Este sábado 5 de junio se celebrará el Día Internacional del Medio Ambiente y, por supuesto, estas efemérides suelen ser catalizadoras para emitir opiniones, hacer balances e, incluso, realizar promesas a futuro. Hablar de Medio Ambiente en Chile cobra ahora una especial relevancia, dado el nuevo contexto social y político al que nos enfrentaremos en los próximos meses, con 155 convencionales constituyentes (mismo número de hombres y mujeres), la que será nuestra nueva carta fundamental, escrita desde un Chile en democracia, con una sociedad empoderada y con numerosos cambios que deben realizarse para que nuestro país sea más justo, igualitario y vivible.
Y, por supuesto, uno podría analizar numerosos aspectos medioambientales que deben quedar resguardados en nuestra nueva Constitución. Algunos parecen ser muy evidentes, pero no por ello deben ser relevados en estas instancias en donde tenemos la oportunidad de establecer las bases para el nuevo Chile. En esta ocasión, quisiera referirme a un tema que nos afecta continuamente y del que se habla mucho, pero no se hace suficiente por los resultados (o por los no resultados). Me refiero a la calidad del aire que día a día respiramos. Fue el pasado mes de marzo cuando pudimos leer en un diario nacional de alta difusión, que 4 de las 10 ciudades más contaminadas de Latinoamérica están en Chile. Estamos hablando de Coyhaique, Padre las Casas, Nacimiento y Rancagua. Según este mismo medio, que reproduce un informe publicado por la empresa suiza IQAir, Santiago es la 26° capital más contaminada del mundo (siendo la primera de América). Y, lo que es más alarmante, se estimaría que en este 2021 unas 850 personas morirían en la capital debido a la contaminación del aire y le costará a la ciudad la friolera cantidad de US$580 millones el mismo año. Son números graves y no es un orgullo para varias ciudades del centro sur de nuestro país estar en ese ranking de las que tienen peor calidad del aire.
Uno puede entrar en la discusión sobre la validez de los datos mostrados por ese informe, pero eso sería discutir pequeños detalles y no abordar el problema de fondo. Los instrumentos de gestión ambiental diseñados para hacer frente a este problema, como los planes de prevención y/o descontaminación, no sólo tienen serias dificultades en su proceso de diseño, elaboración, implementación y fiscalización, sino que tampoco han contribuido con el cambio cultural que se requiere. A nadie se le escapa el hecho que absolutamente todos los inviernos, en las ciudades del centro y sur de nuestro país, vivimos repetidamente las mismas imágenes y sufrimos en nuestros pulmones los mismos efectos relacionados con la mala (pésima en algunas ciudades) calidad del aire que respiramos. El invierno está a la vuelta de la esquina y volveremos a ver, una vez más (como en la película “El día de la marmota”), cómo el aire se pone cada vez más pesado, cómo las enfermedades respiratorias van en aumento y, lamentablemente, cómo ciudadanos y ciudadanas van muriendo, en silencio, como consecuencia de los problemas de salud asociados a la mala calidad del aire.
¿Es justo que tenga que morir tanta gente, de esta forma tan silenciosa, y sin que el Estado ponga de una vez por todas energías y recursos para solucionar estos problemas? ¿Es justo mirar para el lado y no abordar el fondo, de una vez por todas, de este problema y poner toda la energía y recursos que sean necesarios para que se solucione de manera definitiva? Porque justamente se solucionaría el problema si se invirtiese esa cantidad de recursos que año a año Chile debe poner sobre la mesa para paliar los problemas de salud relacionados con la contaminación atmosférica, en desarrollar sistemas de calefacción distrital.
En nuestras ciudades del centro sur se sigue usando la leña como combustible para calefaccionar hogares. Y ello conlleva dos problemas. Por un lado, ya es conocido el efecto que supone quemar leña para calefacción. Eso lo saben de sobra las personas que viven en el sur de Chile donde la leña es la principal fuente de calefacción domiciliaria. Pero, por otro lado, la quema indiscriminada de leña atenta contra la vida de nuestros bosques y sabemos que los bosques son nuestros pulmones y el resguardo de nuestros suelos. Debemos apostar como país en mecanismos de calefacción eficientes, amigables con el medio ambiente y seguros. Y, perdonen que insista en el tema, pero la solución la tenemos bajo nuestros pies: uso directo de la geotermia. Son numerosas las ciudades de Europa que están cambiando sus sistemas de calefacción urbana a calefacción distrital con geotermia. Sí, sin lugar a duda la calefacción con geotermia somera implica una inversión inicial grande, pero si uno pone en la balanza el gasto anual que el Estado realiza para paliar los problemas de contaminación atmosférica respecto a la inversión que se necesitaría para enfrentar el uso de leña como fuente principal de calefacción, la situación en nuestras ciudades se resolvería en un período de unos pocos años. Y el instrumento jurídico ya existe, por lo que solo faltaría la voluntad política.
Es una apuesta como país. Debiese ser un derecho de todas y todos el de poder respirar un aire puro y, de verdad, no morir en el intento. Ojalá podamos ver un Chile mejor y que las próximas generaciones no vean las repetidas imágenes que todos los inviernos vemos y sufrimos.
Diego Morata
Director del Centro de Excelencia en Geotermia de Los Andes (CEGA)
Académico del Departamento de Geología de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, Universidad de Chile.
Investigador del Programa Transdisciplinario de Medio Ambiente (PROMA), Universidad de Chile.