En las cercanías de Talcahuano, Los Lobos, se encuentra sobre un acantilado un pequeño cementerio, en el que no se entierra a difunto alguno. Este camposanto es obra de los deudos de pescadores que naufragaron en alta mar y cuyos cadáveres no fueron devueltos a la playa. Después de intensas búsquedas y angustiada espera, los familiares hacen en su casa el velatorio, de sólo el traje del desaparecido, el que es colocado en un pequeño ataúd. En otras ocasiones se lleva la ropa a la iglesia y sobre el ataúd se oficia un responso, partiendo de allí al cementerio inmemoriam, donde es sepultado, se reza y se clava una cruz blanca, que ostenta el nombre del desaparecido y el de la embarcación. Este culto a los muertos, establecido por la razón del corazón, se realiza desde hace más de sesenta años en la zona. Sobre estos cementerios simbólicos, Juan Guillermo Prado Ocaranza, investigador del folclor, en su trabajo "Los rituales de la muerte", informa que "el profesor Roberto Contreras Vaccaro, indicó a El Mercurio que estos entierros se hacen en diversos lugares de la zona. A eso se debe que en Tumbes, Lota, Tomé, San Vicente y Punta Lavapié, en Arauco, existen cementerios donde no hay muertos. Al hundirse una embarcación se espera un tiempo cercano a los tres días. Si no aparecen los náufragos, se les vela 48 horas o más. Para ello se confeccionan pequeñas urnas de madera de 50 centímetros de longitud y se las pinta de color blanco. En el interior se colocan las ropas del desaparecido y su foto. Luego todos los pobladores de la caleta en procesión llevan la urna hasta los singulares cementerios. Allí se despide de los difuntos, a nombre de sus colegas, el presidente del sindicato de pescadores y el alcaide de mar. Se entierran las urnas y las coronas se tiran al mar. Al finalizar la ceremonia se hace una colecta para ayudar a los deudos de las víctimas". En los puertos, en las bahías este dolor se expresa con otras modalidades. Cuando los lancheros mueren por accidente marítimo o desaparecen en el mar, son honrados con la formación de una flotilla de lanchas fleteras que realiza un recorrido, en memoria del desaparecido. En este homenaje póstumo, se lanzan coronas de flores al mar. En la procesión marítima de San Pedro, santo bajo cuya advocación están todas las caletas de pescadores, se recuerda a los que durante el año tuvieron como tumba el mar, dejando caer coronas. Créditos: Visitas: 1980 Diarios: "El Mercurio", Juan Guillermo Prado, "Los rituales de la muerte", Santiago de Chile, 1-XI-1981. Obras: Oreste Plath, "Folklore del carbón". Editorial Rumbos, Santiago de Chile, 1991 y Editorial Grijalbo. Santiago de Chile 1998. |