la realidad, mientras que la portuguesa esparció
sobre el territorio su característica desleixo (negligencia),
la cual no estaba sujeta a un sentido práctico.
Pero también en Brasil se trazaron calles
rectas, sobreponiendo el reino de lo ideal a la realidad geográfica.
Como el Peabiru, un camino realizado aparentemente por los Incas,
en el cual los portugueses quisieron ver la ruta de Santo Tomás;
o más recientemente el Transamazônica, probablemente
el fracaso más colosal y espectacular de la historia brasileña,
una herida abierta que testifica el deseo de poder sin límites
de los militares. El fruto de una decisión autoritaria y
emotiva, no fundamentada por estudios y análisis que evaluaran
sus beneficios o usos posibles, el Transamazônica es una empresa
mítica, en el sentido exacto que los colonizadores le dieron
a este adjetivo. Insano y condenado al fracaso, debido a la violencia
con la cual se comprueba la resistencia del pueblo y de la tierra,
nos hace recordar el barco acarreado por los indios de Fitzcarraldo.
También en Brasil, y desde el tiempo de la conquista, el
poder de la imaginación rivaliza con el poder de la experiencia.
La elección de Pero Vaz
El 1º de mayo del año 1500, Pero Vaz
de Caminha, el escribano de la flota de Cabral, firmó su
famosa carta a El Rey D. Manuel, en la cual hace su primer informe
oficial del descubrimiento de la nueva tierra, a la que él
llamó la Isla de Vera Cruz. El documento es ampliamente entendido
como el certificado de nacimiento de Brasil. Aunque arbitrario,
la definición es apropiada: el propósito de la carta
no sólo era oficial, sino que también tenía
un sentido burocrático. Era la estampilla que pasaría
a la historia como la confirmación de que la nueva tierra
recién había sido descubierta.
Más aún, al igual que un certificado de nacimiento,
el documento dio estatus legal a un evento que efectivamente había
sucedido antes. En 1498, el marinero portugués Duarte Pacheco
llegó a la costa de Brasil; el año siguiente, llegó
el español Vicente Pinzón; otros marineros habían
alcanzado o al menos visto la costa americana años antes.
Esto es demostrado por mapas náuticos, descripciones de los
numerosos espías contratados por varios gobernantes europeos,
e incluso frescos, como los que se encuentran en la capilla Rosslyn,
que describen en forma verdaderamente detallada al nuevo mundo,
mucho antes de su descubrimiento oficial. También ha sido
demostrado, o al menos la sospecha existe, sobre la historia del
tratado de Tordesillas, en el cual España y Portugal dividieron
un mundo aún por descubrir en 1494, con la bendición
del Papa. El tratado modificaba el acuerdo del año anterior,
moviendo el límite entre las posesiones de cada país
1300 km. al oeste y por lo tanto "anexando" a Portugal
el aún no descubierto Brasil.
En este momento no es importante establecer quién
llegó primero a la costa de Brasil o cuando; el aspecto interesante
de todo este asunto es que la versión universalmente aceptada
hasta el día de hoy, y a pesar de la evidencia en contra,
es la impuesta por la historiografía oficial.
Este no es el único caso donde, en la conjunción de
la realidad y su interpretación imaginaria, inspirada por
necesidades políticas, mito o aspiraciones utópicas,
Brasil elige negar la realidad y basarse en la fantasía.
Si uno relee la carta de Pero Vaz bajo esta perspectiva, debiera
notarse un dato revelador. Mientras va narrando el primer contacto
con los Indios y la forma en que los portugueses interpretaron sus
gestos como signos de la presencia de una gran riqueza en el territorio
recientemente descubierto, el escribano concientemente asume una
actitud tan típica de la colonización portuguesa y
los efectos que ella podría tener en la futura nación,
que podría ser hoy definida como brasileña: "Isso
tomávamos nós nesse sentido, por assim o desejarmos!"
(¡Lo entendimos de esa forma, porque así queríamos
que fuera!)
La elección de Pero Vaz es fundamental,
porque demuestra que el acercamiento pragmático y empírico
mencionado por Buarque de Holanda fue filtrado a través de
un proceso intelectual. Entre la realidad, todavía muy oscura,
abundante en plantas y animales nunca antes vistos, hombres hablando
un idioma incomprensible, y los sueños que ellos traían,
de riquezas fáciles e infinitas para ser tomadas del paraíso
primitivo recién descubierto, el escribano y los marineros
de Cabral escogieron lo segundo. Con esta elección, inconscientemente
iniciaron un prolongado distanciamiento con la realidad por el mito
que los rodeaba, sobreponiendo un universo metafórico al
mundo natural.
Es verdad que antes de ser descubierto, Brasil y el resto del continente
fueron enterrados bajo un manto de imaginación fantástica,
tan pesado que era casi imposible no mantenerse subyugado a él.
Podemos reflejarnos en el nombre de la nueva tierra, este Brasil
que tan rápidamente reemplaza al políticamente correcto
Vera Cruz, con el cual Cabral la cristianizó agradando tanto
a El Rey. La explicación etimológica más común
se atribuye al árbol de madera de Brasil, que desde el principio
tuvo gran demanda en el mercado internacional, por la tintura que
se extraía de él. Esto también podría
explicar la palabra que denota a sus habitantes, brasileiros, lo
que sugiere marineros y comerciantes, más que población.
Pero hay otra teoría, mucho más seductora, a partir
de la cual el nombre debería estar asociado al mítico
Hy Brasil, una tierra fantástica, común en la mitología
celta, cuyo nombre proviene de la raíz bress (bendecir) y
el origen de terra brasilis frecuentemente presente en los mapas
náuticos medievales de toda Europa en el centro de los mares
aún no explorados. La jungla de las leyendas, con la cual
el viejo continente pobló el inexplorado mundo más
allá de los Pilares de Hércules, ha extendido por
siglos su sombra premonitoria sobre el Nuevo Mundo. El momento del
desembarco no fue el principio.
Tales consideraciones sugieren una nueva interpretación
del mito fundacional de la antropofagia, introducido por Oswald
de Andrade en su Manifiesto Antropófago, de 1928, donde las
adquisiciones culturales realizadas sobre la historia brasileña
(y también las de su futuro) fueron reevaluadas y justificadas
como el único procedimiento auténticamente local.
Paradójicamente, fue precisamente el hecho de que el canibalismo
estuviera de moda en París -un poco antes de que llegara
a Sao Paulo, fechándose al menos en el Manifieste cannibale
dada de Picabia (1920)- lo que sumó valor a la inspirada
idea de Oswald de Andrade. Todos los grandes mitos que nutren la
cultura brasileña, en un sentido, están relacionados
con esto, avant la lettre. La antropofagia cultural brasileña
es una auto-antropofagia. Tragándose a sí mismo, Brasil
se crea a sí mismo y, al mismo tiempo, se educa con el mejor
tipo de auto-concepción, indiferente ante cualquier posible
fractura entre realidad y su interpretación.
Difusión, olvido y supervivencia de las
lenguas generales
Puede haber desacuerdo sobre el número total,
pero parece probable que en el momento en que los europeos llegaron
a Brasil, su población hablaba más de 1000 idiomas
diferentes. Los colonizadores no mostraron mucho interés
en aprender las lenguas nativas, pero esa tarea fue tomada por los
Jesuitas, cuyos principales deberes incluían precisamente
aprender las lenguas locales, en cualquier parte del mundo, para
asistir la catequesis. A arte de gramática da língua
mais usada na costa do Brasil, publicado por el padre José
de Anchieta en 1595, fue uno de los primeros intentos de sistematizar
la lengua local para hacerla más comprensible y facilitar
su uso por los jesuitas. A pesar del innegable mérito de
esta labor, Anchieta organizó la lengua Tupinambá
basándose completamente en la gramática latina. Coherente
con el objetivo exclusivamente práctico de su libro, el cual
fue simplificado, Anchieta fuerza la lengua local para encajarla
en la estructura gramática del latín. Mientras el
libro hace posible el empleo de este idioma, al mismo tiempo reduce
las lenguas locales a una lengua no natural, y ofrece la confirmación
inconsciente de la incomunicabilidad ontológica entre los
colonizadores y la tierra que quieren colonizar.
Para superar la confusión causada por el
gran número de lenguas que los indios hablaban, los Jesuitas
fueron los principales agentes en la invención y diseminación
de las lenguas generales. Basados en las lenguas indígenas
más difundidas en las diferentes regiones del continente,
o en aquellas más propicias para la difusión de la
doctrina cristiana, las lenguas generales fueron enseñadas
a los indios en las misiones llamadas aldeias de descimento*, que
eran misiones cercanas a las ciudades y fuertes donde los indios
eran reunidos antes de ser enviados a trabajar en otras misiones
o para los colonizadores. Aunque teóricamente seguras e incambiables,
las lenguas generales sufrieron una constante evolución a
través de los siglos, acompañando la composición
cambiante de las poblaciones en las misiones y, sobre todo, en las
"aldeias". Debido a que también eran útiles
para las transacciones comerciales, se difundieron más allá
de los asentamientos y centros misioneros, al punto de convertirse
en el principal medio de comunicación en varias regiones.
Muchas fuentes indican que incluso hasta la mitad del siglo XIX
las lenguas generales fueron las más comúnmente usadas
por todos los grupos étnicos, en vastas regiones del Amazona
y en todo el estado de Sao Paulo.
Según Roland Barthes, la escritura nos acerca
al "grado cero" cuando renuncia a cualquier ambición
literaria o de estilo. Siguiendo a Barthes, podemos decir que las
lenguas generales fueron creadas para permanecer lo más cerca
posible al grado cero, lo que queda demostrado por el hecho de que
fueron creadas con una sola y bien definida función: hacer
posible la misión de catequización de los Jesuitas.
Si el fin último de esta intención es celestial, la
forma de lograrla es totalmente mecánica; en la selección
que lleva a las lenguas generales, palabras o expresiones inútiles
para este propósito son metódicamente desplazadas,
y reemplazadas por fórmulas de otras lenguas locales e incluso
por el portugués o el español. Si en un idioma antiguo
como el francés, o el mismo portugués, el grado cero
es alcanzado, despojándolo de la inevitable estratificación
secular, las lenguas generales nacieron mecánicas, purificadas
incluso de casi toda elegancia estilística y metafórica
de las lenguas indígenas de las que derivaron. Y la ambición
de sus creadores era que ellas debían mantenerse así.
Por lo tanto, a pesar de las transformaciones graduales,
las lenguas generales permanecieron decisivamente cerca del grado
cero a través de toda su existencia, y precisamente esta
característica fue una de las razones de su extinción.
Consideradas como lenguas semi-oficiales durante los primeros siglos
de dominación portuguesa, fueron desterradas en 1758 por
el Marqués de Pombal, con el fin de disminuir el poder de
los Jesuitas, pero continuaron prosperando. Sin embargo, no sobrevivieron
a la creación del estado nación.
Se ha observado que un estado tiránico no tendría
ninguna razón para oponerse enérgicamente a las diferentes
lenguas de aquellas habladas en la corte real, pues la identidad
nacional, estrictamente hablando, estaba limitada a la familia real.
Pero con la soberanía nacional, la identidad lingüística
de los ciudadanos es de gran importancia y fue imposible para las
lenguas generales coexistir con el portugués en un Brasil
republicano. Fundado en una matriz positivista y utópica
(otros mitos fueron agregados a los que ya formaban la espina dorsal
del mundo imaginario), la nueva república nació proyectada
en el futuro, ansiosa por construirse una identidad cultural. Para
este propósito, naturalmente, un lenguaje hasta ese momento
limitado al grado cero era inútil. Se requerirían
muchos siglos para alcanzar, a través de una lenta estratificación,
el estatus de idioma "meritorio" de una nación
moderna.
Cayendo en el desuso, las lenguas generales fueron inmediatamente
removidas, borradas de la memoria nacional junto a otro gran evento
histórico pre-nacional -la división de las posesiones
portuguesas en dos colonias totalmente autónomas- dejando
espacio a una construcción retroactiva del Brasil mítico,
siempre unido por la tierra y el idioma. Siguiendo el ejemplo de
los portugueses, pero por primera vez autónomamente, Brasil
borró la realidad, recreando la historia a la imagen y semejanza
de sus propios deseos.
Sin embargo, las lenguas indígenas sobrevivieron
en la toponimia de las ciudades, ríos y montañas,
y en la botánica. Nombres como Niterói, Moema, Itaim,
y Curitiba; Tietê, Iguaçu, Jacareí, y Tatuí;
Mantiqueira, Itatiaia, Itacolomi; y también jabuticaba, abacaxi,
mandioca, samambaia... son trazos del pasado que son imposibles
de borrar. Esta persistencia secular y fuera de contexto de la lengua
hablada es incluso más sintomática cuando se compara
con la frecuencia con que calles y plazas han cambiado de nombre.
La toponimia indígena es natural, refiriéndose a la
realidad geografía, orografía y morfológica
y no a la realidad urbana, la cual se sobrepone artificialmente
a ella. Se adhiere a la realidad de una forma tan perfecta que el
resultado es casi imperceptible, exactamente lo contrario a lo que
ocurre con el portugués y su voluminoso bagaje cultural.
Los nombres efímeros con los cuales hasta el día de
hoy -casi cinco siglos después del primer desembarco- los
colonizadores intentan imponer su presencia en el territorio terminan
sumergidos por la poesía escondida de nombres como Paraná
(lugar desde el cual el mar es visto), Guanabara (pecho del mar),
Goiaba (fruta de semillas apiñadas )
Sao Paulo, la metrópolis más grande del continente,
inmensa al punto de quebrarse en una infinidad de incontables microcosmos
-lo que la excluye de ser considerada una ciudad completa- tiene
al Parque Ibirapuera como uno de los pocos puntos cardinales conocidos
por toda la población. El recuerdo de la "madera podrida"
(el significado en el idioma Tupi de Ibirapuera) que debe haber
llenado alguna vez esa explanada, permanece de alguna manera imborrable
en el centro de la vorágine. Tal como los ríos que
anteriormente cruzaron el Piratininga Plateau -aún fluyendo,
invisibles, bajo el asfalto de la ciudad moderna, cubiertos tanto
por un manto físico y simbólico-, en un nivel semántico
las lenguas generales aún están vivas bajo el suelo,
pero fuertes al punto de definir los movimientos físicos
de sus habitantes. Al grado cero de la comunicación, la lengua
general confirma su posición como tal, el léxico vulgar
de cada día, el idioma que establece las coordenadas.
Arte general
Se puede decir que toda la cultura producida en
Brasil, desde el mismo día de su descubrimiento oficial,
se mantiene en estos dos extremos. Por un lado, la creación
de universos imaginarios y fantásticos, la estratificación
constante de mitos de los más variados orígenes, conscientemente
reformados y transformados, e inconscientemente superpuestos a una
realidad sin requisitos de calidad; una producción caracterizada
por una construcción sin fin o una reformulación de
universos recreados por poéticas, muy personales, pero siempre
fascinantes, por una continua fabulación, a veces caótica,
pero muy fértil.
En el otro extremo está la paradójica sobrevivencia
del ejemplar pragmatismo portugués en una lengua tan elemental
que casi es surreal: el idioma se mantiene en el grado cero de su
evolución exclusivamente por propósitos prácticos,
aplastada contra el suelo con tal fuerza que ha de permanecer adherida
a él por siglos. Con su resistencia toponímica incansable,
las lenguas generales ofrecen materia de reflexión, lo que
hoy más que nunca, no puede ser menospreciado.
Siendo un medio primario de comunicación, el arte comparte
con el lenguaje el rol de un puente, de un instrumento para el entendimiento
auténtico. También tiene la tarea de reestablecer
el contacto perdido entre el mundo y su interpretación intelectual.
Asumiendo las funciones de las palabras en el lenguaje cotidiano,
un grado cero ilusorio, aumentado por un excedente de información
inútil e impuesta, y excesivamente cargado con significados
transitorios y distorsionados, el arte debe ser un candidato para
el rol de intérprete entre la realidad y sus usuarios. Exento
de cualquier compromiso con el lenguaje, tiene de hecho la posibilidad
de abrir nuevos caminos, haciendo inmediatamente comprensibles mensajes
de gran impacto y de complejidad filosófica.
Si en las intenciones de los padres jesuitas las lenguas generales
habrían ayudado a permitir el funcionamiento de la sociedad
y, en otro nivel, a que las almas inocentes de los indios ascendieran
al cielo, entonces la koiné del arte es uno de los pocos
lenguajes accesibles, ontológicamente democrático
así como también auténticamente supranacional.
A pesar de ser impuesto desde afuera, y con el conocido propósito
de dominación, las lenguas generales funcionaron: en pocos
años, los usuarios tomaron el mando, abriendo nuevos caminos
e inventando nuevos usos para ellas. Lo mismo puede y debe pasarle
al arte, el cual se transforma a sí mismo y se completa sin
parar con la interpretación realizada por el observador.
Si esos son los atributos de todo arte, la comparación
con las lenguas generales toma un significado especial al considerar
a una cierta tendencia -casi un movimiento- que caracteriza a la
mayoría de la producción artística brasileña
más joven y reciente. En vez de palabras, los artistas de
esta nueva tendencia, que podríamos definir como Arte General,
utilizan casi exclusivamente materiales simples, frecuentemente
extraídos de otros contextos. Los resultados son predominantemente
instalaciones y esculturas, pero también composiciones pictóricas
e incluso video, donde la precariedad de los soportes o de los objetos
retratados son traducidos a un manifiesto poético-estético.
Elementos comunes de estos trabajos son piezas de madera (la mayoría
de las veces usadas, quemadas, y en un estado de descomposición
avanzado), piezas oxidadas de hierro, cemento, cables, y también
mecanismos precariamente adaptados a nuevos usos. Aunque no puede
ser definido como urbano, este arte de alguna manera da cuenta de
la incomodidad provocada por la intrusión con la cual las
megalópolis se expanden, de manera cada vez más inexorable,
más allá de sus propios límites obsoletos.
Resumiendo, más que la urbanidad entendida como Weltanschauung,
parece aludir especialmente a la velocidad de la ciudad y particularmente
a la de la industria, su alma mater, transformándolas rápidamente
en descubrimientos arqueológicos en y para sí mismas.
Poco interesado en construir mitologías complejas, este arte
es, al mismo tiempo, cercano a la realidad diaria y el portador
de un excedente estético y poético, que proviene de
una total inmersión en el territorio. Estando profundamente
enraizado en el contexto en el que florece, puede ser considerado
el heredero natural de las lenguas generales -de hecho, similar
a ellas, este arte establece un contacto directo con lo que mejor
lo define: los materiales, la realidad misma desde la cual emerge.
La elección de materiales gastados y "pobres" le
permite aprovechar al máximo su inmenso contenido estético
/ poético. Como en el caso del Arte Povera, primero concebido
como arte de guerrilla, cuya herencia más duradera a considerar
es la revolución estética y conceptual de carácter
extraordinario y perdurable, el Arte General se fundamenta en una
investigación técnica y artística extremadamente
concreta y coherente.
Similarmente, desde un punto de vista poético,
el paralelo más inmediato es exactamente con la toponimia
indígena, lírica, pero al mismo tiempo, descriptiva,
esto es, anclada en la realidad que la produce, y que reproduce
en otro nivel. Las construcciones precarias de Thiago Bortolozzo,
por ejemplo, se refieren conciente e inmediatamente al lugar en
permanente construcción que es Sao Paulo, donde nacieron
y desde el cual se nutren a sí mismos; a años luz
de este precario universo urbano, Ieda Oliveira, en cambio, utiliza
un confesionario para desarrollar su trabajo -un elemento fundamental
del imaginario rural en el noreste de Brasil. A pesar de las diferencias,
trabajos como estos están claramente unidos por el hecho
de que en ellos la realidad constituye la fuente, tanto imaginaria
como física, de inspiración para la creación
artística.
Más aún, similar a los primeros trabajos
de Kounellis o Zorio, hace treinta años atrás, la
descontextualización de los materiales proyecta indirectamente
al arte fuera del contexto en el que es mostrado. Después
de ser considerado desde una perspectiva artística, en un
contexto privilegiado, el material "pobre" es leído
y entendido de una manera diferente, incluso en el ambiente en el
cual fue encontrado, y no sólo por el artista sino, más
importante aún, por el observador. Es exactamente aquí
donde reside uno de los grandes méritos del Arte General:
usando materiales comunes, actúa sobre nuestra percepción
de la realidad, ampliando nuestros horizontes, y, al final, mejorando
nuestra calidad de vida, al crear un espacio para la reevaluación,
la cual es netamente intelectual y por lo tanto irreducible a cualquier
consideración económica del mundo.
Al mismo tiempo, esta estrategia estética
trabaja también como una armadura contra la construcción
indeseable de cualquier marco ideológico. La elección
de no construir mitologías es traducida, tal vez inconscientemente,
a una operación política y estratégica extremadamente
coherente: restringiendo a su propio significado al valor inherente
de los materiales de los cuales están hechos, estos trabajos
resisten cualquier instrumentalización facilista. Como las
lenguas generales, adhieren a lo más durable y auténtico,
sin ser afectados por la influencia de mensajes pasajeros.
Mientras el arte y la producción cultural
en general han sido marcados en el curso de la historia brasileña
por una interminable creación o re-creación de mitos,
el Arte General se sitúa a sí mismo en el extremo
opuesto de este hipotético espectro creativo. En vez de fundar
mitos, como aquellos sobre los diversos, pero igualmente significativos
niveles del Tratado de Tordesillas, los onomásticos nacionales,
e incluso de una utopía positivista, el nuevo arte deja fuera
la mitología y todo universo fantástico para hundir
sus propias raíces en tierras sólidas y fértiles.
La Bienal de Sao Paulo puede ser considerada -no
sólo por desarrollarse en el antiguo Pabellón de las
Industrias en el Parque de Ibirapuera- el centro de comandos ideal
para una profunda evaluación de esta tendencia, de la cual
deriva su primera razón de ser, precisamente del contraste
entre la declinación de un cierto ideal industrial y la precariedad
de materiales como la madera podrida. Un lugar de muestra para el
arte brasileño y un contexto ideal para confrontar su desarrollo
con tendencias internacionales, la presente edición de la
Bienal atestigua la representatividad del Arte General. Como prueba
de cómo este tipo de producción es de hecho sintomático
del Zeitgeist, obras de todo el mundo confirman la atracción
extendida por materiales menos atractivos, los escombros y despojos
de nuestras sociedades aterrorizadas.
Tal como sucedió con la explosión
transnacional de movimientos independientes, pero en cierta forma
análogos, de los años `60 y `70, como el Arte Povera,
el Land Art y el Arte Conceptual, darnos cuenta cómo tendencias
similares han comenzado a emerger en países geográfica,
política e ideológicamente distantes como México,
China, Cuba e incluso Italia, España o Estados Unidos (donde
el arte de este tipo puede ser considerado menos "necesario")
nos hace ver su real significancia. La fácil lectura local
de este arte como una consecuencia lógica de la proverbial
tendencia brasileña hacia la improvisación, hacia
gambiarra, es invalidada por la frecuencia con la cual la precariedad,
su atributo fundamental, aparece en los trabajos de artistas de
los cinco continentes, al punto de habilitarla para ser considerada
como la característica fundamental de la sociedad actual.
¿Cómo evitar ver, en aquellas construcciones
fragmentarias, un intento extraño y tímido de reprimir
las ansiedades de un siglo tan joven, pero tan profundamente marcado
por el horror y el miedo? La sensibilidad privilegia a los materiales
más inmediatos y disponibles, esconde un deseo latente de
rechazar las construcciones virtuales y tecnológicas, tan
omnipresentes como intocables. En cambio, la ansiosa nueva era propone
una solución, la cual es casi trivial en su inmediatez: incorpora
materiales rechazados y los ennoblece a través de una operación
estética. Con aquellos ladrillos improvisados será
posible, tal vez, construir la base de una nueva sociedad. Ellos
son, como T.S Elliot habría dicho, los fragmentos con los
cuales sostenemos nuestras ruinas.
JACOPO CRIVELLI VISCONTI
* N. del t. (portugués - inglés)
Aldeas de descimento, son aquellas aldeas formadas por grupos de
nativos que se veían obligados a "descender" desde
río arriba hacia el delta del río, donde se encontraban
apostados los puntos de colonización.
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