Fuertes marejadas en el borde costero, un aluvión en Tocopilla, miles de personas sin suministro eléctrico y una polémica sobre si hubo o no huracán fueron parte del balance del temporal que afectó a buena parte de Chile durante los últimos días.
Esto en un año marcado por la falta de lluvias a tal punto que durante todo el mes de junio no cayó ni un solo milímetro de aguas lluvia en la Región Metropolitana. Frente a ese escenario, los 110 milímetros (mm) que precipitaron en estos días fueron un alivio ante la sequía que afecta a la zona norte y centro del país desde hace años.
Ante la sucesión de interpretaciones por la intensidad de las lluvias y sus consecuencias, el investigador del Centro de Ciencia del Clima y Resiliencia (CR)2 de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, Roberto Rondanelli, aseguró que era importante poner en perspectiva los hechos para tener una comprensión más acabada de la situación.
Existe la percepción de que durante los últimos años la lluvia en la zona central se ha concentrado en episodios puntuales de mayor intensidad. ¿Es efectivo este fenómeno?
La variabilidad interanual de la precipitación en Santiago es muy grande. Ha habido años con precipitaciones casi inexistentes, como en 1967 cuando cayeron sólo 80 mm en la capital, mientras que en 1982 hubo más de 600 mm de lluvia. Incluso en el año 2002 hubo un evento en el que cayeron más de 200 mm en sólo tres días y tuvimos 200 mil personas damnificadas. La gente se olvida que en los 90 todos los años quedaban poblaciones completas bajo el agua. Por el contrario en Puerto Montt y Valdivia la precipitación acumulada en un año a otro no cambia mucho. Esto es porque no existe tal cosa como un invierno normal en Santiago, lo que hay es un promedio que se da con muchas variaciones, y los episodios de precipitación más intensa son recurrentes en los años en los que estamos afectados por el fenómeno de “El Niño”.
Tras el reciente temporal era recurrente la pregunta de por qué las ciudades de Chile no están preparadas para lluvias intensas como la que vivimos ahora.
Mi percepción es que Santiago resistió bastante bien frente a esta lluvia, pensando en que cayeron 110 mm en una semana. La reacción fue bastante mejor a lo que sucedía en los años 80 y 90, cuando creo que había mucha más pobreza en la ciudad y la gente estaba más vulnerable a estos eventos. Esta vez creo que la gente estaba más preocupada del conteo de quienes estaban sin electricidad y no de los damnificados. Eso si, no creo que esto haya sido por el diseño de la ciudad, sino que porque somos un país un poco más rico.
Sin embargo en el norte hubo aludes y las marejadas produjeron daños importantes ¿No era posible predecir que este tipo de cosas podía suceder?
Durante el siglo XX las ciencias atmosféricas y la meteorología se desarrollaron mucho y llegaron a dominar el pronóstico del tiempo de manera bastante acertada con dos o tres días de anticipación. Aunque los montos de una precipitación son algo todavía no resuelto, la tormenta de viento y las marejadas eran algo muy predecible. En Tocopilla además el riesgo de aluviones era evidente. Lo que sucede es que los sistemas de emergencia son demasiado cautos para dar sus alertas y utilizan un lenguaje con muchos adjetivos y que es difícil de comprender. Por ejemplo, la Dirección Meteorológica sigue ocupando el concepto de “moderado” para indicar precipitaciones de 7,5mm por hora, que es un monto que si se acumula en varias horas puede provocar un desastre en cualquier ciudad porque significan 180 mm en un día.
¿Qué medidas se podrían tomar para evitar que este tipo de situaciones se repita?
Lo que debiera ocurrir es que desde los organismos competentes se debe plantear los escenarios posibles, entendiendo la incertidumbre que tienen los pronósticos, en un lenguaje sencillo y no en esta jerga que no se entiende. La ONEMI por ejemplo debió haber sido más clara con lo que podía suceder con las precipitaciones en Tocopilla o con el viento que iba a alcanzar el borde costero de la zona central. Todo eso era perfectamente pronosticable.