En memoria de Jean Max Gaudillère

En memoria de Jean Max Gaudillère
Jean Max Gaudillière.
Jean Max Gaudillière.

Un académico notable, un hombre extraordinario,para mí un gran amigo, nos ha dejado. Agregado en lenguas clásicas , doctor en Sociología, psicoanalista, Jean Max Gaudillèrenos visitó en más de una ocasión para compartir en nuestra Facultad, invitado por el Magister en Psicología clínica, su experiencia como investigador comprometido con las fracturas del lazo social y su incidencia en las subjetividades. Hoy más que nunca, su palabra, su pensamiento, su ética resuenan para quienes asistimos a su transmisión valiente e irreemplazable.

Jean Max Gaudillière dirigió durante mas de treinta años en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris, junto a FrancoiseDavoine, su esposa y compañera de ruta intelectual, un seminario consagrado a reflexionar sobre la locura; los traumatismos históricos, sociales y subjetivos que marcan el tiempo de las guerras; las fallas en la inscripción de las verdades silenciadas por la perversión de lo humano en la maquinaria de la servidumbre y de la violencia. Su profundo conocimiento de la cultura clásica –sus referencias a Homero y Virgilio nutrían su trabajo con la actualidad de nuestra vida en común- ; de la literatura –su admiración por Cervantes, Musil, Sterne, Sebald, entre muchos otros, poblaban la biblioteca enorme de su espíritu crítico y su sabia humildad- se hizo parte de su trabajo como analista, ahí donde la transferencia hace posible, a veces, el reencuentro con las verdades silenciadas de la historia. Productivo lector de HannahArendt, de Ludwig Wittgenstein, de WilfredBion supo reconocer en el trabajo teórico de estos y otros autores indispensables mucho más que teorías o saberes: supo reconocer en ellos el testimonio crítico de las épocas que los vieron nacer y morir.

Aun con la tristeza enorme que nos produce su partida, hoy es parte de una memoria feliz: la de quienes tuvimos el privilegio de aprender de su experiencia, de su humor, de su sabia humildad. Con él pudimos decir –o al menos yo, entusiasmado por escuchar de otro lo que ya sabía pero no podía pensar del todo- que cuando la política se escinde de lo social y de la cultura no es más que vana ideología y caldo de cultivo de los totalitarismos que han marcado las historias del mundo. Es parte de una memoria feliz porque su vida nos ha dejado mucho: el valor de hablar en nombre propio, patrimonio de una ética que no claudica frente a la cotidiana arrogancia del poder y de la oscura ignorancia. Jean Max pertenece hoy a la memoria, siempre actual, de un compromiso a la vez ético y político –porque para él la política sin ética, nosotros lo sabemos bien, es poder vano-, aquél que lo llevó a entrar en diálogo con la locura para aprender de ella, porque la locura, nos decía junto a Francoise, es mucho menos una patología que investigación y testimonio.

En esta época donde la vida universitaria no está del todo a la altura de su vocación de pensamiento, de escritura; cuando la perversión –que para él y Francoise era la traición al próximo- reduce los sujetos a objetos y cosas en su maquinaria cruel, cuando los traumatismos inundan la experiencia de hombres y mujeres que asisten a las fallas de las mínimas garantías del Otro, es decir de la cultura, Jean Max pertenece desde ahora a nuestra memoria viva. El nos hará recordar, de aquí en adelante, que la vida es digna de ser vivida cuando alguien –él mismo, nosotros si estamos a la altura de su transmisión generosa- enfrenta la verdad para intentar que hable por si misma, en la lengua de nuestros ancestros y en la palabra de nuestro presente.