Es sabido que el agua es el recurso natural más importante del país, desde una perspectiva ambiental, económica y social. Representa según diversos estudios al menos el 60% del PIB de Chile, (la minería representa el 15%), y ha sido el recurso base para sostener al sector minero, agropecuario, forestal, industrial y turístico, base principal de nuestras exportaciones y generación de servicios. A la fecha el PIB de Chile ha crecido más de tres veces desde 1990, y el consumo de agua ha aumentado en similar cifra, lo que señala que tenemos acoplado el crecimiento económico con el consumo de agua en una ecuación no sustentable en el tiempo.
Por otra parte, el agua es un elemento de destrucción cuando se expresa en volúmenes superiores a los usuales definiendo socavación de lechos, inundaciones, movimientos en masa y otros elementos, afectando obras civiles y lo más importante, vidas humanas. De igual forma su carencia por sequías, define un escenario con implicancias productivas y sociales de alto costo. Sin embargo, toda esta importancia relativa al agua, como un recurso estratégico para la vida ambiental, productiva y social del país, no parece tener correlato en la importancia que el país le asigna a la investigación científica y tecnológica en estas materias. Así, si toda la investigación de Chile alcanza al 0,34 %, valor muy por debajo de la media de los países OCDE, en el caso del agua se habla de un 0.0020%. Es decir, la nada misma. Eso contrasta con el valor que posee el agua para Chile. Si a ello se adiciona un escenario de incertidumbres producto de la variabilidad y el cambio climático, factores nada amables con la futura disponibilidad de agua, entonces se estructura un panorama de difícil abordaje. Sobre todo, si no se conocen los comportamientos de los recursos hídricos en el contexto de las diversas singularidades territoriales del país y su nivel de afectación antrópico y climático, todo con vistas a la generación de políticas públicas eficientes, adaptadas y coherentes en tiempo y espacio, con las demandas de los ecosistemas físicos y sociales. Por tanto surge la pregunta; ¿cómo es posible incrementar la investigación en ciencia y tecnología relativa al agua en el actual escenario y en donde los recursos son escasos en el actual marco presupuestario?
Un aspecto interesante de tratar pasa por lo siguiente, si el agua es un factor de seguridad nacional y por ende, es materia interesada para las Fuerzas Armadas de Chile, en un contexto de prevención de catástrofes, de geopolítica territorial y de recursos naturales de alta relevancia estratégica, entonces este recurso y lo que con él ocurra, es de interés para las Fuerzas Armadas y su rol país. En ese contexto, si desde el presupuesto de defensa, se destinara al año una cifra de US$ 10.000.000, (que conceptualmente también iría a Defensa), sería factible destinar un monto interesante a la apertura de concursos públicos dirigidos a las universidades e institutos de investigación, con vistas a la generación de conocimientos en estas materias. Estas propuestas deberían incluir el estudio de zonas especiales de interés ambiental, estratégico, productivo o social, con vistas a la generación de nuevos conocimientos o inclusive la aparición de patentes que incluso pueden ser comercializadas a futuro, estableciendo una rentabilidad que podría ser interesante. Estas patentes podrían estar dirigidas a la aparición de nuevo instrumental de alerta de desastres por ejemplo o de métodos innovadores para el abordaje de zonas extremas. Pero, este esfuerzo debería priorizar el intercambio de esfuerzos entre el mundo civil y el de las fuerzas armadas. Esto permitiría que oficiales jóvenes se incorporen en el mundo de las publicaciones científicas y la generación de patentes, entre otros aspectos, y a la vez que investigadores con altas capacidades puedan entrar en sinergia con colegas investigadores de las fuerzas armadas. De esta manera se conseguirían sinergias sociales (mayor y mejor conocimiento entre el mundo civil y el militar); sinergias tecnológicas (cooperación en el intercambio de esfuerzos y tecnologías propias de uno y otro mundo y su aplicación en otras esferas); sinergias investigativas; y sobre todo se daría un uso altamente relevante a recursos financieros que son urgentes de aplicar para el mejor y mayor desarrollo del país.
Esta idea no es nueva y en países como Estados Unidos es común el establecimiento de estas formas de cooperación. Así por ejemplo, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos, posee en su interior al Centro de Ingeniería Hidrológica, centro que ha sido autor de numerosas herramientas hidrológicas de uso civil y con amplias aplicaciones a nivel mundial. En Chile los recursos humanos y materiales no sobran y es necesario ser un país más competitivo, pero no desde la competencia que define a la singularidad como único factor de crecimiento, sino que desde la cooperación entre instituciones y entre personas, elemento que nos debería dar un segundo aire en la concreción de las metas de desarrollo país.
*El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad del autor o autora y no representa necesariamente la visión de la Facultad de Ciencas Forestales y de la Conservación de la Naturaleza de la Universidad de Chile (CFCN). |