VI. Los Naúfragos
"Y bajamos a la nave,
Enfilamos quilla a los cachones, nos deslizamos en el mar divino, e Izamos
mástil y vela sobre aquella nave oscura,
Ovejas llevábamos a bordo, y también nuestros cuerpos
Deshechos en llanto..."
El comienzo de los Cantares de Ezra Pound parece
servir también como inicio de la saga que los poetas chilenos de esta promoción
configuran a través de sus textos. El comienzo del viaje, la primera jornada de la
aventura, abre el espacio arquetípico mayoritario que, con diversos y múltiples
sentidos, pueblan los sujetos poéticos y las figuras que recorren el "mundo"
que éstos construyen. En esta zona cerrada, suspendida entre el reflejo y la deformación
de la realidad habitada por los poetas chilenos de fin de este fin de siglo, las figuras
se hayan pedidas, representando su condición en diversas imágenes: la Caída, el Éxodo,
la Conquista, la suerte de Caín, la peregrinación, el viaje de los argonautas en
búsqueda de algún vellocino, el regreso de Odiseo, el descenso a los infiernos, los
navegantes, los náufragos, hasta la visión crítica del mismo poema como el lugar en que
el poeta y la propia escritura se sumergen para no regresar a ningún sitio conocido:
"Comienzas a escribir un poema/ cuyo tema es un lago profundo/ en estos quehaceres te
alcanza la noche/ ahora no sabrás cómo volver", escribe Andrés Anwandter. La
condición del que se encuentra perdido es similar a la de los "náufragos" que,
de sobrevivir, llegarán a un lugar distinto al amado, sea éste el infierno o la muerte,
ya que han sido desviados de su "camino", transformándose así los sentidos y
las direcciones del viaje. El hablante mayoritario de los textos comparte con sus poetas
la presencia de un entorno que no satisface sino que erosiona dolorosamente a este sujeto
perdido, que no encuentra centros sino márgenes, límites que son adoptados como el
propio centro, imágenes que lo hechizan para destruirlo, produciéndose para éste y sus
acompañantes superposiciones (Araya), deformaciones (Del Río), elevaciones (Sepúlveda),
inmersiones (Jimenez, Anwandter) y enmascaramientos (Del Río). El poema se transforma en
el espacio cerrado por esos límites donde la propia destrucción es representada, pero,
también, y de este modo, esquivada; un espacio dentro de cuyas determinaciones el sujeto
puede, por fin, contemplar y contemplarse. La "heterotopía" enclave de
representación espacial que reemplaza para esta promoción a la utopía moderna, cuyo
fundamento es temporal- representa en estos poemas el sitio desde el cual se realiza la
"lectura secreta", es decir, la generación de las obras de estos poetas a
partir de las de sus predecesores. También es allí donde se espejea e mundo como
Creación del Padre, y ahí en la Creación poética, imagen de la Creación-
ingresan en el territorio del viaje sin regreso. Peregrinos, navegantes, vagabundos,
argonautas, buscadores de "secretos" y "tesoros", se autocontemplan en
la figura de Luzbel, quien, en plena Caída, contempla su rostro en el espejo del abismo.
El espejo, finalmente, se encuentra en la habitación del propio poema, y su caída se
produce en ese interior desde la obra de los "padres" hasta la propia. Ese es su
viaje, su peregrinación, y en él se encuentran, perdidos y a la vez atrapados.
Quisiera haber terminado este pequeño prólogo con un
análisis acabado de cada uno de los poetas antologados, como lo hice en el trabajo
académico que le sirvió de sustento, pero el tiempo me ha obligado a la discreción.
También voy a ser discreto al enfrentarme a la pregunta que Gonzalo Rojas nos obliga a
contestar al final de su poema titulado "Al fuego eterno": "¿Dónde,/ por
dónde/ vienen/ los otros?". Sin duda, una antología es de por sí una respuesta, y
al elegir a algunos de los que "vienen" creo haber apostado por algunos de
aquellos que "llegarán". Tengo mis dudas: sobre todo con respecto a cierta
tendencia a la informalidad en los poemas de algunos de estos autores, siempre un lastre
para su permanencia. Tengo mis preferencias: seré discreto, como dije. Sin embargo, del
modo en que siempre suceden estas cuestiones, sólo el tiempo dictaminará quien arribe a
tierra.
JAVIER BELLO
Santiago de Chile, octubre de 1998.