Columna de la Prof. Sonia Pérez Tello, Vicerrectora VAEC

La Comunidad Universitaria a 3D

La Comunidad Universitaria a 3D
Vicerrectora de Asuntos Estudiantiles y Comunitarios, Profesora Sonia Pérez.
Vicerrectora de Asuntos Estudiantiles y Comunitarios, Profesora Sonia Pérez.

Cuando se nos pide el “retorno”, bien sabemos que nada retornará a ser como antes.

Volver a la presencialidad es una imperiosa necesidad que responde no solo a las necesidades de la política educativa sino a las de estudiantes y trabajadores universitarios que extrañan, cada día, una forma de vida universitaria que no se entrometa tanto en la vida personal.

Porque cuando se hace vida universitaria (de esa que tiene lugares, encuentros, gestos, sorpresas y tantas otras emociones o acciones compartidas), pareciera que nos calzara internamente una pieza faltante en el puzle; esa que la pandemia nos había escondido por casi dos años: la pieza del desarrollo integral.

De hecho, la Universidad promete una formación académica e integral, y al cumplir su promesa, logra mucho más que eso. La misión del desarrollo humano y social que se presenta en el Plan de Desarrollo Institucional de la Universidad de Chile, se sustenta en la experiencia comunitaria; es decir, no puede lograrse si no se interactúa con pares, colaboradores, coordinadores, o cualquier actor complementario en el camino de la educación superior. ¿Se puede entonces cumplir esta importante función solo por vía remota? Al parecer no; pero la alerta sanitaria nos obliga a seguir imaginando creativamente formas de relacionarnos que no sacrifiquen el desarrollo integral ya sea estemos lejos o cerca. Tendremos seguramente que saber integrar la presencialidad y el trabajo remoto en la universidad del futuro.

Por ahora, con la pandemia, ya supimos que en la educación superior las pantallas no son suficientes. Entonces, para decidir cómo y dónde volver, debemos saber: ¿Qué es lo esencial de lo presencial?

Desde la VAEC creemos que lo esencial es el Desarrollo Humano Integral. Eso que aparece cuando nos encontramos de manera presencial y vemos que, después de dos largos años de interactuar en pantallas, surge espontáneamente en frases como: “No te conocía “realmente”. Y luego aparece la nueva frase: “Qué bueno (raro) es verte en 3D”. Las dos dimensiones de la videocomunicación parecen inmediatamente insuficientes cuando un cuerpo en 3D aparece. La presencialidad da paso a un placer humano que se encuentra en tres dimensiones del desarrollo que solo pueden darse en la presencialidad. La pandemia no ha hecho otra cosa que ayudarnos a valorar con más fuerza estas dimensiones, sobre todo, para quienes nos dedicamos a le educación de jóvenes.

La D del desarrollo humano: ése que se da en las formaciones éticas e históricas de las interacciones educativas. Emerge de las opiniones y memorias de quienes conversan antes, durante y después de la tarea laboral o educativa. El desarrollo humano es el despliegue de las capacidades que nos convierten en especie; con responsabilidad ética, sentido colaborativo y ampliación de las potencialidades individuales. Pocas instancias como la educación pueden favorecer tal desarrollo. Pocas instituciones como la universidad pueden aprovecharla. ¿Cómo aprendemos a ser humanos si no es a través de la educación entre las generaciones que no está solo en las aulas?

La D del desarrollo afectivo: Nos pasa que lloramos, nos estremecemos, extrañamos y nos enojamos cuando las cosas no son como antes, en nuestro vivir universitario. Nuestras reacciones emotivas a las formas bidimensionales de educarnos y trabajar, han sido fuente de angustias y resistencias; como evidencias de que algo falta. ¿Por qué nos parece que la pandemia nos debe algo tan importante? Porque la educación es un proceso principalmente afectivo, de reconocimiento mutuo, de con-moverse con el otro para que circule el conocimiento. Ello indudablemente es vivencial, sensorial, y nos ha costado demasiado contrarrestarlo con la bidimensionalidad de una pantalla.

La D del desarrollo social: Que la experiencia individual no es la única que guía nuestras vidas, es algo que solo se aprende en sociedad. Aprender es convertirse en animal social; dejar de ser individuo aislado en sus necesidades y curiosidades para ser parte de un sistema. Estar presencialmente en la universidad nos permite participar de esa vida social, con sus estructuras políticas, de género, de clase social y con sus debates culturales. Educarse en la universidad es reconocerse en la memoria colectiva y sentirse parte de algo que va más allá de lo que cada cual ha podido vivir.

¿Cómo aprendemos a ser humanos después de la pandemia, cuando la humanidad ha descubierto lo que necesita y lo que le duele, si no es en espacios de intercambio sensible y deliberación de los conocimientos sobre el mundo?

Estos 3 Desarrollos son solo 3Dimensiones de lo que se puede construir -ya no recuperar- en las nuevas formas de interacción educativa, que contemplen la presencialidad y que rescaten de este prolongado período de distanciamiento social- una nueva forma ser universidad que le dé sentido a una “casa” de estudios.