El problema central que enmarca y subyace a todos los
trabajos críticos que, como éste, pretenden organizar un grupo de producciones
literarias en un panorama relativamente coherente, es la interesante discusión teórica
(y práctica) que gira en torno a la conceptualización, problematización y alcances del Canon,
aunque la mayoría de ellos no haga explícito su acercamiento a esta materia. En la
antigua premisa viconiana: "sólo podemos conocer aquello que hemos creado" (49), se establecen los marcos herméuticos propios de
una discusión de esta índole. Desde esta perspectiva todo trabajo crítico que pretenda
fijar un determinado grupo de obras, es decir, constituirse como praxis antológica, lo
hará en función de una feliz o infeliz coincidencia, como la que ocurre entre una lengua
y su gramática: si bien el intento de enmarcar es obligatorio, ya que el tiempo concreto
de la lectura se configura, ante la inmensidad de aquello que se puede leer, tras un
proceso crítico de selección previa, los modos a través de los cuales se ingresa a la
sustancia viva y móvil de la literatura determinará las facciones de ese corpus de
obras. El Canon, reglamentación, protección y medida, que habita, en la actual
investigación literaria, entre los aportes de la teoría y las sucesivas valoraciones de
la crítica, y en la práctica, entre las diversas preferencias que determinan la
producción y recepción de las obras, reúne aquellos ámbitos de juicio y valor que
-observados en conjunto y puestos en situación- develan los lugares en que residen y de
qué modo la creación literaria, al igual que nuestra costumbre de lectura y de
apreciación, al igual que los diversos estudios que establecen líneas históricas de
ordenamiento literario, no emergen de un pensamiento desinteresado. Es necesario,
entonces, para comenzar, poner en evidencia el carácter construido de esta categoría, la
naturaleza artificial de este constructo, instalado en una paradoja perceptiva: lo
precario de la experiencia como únicos medio y fin posibles del conocimiento.
Dos son las líneas fundamentales de trabajo y elaboración
teóricas que se han desarrollado alrededor de la categoría de Canon y que han
servido para su posterior definición. La primera de ellas, recupera la tradición
hebraica hermenéutica y, la segunda, la preceptiva historicista grecolatina. Trabajos
similares al que aquí se presenta ignoran determinadas obras que no coinciden con las
reglas de la apreciación que se impone (por lo general trabajos ordenadores), o
desvirtúan otras, haciendo desaparecer sus núcleos de sentido conflictivos para poder
incluirlas en un espacio de coincidencia (en su mayoría obras interpretativas).
La necesaria constitución de un corpus, que aquí se
pretende llevar a cabo -el ingreso de una serie de nuevas "voces" agrupadas por
la sistemática del orden, autoorganizadas en su propia aparición- es el espacio propicio
para una reflexión alrededor de la actividad interpretativa de las lecturas, percibiendo
el trabajo escritural de esta promoción como un movimiento de transformación y cambio
respecto de la "tradición". No se intenta aquí reformular o negar los
conceptos y categorías canonizados por los estamentos académico y crítico de la
"tradición de la gran poesía chilena" y reemplazarlos por otros, sino de
plantear el carácter preceptivo e ilusorio de su construcción, lo provisorio de sus
lecturas, sobre las cuales se ha fabricado como un mecanismo perfecto -ausentados el
tiempo y el espacio de la lectura individual como coordenadas decisivas- un territorio del
que se ha escamoteado lo vital y fecundante: aquellos espacios en los que se establecen la
comunicación, las metáforas, las estructuras retóricas, la sintaxis, las preferencias
estéticas y los diferentes campos semánticos: la construcción poética que activa el
texto y lo vuelve un organismo vivo, dialogante y cuestionador de las categorías vitales;
una aparición desestabilizadora de las diversas coordenadas interpretativas, y, al fin y
al cabo, el detonante de otras producciones que, bajo diferentes condiciones, lo
subviertan. El texto literario concebido como "un peligro", como quería Emile
Cioran.
Un intento diferente es el planteado por Harold Bloom en The
Western Canon: The Books and School of the Ages (50)
, libro en el que realiza una ácida crítica a la academia estadounidense respecto de los
llamados "estudios culturales": los estudios marxistas, feministas,
afrocentristas y el "new historicism". La crítica de fondo planteada en este
texto gira alrededor de los criterios extraliterarios de evaluación respecto de la
Literatura y la obra literaria, especialmente los que dicen relación con apoximaciones
políticas y sociales que reducen los perfiles estéticos a pura "ideología".
No es papel de la Literatura, dice Bloom, hacernos mejores o peores personas, o redimir un
determinado modelo social. Para él, sólo las propias obras son capaces de abrir el Canon,
es decir, establecer "la relación entre un escritor individual y su lector que ha
sido preservada fuera del texto y que olvida el prejuicio de la lista de libros requerida
para un estudio determinado" (51).
Desprovisto de sus connotaciones
religiosas, el Canon se define entonces como una lucha entre las obras por
sobrevivir a una elección interpretativa. Para Bloom, lo central resulta ser el acto de
persuadir al lector de que un espacio nuevo ha sido abierto en el largo catastro mortuorio
de los textos elegidos por la tradición. Desde esta perspectiva, el intento sostenido a
través de este estudio se enmarca en la modelización propuesta por el autor con el
objetivo de demostrar "lo ingenuo" de estas aproximaciones. Para Bloom el Canon
"es el verdadero arte de la memoria, la auténtica fundación del pensamiento
cultural (...)". (52)
En verdad, el Canon es, para Bloom, no sólo
consecuencia de la creación artística, sino su patrón fundante, pues sin la existencia
de este "espacio de pensamiento" no se establecerían preferencialmente
influencias que provocaran el movimiento dialéctico de la creación. El Canon,
bajo estos preceptos, es sinónimo de Arte. No es un serie de estrictas ordenaciones,
fijaciones, establecimientos estancos, que su estudio desvirtuaría, sino el espacio en
movimiento de las diversas interpretaciones poéticas. Si bien el Canon es una gramática
sobre una determinada materia, ésta no debe sólo fechar, situar y juzgar moralmente,
sino que integrarse al "juego" dialéctico de la creación.
La teorización sobre el Canon devela cómo los
mecanismos ordenadores -en fin, la capacidad humana de establecer límites- se tornan,
ante lo desconocido, peligrosos e intolerantes. Tanto la función correspondiente a
conceptos represivos como el "bien" y el "orden", como los intentos de
violación del Canon con un interés político -ambos intentos moralizadores- no se
integran a un ámbito entregado a la pura "perversidad" de la lectura, al placer
del dominio letra a letra, al intento de luchar contra los "padres" de la
escritura por obtener, como dice Bloom, un sitio en la Inmortalidad. La actividad
antológica, resumidero de los más variados modos de valoración literaria, debe avanzar,
entonces, con cautela.
Este trabajo antológico no pretende ni afirmar que los
textos que aquí se presentan se encuentran en el proceso de ingreso a los panoramas
ordenadores que en el medio literario se reconocen como canónicos -aunque algunos parecen
quererlo con premura-, ni tampoco forzar su ingreso a éstos o a cualquier otro ámbito de
reconocimiento. Sólo se ha intentado reunir un corpus poético emergente con el interés
de lograr su apreciación crítica y se ha intentado estudiarlo llevando a cabo un
descentramiento interpretativo, para así proteger los textos de la agresión de su
utilización activa, que les otorga el carácter de nuevas concreciones que demuestren la
continuación de la tradición como un calmo y familiar relevo o la calidad de escrituras
destinadas a desplazar otras obras con un interés político. El intento de reformulación
de lo que suponemos nuestra "tradición poética moderna", eludiendo cualquier
intento clasificador proveniente de nuestra historiografía crítica preceptiva, tiene
como fin revelar nuestras más altas poéticas (Huidobro, De Rokha, Neruda, Del Valle,
Parra, Rojas, entre otras) en el espacio en el que siempre han habitado, y descubrir de
qué modo algunas de éstas son desactivadas por la crítica, en los sentidos en que
anteriormente se apuntaba, y de qué modo otras son privilegiadas. Mi trabajo intenta, en
su trasfondo, poner la mirada sobre construcciones ilusorias que se pretenden naturales y
que detienen la reflexión sobre la "tradición". A este respecto, la aparición
de esta promoción emergente pone en cuestión la supuesta "muerte de los
autores", que, más vivos que aquellos que sí están vivos, habitan un espacio
interpretativo móvil, en el cual los nuevos poetas conviven, según sus fuerzas,
desmintiendo el orden críticamente establecido.
La tradición crítica nacional ha organizado, a través de
la actividad antológica y la construcción de panoramas literarios, un canon de lectura
que, extendido por varias instituciones (escuelas, universidades, medios de comunicación,
entre otros) han proyectado un determinado "espejismo" de la tradición poética
moderna, a través de los diversos estudios preceptivos e historicistas, menos
comprometidos con la interioridad de los textos que los medios que ofrece la tradición
interpretativa, casi siempre ausente de nuestros panoramas. Estos esfuerzos críticos
recuperan el sentido primitivo del término canon, relacionado etimológicamente con
"vara", "red", "medida", y de su aplicación grecolatina en
la determinación de cuáles textos son representativos de determinado patrón cultural.
Bajo esta distinción subyace la separación maniquea entre ortodoxos y heterodoxos. Sin
embargo, los poetas parecen desconocer estas distinciones, y relacionarse en su proceso de
escritura con unos y con otros.
Las obras fundadoras de la poesía chilena contemporánea han
detonado una serie de publicaciones que han extendido su aparición -en una especie de
continuidad- hasta estos plazos. La actividad antológica, entendida en toda su
importancia literaria -la determinación de qué se debe leer en el tiempo concreto que se
dispone para la lectura y la determinación de los espacios de discusión crítica de las
obras- ha sido el motor fundamental de la invención de la "tradición chilena de la
poesía moderna". Una antología decisiva en la fijación de las "voces"
poéticas chilenas contemporáneas, que al intentar presentar a los autores modernos
representativos de la poesía nacional (53), causó un
verdadero "terremoto poético" en las letras chilenas -dando cuenta, a través
de su actual condición de "clásico" de los desplazamientos históricos que el
canon crítico ha sufrido en el país desde entonces hasta nuestros días- es la Antología
de poesía chilena nueva (Santiago, Zig-Zag, 1935) de Eduardo Anguita y Volodia
Teitelboim. Desde entonces se suceden las antologías que intentan fijar lo más
representativo de la poesía nacional. Junto a ellas los panoramas críticos académicos
con contadas excepciones, de férrea intención preceptivista- delimitaron el
imaginario fundamental que constantemente aún superponemos a las obras poéticas a las
que refieren. Tras el golpe de estado de 1973, cabe citar aquí un libro que parece
reanudar, al menos si se atiende a sus múltiples ediciones, la tradición nacional de las
antologías; me refiero a Poesía chilena de hoy: de Parra a nuestros días (54), de Erwin Díaz, con prólogo de Federico Schopf.
Pese a ser una antología, a mi parecer arbitraria en algunos aspectos y críticamente
bastante débil, ha terminado por imponerse, al menos en la capital, dentro y fuera del
medio académico, y ha deslazado a otros intentos de provincias, en la mayoría de
los casos- más acabados y completos.
El gran vuelco crítico que significaron en las dos décadas
anteriores los aportes de Cedomil Goiç (55) es
persistente como tal, a la vez que contiene en sí mismo una paradoja. El autor contruye
un amplio sistema paraliterario generacional que logra finalmente extender los límites de
la literatura chilena, extrapolando a los autores nacionales por primera vez de modo
sistemático- al contexto latinoamericano. Sin embargo, el descentramiento que podría
haber significado este logro, es reducido de inmediato por la esquematización temporal,
que evita la infiltración interpretativa a la que lo anterior da pábulo, poniendo aún
más el acento en la necesidad de orden, ahora fundamentado en el tiempo. Los trabajos
cíticos que lo suceden -que fijan los límites que enmarcan la materia que mi estudio
define- han enriquecido sus miradas a partir de un reenfoque de la literatura chilena en
relación a la latinoamericana, al igual que a partir de la insistencia en la importancia
de la contextualización que debe precidir todo discurso crítico. Entre ellos cabe
destacar los dos intentos más amplios de ordenación del panorama de la poesía chilena
que emerge en los años inmediatamente anteriores al golpe de estado de 1973 y en la
década y media posterior: primero, los artículos críticos que reúne Ricardo Yamal en La
poesía chilena actual (1960-1984) y la crítica (56)y,
en segundo lugar, Poesía chilena. (Miradas. Enfoques. Apuntes. (57)) de Soledad Bianchi. Ambos han instalado
constructos críticos nuevos, que no poseían sus predecesores: fijan con certeza los
conceptos que ya han ingresado al canon crítico nacional, definiendo el ámbito y
la práctica de la "poesía nueva". Sin embargo, continúan promoviendo el mismo
tipo de esfuerzo alrededor del canon que postularon Goiç y quienes lo precedieron;
transitan, al igual que la gran mayoría de los críticos chilenos del siglo, por una de
las dos vías existentes de canonización: la preceptiva historicista.
La poca y breve crítica que -como es lógico- ha abordado
las obras de esta nueva promoción, aparece, en su gran mayoría, en la zona intermedia
que crean los conceptos provenientes del territorio de lo que se ha dado en llamar
"poesía nueva" y un cierto desconcierto, último factor que impulsa a estos
autores a establecer relaciones con otras escrituras sin guiarse por parámetros claros de
diferenciación. Entre ellos destacan el panorama filiador de Yanko González Cangas (58), quien recorre con efectividad las producciones
poéticas en el sur del país durante las tres últimas décadas; el también panorámico
trabajo de Óscar Galindo (59), que realiza, en un
marco más amplio, menciones caracterizadoras de los poetas más jóvenes del Sur
(Anwandter, Torres); el también filiador y contextualizador aporte de Bernardo Colipán (60), todos aparecidos en la misma publicación. Destaca
también la mención crítica de Luis Ernesto Cárcamo, titulada "El tamaño de la
poesía" (61), sobre la antología Poesía
menor (Santiago, Francisco Zegers Editor, 1992), resultado del "Concurso Arthur
Rimbaud", que va precedida de un acertado "Prefacio" del poeta Roberto
Merino, y que incluye, por primera vez en Santiago, a autores de la promoción aquí
estudiada. Desde entonces, sin embargo, estas apariciones críticas y antológicas
dispersas, comienzan a adquirir ribetes de mayor diferenciación. En 1994, el prólogo ya
citado de Teresa Calderón inaugura la primera antología que intenta perfilar la
aparición del "novísimo" fenómeno, que se adelanta a la finalización de mi
tesis de grado, titulada Poetas chilenos de los noventa. Estudio y antología, que
comencé a gestar en 1994 y finalicé en 1995. Esa primera antología figuró en el
panorama literario nacional casi como una ilusión de una nueva "horneada" de
poetas chilenos, del mismo modo que mi trabajo pareció serlo en el ámbito académico
ante el cual debía rendir cuentas. Sin embargo, desde entonces, algunos de estos nuevos
poetas comienzan a ser invitados a espacios de lectura, a ser reseñados en diversas
publicaciones y a ser entrevistados en suplementos de cierta relevancia, como ha sido el
caso, sostenido en el tiempo, de "Zona de contacto", suplemento semanal del
diario El Mercurio, y como lo fue, en algún momento, "Literatura y
libros" del desaparecido diario La Época. Un proceso de institucionalización
del fenómeno y un asentamiento definido en la problemática literaria nacional,
representó la serie de lecturas de poetas menores de 25 años que se realizaron en la
Biblioteca Nacional en octubre de 1995, bajo la dirección de los poetas Floridor Pérez y
Tomás Harris. Las lecturas finalizaron con la edición de una antología representativa
de esta promoción, titulada Poesía chilena para el siglo XXI. Veinticinco poetas, 25
años. (Santiago, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, DIBAM, 1995 (62)). Otro intento interesante, pero menos acertado, de
acercamiento a esta promoción, lo constituye el artículo y la antología de Andrés
Morales en el número VIII de la revista "Licantropía", de la Universidad de
Chile.